domingo, 31 de enero de 2010

LA COMUNITAT, LA PEOR NOVELA DE LA HISTORIA, POR PACO CAMPOS. CAPÍTULO OCTAVO

(Atención: Esta novela consta aproximadamente de diez capítulos. Para leerla desde el principio, pincha aquí.)




Nada más salir a la calle, a Obama Daitorio se le ocurrió comprobar su teléfono móvil por primera vez desde que se había fugado de la Casa Blanca la noche anterior. Y lo que vio no le hizo sino obtenerse por fuera de sus nervios, si no es que de por sí se encontraba ya totalmente obtenido con anterioridad.



Por lo visto, su sobrino había estado llamándole y enviándole mensajes durante toda la noche, emplazándole a volver enseguida a Washington para solucionar un asunto de vital relevancia que había surgido en las últimas horas. Y por si eso fuera poco, le amenazaba con perjudicar a su familia si no le obedecía, y también le dedicaba una completa sarta de calificativos extremadamente hostiles, acusándole de mezquino y de irresponsable por el hecho de apartarse de sus importantes funciones como Presidente del mundo libre sin previo aviso.



Pero eso no era lo peor. Pues su sobrino aprovechaba uno de los mensajes para comunicarle que acababa de completar el papeleo necesario y pagado la cuota correspondiente para que le dieran el Nobel de la Paz a finales de año.



El colmo. A los chantajes y a los insultos ya estaba acostumbrado, pero lo de nombrarle Premio Nobel de la Guerra sin consulta previa era del todo intolerable. Recibir el Premio Nobel de la Guerra hacía que la persona en cuestión pasara definiticamente al Lado Oscuro, transformado para siempre en un ser de la calaña de Kissinger, Peres o Lama.



Tenía, pues, que impedir a toda costa que eso ocurriera. Pues si llegaba a convertirse en uno de los premiados con tal infausto galardón no habría marcha atrás, y preso de los peores delirios belicistas, acabaría justificando absurdos como que las invasiones militares son medio legítimo para conseguir la paz, -la misma argumentación que habían hecho antes Bush, Aznar, Hitler, Blair, etc-. Y seguro que le entrarían también unas ganas tremendas de aumentar la escalada bélica en Afganistán y Pakistán, e incluso puede que acabara yendo a por otros países pacíficos que no tenían en absoluto la culpa de la voracidad del capitalismo estadounidense, como por ejemplo Irán o Venezuela.



A Obama Daitorio le producía una rabia terrible que su sobrino mencionara el asunto casi de pasada, como considerándolo algo inevitable y sin darle la opción de elegir. Pues el tema en el que más insistía en sus mensajes era el de la crisis inmobiliaria española, con más viviendas vacías en la Monarquía Bananera que en todos los Estados Unidos. Crisis que al parecer estaba a punto de escaparse ya de de todo control, convirtiéndose en un problema de alcance internacional y amenazando a las bolsas.



Según le pedía su sobrino, Obama Daitorio tenía que retornar inmediatamente a Washington para hacer un pronunciamiento en el que explicaría al contribuyente yanqui y al mundo las razones por las que era necesario utilizar el dinero de los impuestos para rescatar la economía española, evitando así que se desatara una crisis brutal en la Monarquía Bananera y que ésta acabara rompiéndose y cayendo en poder de los fundamentalistas vascos, en alianza con los sociatas y de los militantes chavistas pro Al Qaeda que querían suprimir la Constitución porque nos tienen envidia.



Como siempre, lo que quería su sobrino en realidad era hacerle pasar por el responsable de esta decisión que ya había tomado él por su cuenta. El pueblo se lo iba a comer si hacía eso. Con la economía en números rojos, dos guerras y pidiendo más financiación para rescatar a un pàís que se encontraba a miles de kilómetros.



Además a Obama Daitorio España se la traía sin cuidado. No es que le cayeran mal. En absoluto, se lo había pasado genial aquella noche. Pero la economía española era un problema de la Unión Europea, que tendrían que arreglar ellos solitos y no meterle a él. Para eso ya había varios Premios Nobel presionando a los responsables de ese continente.



Pero en fin, el problema principal no era ése, sino el sentimiento de que ya había aceptado durante demasiado tiempo las órdenes de “su sobrino” y de que, si no lo detenía, iba a terminar cediéndole su propia alma a ese desgraciado representante del Príncipe de las Tinieblas y de las cadenas de comida rápida. Ese hombre despiadado que sin duda también se convertiría en premio Nobel de la Paz algún día, sino es que lo era ya y no se había enterado.



Vaya mierda. ¿Qué podía hacer en ese caso? La cuestión es que si intentaba cambiar la situación, el sobrino tomaría sin duda represalias. De manera que lo único que podía sacarle de esa situación era una jugada maestra, un movimiento ajedrecístico veloz que quitara de en medio de manera inesperada a los tres miembros del Triunvirato en el poder. ¿Pero de qué tipo de movimiento podría tratarse? Ni idea. En realidad no tenía ni la más remota idea.



¿Y si le preguntara a Aso Soridaijin? Al fin y al cabo era un tipo con coco, que destacaba principalmente por su gran visión de la jugada, tal como le había demostrado durante la charla de antes de visitar a Zapatero. Pero si le revelaba sus sentimientos, se arriesgaba a quedar también él expuesto. Al fin y al cabo no sabía para quién trabajaba el Sori realmente, ni por qué llevaba a cabo una política tan retrógrada y contraproducente en su país cuándo tenía una visión de las cosas tan clara. Había sin duda algo raro en la forma en que se comportaba



¿Qué hacer entonces? Para empezar, decidiese lo que decidiese, había que dejar de ser un cobarde y enfrentarse de una vez al Lado Oscuro. No podía pasarse toda la vida engañando a todo el mundo, no podía contentarse con las réplicas brillantes, pero carentes de significado, que daba siempre a los periodistas. No podía convertirse en otro Tony Blair u otro Zapatero. Tenía que actuar de una vez. Cambiar el sistema y quitarle el poder de cuajo a esos tres hijosdeputa. Al fin y al cabo, el motivo por el que le habían votado era para que llevara a cabo el Cambio.



Aunque no supiera cuál era su plan, había decidido empezar por enviar un mensaje a su sobrino anunciando en primer lugar que no pensaba volver a Washington en toda la mañana. Y lo que era mejor, que si se atrevía a tocar a su familia o a tenderle una trampa, aparecería inmediatamente en televisión explicando al mundo, con la brillantez y elocuencia que le caracterizaban, que el comunismo cubano y el socialismo venezolano eran los mejores sistemas de gobierno que existían en la actualidad y los únicos sostenibles, y denunciando también a la cleptocracia que estaba realmente al mando del país.



Y hablaba en serio. Sabía mucho, y estaba dispuesto a dar nombres y apellidos, a aportar pruebas feacientes, a desenmascar a todos los terroristas en la cúspide que la gente tomaba por personas respetables. Aunque él mismo pudiera acabar en la cárcel por los chanchullos de su etapa política en Chigago.



Pues sí, oiga. Además, ya tenía lo suficiente con su resaca y el pésimo estado físico que ésta le había dejado como para dejarse amargar por ese payaso. Ese insolente que apenas tenía la mitad de edad que él y que se atrevía a dirigirse a él faltándole continuamente el respeto.



Para que se enterara, y como muestra de que iba en serio, pensaba llamar a Chávez para conocer sus opiniones sobre el asunto. Y, además, lo de la política de de insultarle por sistema que le habían impuesto se había acabado. Uno de los pocos presidentes del mundo que estaba trabajando por los pobres, por la gente normal, por ofrecer a la humanidad un mejor futuro. Era realmente patético que nunca hablara con el Presidente venezolano, del cual se sentía tan cerca aunque hasta ahora la políticas de ambos fueran diametralmente opuestas.



Joder. Es que ni si quiera tenía el número de Chávez en su móvil, como le tenían prohibido que hablara con él... Tuvo que pedírselo a Aso. Menuda vergüenza.



Por desgracia, Chávez estaba muy ocupado en ese momento, en pleno viaje oficial por Irán y Siria, a donde había llegado, según los voceros del sistema, no ha negociar acuerdos económicos, sino para difundir su ideología antiamericana por todo Oriente Medio. La señal era muy mala y además Chávez hablaba demasiado, y aunque parecía contento de recibir su llamada, en esas condiciones casi no se le entendía. Al final Chávez le contó un chiste, uno de los chistes antiyanquis que últimamente estaban de moda en América Latina, y luego colgó de repente. Pese a la mala calidad del sonido, Obama Daitorio ententió el chiste porque ya se lo habían contado antes, pero no le hizo demasiada gracia, era un chiste muy viejo y además, no especialmente bueno. Era obvio que, aunque se trataba de uno de los mejores líderes de la actualidad, como orador era un verdadero charlatán y un auténtico plasta.



Entretanto, Aso también había decidido ya volver a su país para dar la cara por el último escándalo político que salpicaba a su partido. Aso Sori y Obama Daitorio se habían despedido muy emotivamente, rompiendo totalmente el protocolo, incluso dándose un abrazo como si fueran viejos camaradas.



Obama Daitorio se había sentado a reflexionar en un banco cualquiera del parque. Ya había avisado a su sobrino de su intención de tomarse la mañana libre y pasársela meditar tranquilamente en Valencia. Por el momento no había recibido a ese respecto ninguna negativa de aquél, así que, si bien persistían algunos síntomas de la resaca, como el cansancio muscular y cierta sensación de disforia, se sentía ahora un poco más tranquilo que antes. Además, el hecho de haber podido reivindicar su voluntad, después de tanto tiempo, había hecho que la ira se le pasara y que empezara a estar mucho más confiado y con esperanzas de resolver la disyuntiva en la que se encontraba.



En el banco del parque que había elegido Obama Daitorio, se hallaba también sentado el personaje anónimo, sujeto omnisciente, protagonista colectivo -y a la vez autor-, de esta humilde novela. Es decir: yo mismo. Dada mi gran timidez, en un principio no supe como reaccionar ante la presencia de un individuo tan destacado y seguí bebiendo mi lata de tenis como si nada. Pero enseguida el Daitorio me pidió que le diera una de mis chelas, como si fueramos amigos de toda la vida, y yo por supuesto no lo dudé ni un solo segundo, pues significaba un gran honor para mí. Así que empezamos a beber juntos y entablamos conversación de la manera más natural del mundo.



Aunque más que una conversación fue casi un monólogo, pues al ser yo persona poco habladora, y además no muy amigo de relatar intimidades, ni siquiera a las personas más próximas, siempre dejo que sean los demás los que se explayen sobre las suyas. Desde pequeño tengo una especie de don que hace que la gente se sienta inclinada a abrirme su corazón sin yo solicitarlo, como si sintieran que les escucho bien o que puedo hacer algo por ayudarles, y de esa manera, los seres humanos, ricos o pobres, democristianos o socialdemócratas, gongoristas o quevedianos, japonesistas o sinófilos, sociatas o peperos, todos acaban derrumbándose ante mí y cóntandome su verdad más profunda espontáneamente; y es así también como Obama Daitorio me contó toda su vida, y en especial la historia de sus últimas horas, y de cómo deambuló por Valencia con Aso, se entrevistó con ZP, y acabó emborrachándose en este parque, por el que acaba pasando todo el mundo, como un mendigo más; la misma historia que yo, que no soy sino un mero intermediario, traslado al lector tal como él me la contó.



Se estaba haciendo ya de día, y el parque empezaba a recuperar lentamente a su actividad habitual. Los mendigos se iban despertando para reincorporarse perezosamente a sus rutinas, y aparecían también el resto de personajes de toda índole que todos los días realizan sus diferentes actividades en ese lugar: niños que van al cole, viejas que van no se sabe a dónde, viejos rumbo al quiosco a comprar el periódico del día, delincuentes, madres, represetantes, currelas, gente respetable de clase media que en el fondo eran paramilitares sionistas en potencia. En ese espacio de tolerancia, multiculturalidad y coexistencia democrática ejemplar que era y sigue siendo nuestro parque; un parque cualquiera en una ciudad cualquiera, sólo que un la ciudad que es un poco más interesante, o menos interesante, que las demás ciudades.



Así que Valencia se iba despertando de su sueño húmedo, caliente y sudoroso, y también la iluminación del día se imponía a la noche, y las pocas gentes que ya estaban despiertas y que cruzaban el parque con cuentagotas iban reparando en la presencia de un individuo singular, muy diferente a los negros que a veces venían al parque a dormir. Aunque algunos no estaban del todo convencidos de que se tratara verdaderamente del mismo tipo al que tanto veían últimamente en las televisiones de los bares, la verdad es que la mayoría de los mendigos y de otros tipos sospechosos que habitaban aquel curioso ecosistema humano se fueron acercando poco a poco a hablar con el Daitorio, todos movidos por la esperanza de una novedad que les sacara de sus aburridas rutinas. Pese a las dudas que abrigaran, y el respeto que profesaban a un personaje de tanta altura, no hay que olvidar que se trataba de pordioseros españoles, y por lo tanto ninguno podía dejar pasar la oportunidad de expresar la certeza en sus propias creencias y de imponerse a sus camaradas habituales dando, a alguien tan importante, no ya consejos,sino más bien recetas sobre cómo tenían que ser sus políticas a partir de ese momento y de qué manera tenía que dirigir los destinos de su nación.



Pues aunque se tratara en su mayoría de aunténticos fracasados, y aunque quien tenían enfrente era el presidente de la mayor economía mundial, se dirigían a él utilizando las mismas expresiones categoricas que usaban también en las discusiones habituales entre ellos en los bancos del parque o en los bares; frases que escuchadas fuera de contexto podrían llevar a un extranjero a pensar, con admiración, que todo español, incluso el más desarrapado de los pordioseros, está capacitado de sobra para asumir el cargo de Presidente del Gobierno de su país, el de seleccionador nacional de fútbol, o incluso el de Predidente de los Estados Unidos, con un desempeño mucho mejor que los que ostentan realmente el cargo. Así que, interrumpiéndose una y otra vez los unos a los otros, gritándose, y sin escuchar lo que decía el propio Presidente de los Estados, se dirigían a Obama Daitorio con esas frases tan respetuosas de la opinión del prójimo que tanto se oyen cualquier tasca española:



-Lo que le hace falta en realidad a Estados Unidos es ...

-En realidad, para cambiar el mundo lo que hay que hacer es...

-Yo siempre he dicho, y al final lo que yo digo siempre se cumple a rajatabla que...

-Tú no sabes como funciona el mundo de verdad...

-No es nada personal, Obama, en realidad me pareces un buen tipo, pero no tienes no idea...

-No tienes ni puta idea de política.



El primero en acercarse a hablar con Obama Daitorio,fue uno de los mendigos mas clásicos y legendarios del parque: el señor Rajoy. Pues se trataba al fin y al cabo de uno de los que más temprano se levantaba todos los días para empezar a beber su cartón diario de vino. Además, era de los que siempre se metía en toda discusión política dándoselas de que sabía más que nadie y aportando como prueba el hecho de ser el, como le gustaba recalcar siempre, el auténtico líder de la oposición. Y eso aunque su opinión, que para él mismo no era opinión sino verdad suprema, consistiera en realidad en una serie de leyendas neoliberales sin base científica alguna que habían sido difundidas intencionalmente durante los últimos años entre el populacho español por ciertos periodistas de derechas o progres de derechas al servicio de los más ricos del país. Políticas que en realidad eran causantes de la crisis en la economía mundial y muy particular de la crisis que estaba ocurriendo en esos momentos en España. “Hay demasiados funcionarios, el gasto público es escandaloso, la gestión privada es siempre más eficaz que la pública, bajar la carga fiscal a los ricos es bueno para la economía, reduciendo los impuestos se consigue aumentar la recaudación por impuestos...”



A mitad de discurso, Rajoy fue interrumpido por Rajoy, el cual se dedicó a rebatir sus opiniones una por una con sorprendente facilidad. Por ejemplo, indicando la irrefutable realidad de que en España que había menos porcentaje de la población trabajando para el sector público que en el resto de los países de la Unión Europea, que sin embargo eran más prósperos que España. O que la gestión estatal había traído más prosperidad económica y desarrollo que la gestión privada en la mayoría de los países del mundo y para ello había datos incontestables de numerosos organismos internacionales. O que bajar la carga fiscal a los ricos en efecto es bueno para la economía... de los ricos. Y un larguísimo etcétera.



Rajoy era una escisión del Rajoy original que se había producido unos meses antes cuando una parte de Rajoy, cansada de oir siemprelos mismos clichés neoliberales de Rajoy, y de escuchar siempre las misma políticas sin fundamento, había decidido separarse del Rajoy original y fundar un Rajoy propio menos extremista. De manera que, de un día para otro, los otros pordioseros habían visto de repente a dos Rajoys iguales físicamente deambulando por el parque y discutiendo desde opiniones opuestas. En un principio, como resulta natural, se sorprendieron sobremanera, pero pronto se acabaron acostumbrándose a ello y el hecho de que existieran dos Marianos acabó por considerarse una parte natural del parque.



El nuevo Rajoy con la misma pinta de desarrapado que el otro pero con ideas mucho más cercanas al sentido común y a la inteligencia que las de su predecesor. De hecho, se trataba de un revolucionario que pretendía mejorar las condiciones de vida del parque y a la vez cambiar el modelo productivo español incorporando a este una gran cantidad de conceptos centrales en la vida del pordiosero, como el reciclaje o el aprovechamiento sabio de todos los recursos disponibles o la propia vida austera y contemplativa del pordio; conceptos, que aplicados convenientemente a gran escala producirían una mejora general de la eficiencia de la nación y un gran avance hasta modelos verdaderamente sostenibles como en la actualidad sólo lo era el cubano.



El nuevo Rajoy, con sus ideas de vanguardia, se había convertido ya en el líder de los pordioseros, desplazando al viejo líder Rajoy, cuyos aburridos discursos y sus ideas políticas desfasadas en el fondo sólo significaban una intento a la desesperada por perpetuar el mismo capitalismo agresivo que estaba llevando al planeta a la ruina.



Hay que tener en cuenta también que, después de varias décadas de zaplanisno extremo los pordioseros eran más pordioseros que nunca.



Así que el nuevo Rajoy había conseguido ganar al viejo en el corazón y en la conciencia de los pordioseros que vivían en aquel lugar abyecto; y gracias a ello los pordioseros estaban ahora más organizados para luchar por sus derechos, mientras que al viejo Rajoy se le veía entristecido por el parque, bebiendo vino de cartón, con la mirada perdida y sin hablar con nadie.



Además, a su viejo amigo Anasagasti le había salido también una escisión chavista que había conseguido avergonzar al viejo Anasagasti estúpido, quien al final, harto de quedar siempre en ridúiculo, había huído a otro parque. Es por eso el viejo Rajoy también estaba pensando en abandonar el parque e irse con su amigo. Por cierto, reseñar que el Anasagasti chavista y el Rajoy revolucionario nuevo se llevaban a las mil maravillas.



El siguiente personaje chungo que acudió al banco de Obama Daitorio para ilustrarle con sus consejos fue el Profeta Azulado. Éste sostenía que cualquier plan para reanimar la economía mundial pasaba necesariamente por apoyar a la industria de los picaportes para puertas como único motor de crecimiento internacional. Una idea tan absurda parecía indigna de una mente brillante como la del Profeta, pero lo cierto es que por desgracia el viaje que el Profeta había hecho últimamente a Japón le había cerrado la mente y le había hecho perder los poderes místicos con los que había contado en el pasado.



Pues resulta que el Profeta había ido a Osaka a visitar a Elvar Ata, que se había retirado allí unos meses antes previendo el panorama aterrador que se les venía encima a la Comunitat y a España. Y ocurrió que, como tenía una escala de casi 9 horas esperando el enlace en Qatar, el Profeta había contratado un tour por el país que incluía un paseo por el desierto que finalmente les fue suministrado por un ex conductor de rallies ahora caído en el alcholismo. Y fue durante el transcurso de ese extraño tour que desafortunadamente, saltando entre las dunas, el Profeta se dio un fuerte golpe en la cabeza contra el ´picaporte de la puerta del autoimóvil y perdió las dotes proféticas que había adquirido años antes también al recibir un golpe en la cabeza, aquella vez de un ladrillo.



Así que, desde que llegó a Japón, el Profeta se comportó de una manera de lo más extravagante y arbitraria. No quería ver los pabellones de oro y plata de Kyoto; ni los fabulosos templos de Nara, entre ellos el edificio de madera más grande del mundo, con el increíble buda de bronce de varios pisos; ni subir a montaña sagrada alguna; ni pasear por los barrios tradicionales en los que predominaban las típicas construcciones con paredes de papel, construidas siguiendo la manera tradicional japonesa. Decía que todo ello era artificial y turístico, aunque se tratara de lugares centenarios o milenarios, y que lo verdaderamente interesante al viajar a un pàís extranjero eran los picaportes de las puertas.



Según su recién estrenada particular visión del mundo, los picaportes de las puertas eran lo verdaderamente interesante porque eran tocados a diario por la gente real, por las viejas y los vagabundos de la ciudad, por los punkis y las prostitutas, no sólo por turistas extranjeros ávidos de suvenirs. Lo mejor de un viaje era quedarse sentado en una esquina mirando un picaporte y ver la gente que lo usaba, y como cada persona lo utilizaba de una manera distinta de acuerdo con sus convicciones más profundas.



Así que, en vez de viajar con sus amigos para descubrir los lugares más interesantes de Kansai, se había dedicado a irse por ahí solo a buscar picaportes y a hacerles fotos, y de esa manera es como había desperdiciado el tiempo y el dinero invertidos en su viaje a Japón.



Y como resultó que Japón era un país casi sin picaportes, porque predominaban o bien las puertas corredizas tradicionales, o bien, en los edificios modernos,el Profeta se sintió decepcionado con el país desde que llegó, comparándolo con China, en el que había estado meses antes y al que si que consideraba un país auténtico y no occidentalizado, con interesantes picaportes de verdad, más grandes que los de Japón y con algo dentro, y tocados por gente de verdad, y no por robots capitalistas.



Desde su vuelta a la Comunitat, se dedicaba exlusivamente a hablar a todas horas sobre picaportes, ensalzando a China e insultando a Japón; su blog se había convertido en un medio lobby de propaganda en contra de las puertas automáticas y a favor de la industria del picaporte y de la vuelta al picaporte original.



El Profeta había perdido así a muchos de sus seguidores, a la espera de que alguno de ellos le diera por fin un nuevo ladrillazo en la cabeza mediante el cual su cerebro volviera al modo sabio y profético de antes del viaje a Japón .



- La industria del picaporte es la clave. Es la que mueve a las demás industrias- le decía a Obama Daitorio-: la producción en masa de picaportes genera así vez una gran demanda de viviendas, pues los picaportes no pueden ser utilizados si no es para abrir puertas, que a su vez están en edificios, cuya materia prima ha de ser a su vez exportada y así sucesivamente.



Obama Daitorio se dedicaba a escuchar a todos sin decir palabra. Se encontraba feliz, pues, después de la conversación con Chávez, había seguido reflexionando para sí hasta dar con la jugada perfecta. Como tenía ya totalmente claro lo que tenía que hacer, simplemente se dedicaba a disfrutar de la mañana, quién sabe si su última mañana en Valencia, entre tiento y tiento a las chelitas y los vinitos de cartón que sus nuevos amigos le ofrecían. A eso de las nueve apareció por el parque el Conde Varto-Bano, ese exquisito aristócrata rumano con sombrero de bombín y bastón de piel de lobo feroz cazado por el mismo en los Cárpatos durante su juventud.



El Conde se presentó con una profunda reverencia y para conmemorar la presencia del ilustre estadísta que iba a traer el cambio y la esperanza al mundo, ofreció, tanto a todos los mendigos como a los curiosos que pasaban, un delicioso almuerzo gratis en el establecimiento Aguas Manolo.



Fue una mañana feliz con tercios y cañas para todos los habitantes del parque, donde no faltaron las clásicas tapitas de boquerones, calamares, chipirones, ensaladilla, setitas,conejo al ajillo, salteado de verduras, pescaditos fritos, patatas bravas, revuelto de ajos tiernos, pulpo a la gallega, tortilla de patata, oreja de cerdo, caracoles, etc.



Mientras disfrutaba del suculento tapeo y de la entrañable taja en compañía de personajes tan entrañables, a Obama Daitorio le volvió a invadir el optimismo de sus comienzos en la política. Aparte de sentirse avergonzado, en su fuero interno, por pertenecer al país que había inventado el Makudo, fue totalmente feliz todo el rato que pasó con todos esos mendigos, sin la presión de los tiburones, halcones, palomas, buitres y peces gordos de Washington, sintiéndose un tipo normal, en comunión con su entorno. Un pordiosero más, sin dinero, feliz por ser invitado a unos tientos por los colegas.



Recordando del chiste que le había contado el presidente más demócratico de su tiempo, se le ocurrió que no había lugar mejor que ese maravilloso bar para llevar a cabo el audaz plan que se le había ocurrido después de hablar con Chávez. Su sencillo y genial plan para construir un mundo mejor, liberar al mundo del yugo yanqui, conseguir el cambio, y de paso quitarse él mismo del medio a su maldito sobrino y a los otros dos carcas que le manejaban, quedaría para siempre ligado al bar de Manolo. No encontraba una forma mejor de homenajear al parque y a los pordioseros que lo habitaban.



Así que, antes de retirarse entre extraordinarias muestras de cariño, para volver a la Casa Blanca, felicitó a Manolo por la calidad de su bar medio destrozado y mugriento y le emplazó a convertirlo en una cadena que se extendiera primero por Washington y luego por el resto de los Estados Unidos y del universo, demostrando así la superioridad del clásico bareto español de tapas sobre la comida rápida estadounidense. También le ofreció todo el apoyo económico del Pentágono y de la Casa Blanca para el proyecto. No le faltarían nunca los medios materiales ni el apoyo mediático necesario para llevarlo a cabo, siempre que le pusiera a la nueva cadena de bares el nombre “Embajada de Estados Unidos”



-Con ese nombre quiero simbolizar un nuevo comienzo –explicaba Obama Daitorio- en el que Estados Unidos no será una nación odiada por todos sino el embajador del entendimiento y la concordia entre todos los pueblos del planeta.



Dicho eso, se retiró del bar, agradenciendo a todos el amable trato dispensado y los consejos recibidos, y convencido del éxito de su nuevo plan.


martes, 26 de enero de 2010

CUENTOS JAPONESES. HATSUMODE.

Estaba anocheciendo y hacía mucho frío cuando Osui-san llegó a la estación de tren de Ishikiri para celebrar el hatsumode o tradicional peregrinación de año nuevo al santuario sintoísta. En general, a Osui le encantaban los santuarios japoneses. Construídos normalmente en los lugares más tranquilos, por ejemplo al pie de las montañas, en la profundidad de los bosques, o junto a los ríos, eran lugares en los que un podía relajarse en contacto con la naturaleza, la poca naturaleza que quedaba todavía en el mundo que le había tocado vivir. Al contrario que la mayoría de las grandes religiones, el sintoísmo, la religión ancestral del Japón, no adoraba exlusivamente a un dios, sino que cualquier elemento natural era susceptible de ser adorado y sacralizado. Por ello existía un número casi infinito de divinidades, por ejemplo un curso de agua, una montaña, una gran roca, una isla. Era una religión rara, como se decía que habían sido las religiones en tiempos inmemoriales.



De hecho, y eso es algo quizás Osui no supiera, y puede que ni siquiera le interesara, en el pasado, estos santuarios habían surgido como manifestación casi espontánea e improvisada de las creencias del pueblo, y por eso los lugares de culto habían sido en sus comienzos lugares tremendamente sencillos, constando a veces de una simple lápida conmemorativa o un pequeño altar de madera formado por dos simples troncos, junto a un sinuoso y frío camino forestal, en el que detenerse unos segundos a rezar. Aunque después el sintoísmo había crecido hasta convertirse en la religión oficial del Estado y del Emperador, y se habían construído templos enormes, y hasta la religión se había utilizado para justificar guerras, todavía quedaban santuarios entrañables de ese tipo en muchos lugares del país. No dejaba de ser curioso, precisamente, que uno de los países como que más se había ensañado con la naturaleza tuviera en su origen una religión así.



Pero además de esos santuarios de montaña o de río, existían también los santuarios de ciudad. Santuarios que en el pasado quizás hubieran tenido alguna conexión con el medio natural pero que habían sido complamente cercados por el monstruo urbano y hoy en día están totalmente rodeados de asfalto. De ese tipo, había tantísimos en Osaka, e Ishikiri jinja, el santuario de Ishikiri, era uno de ellos. Si bien, al encontrarse en un suburbio periférico, y no el centro, en la zona apenas había rascacielos, ello no impedía que a cada paso se notara esa típica sensación de estrechez de tantas grandes ciudades asiáticas. Y además, con los edificios humildes, algunos hechos de mera chatarra o de trozos de otros edificios, ascendiendo apretujados por la montaña, el barrio de Ishikiri parecía una combinación entre los cerros de Caracas y una ciudad futurista tipo Blade Runner. Y como telón del fondo, como una alfombra de luciérnagas, la propia ciudad, con sus enormes rascacielos. Un panorama hermoso y romántico digno de aquellas películas americanas de antaño. Y es que la noche era quizás el único momento en que Osaka, esa jungla de cemento sin parques ni edificios históricos, que por el día parecía más un montón de piezas de tente dejadas caer a al azar las unas sobre las otras, se convertía en una ciudad hermosa. Por lo menos cuando era contemplada desde arriba.



Después de recrearse apenas unos segundos con esa bella estampa nocturna, Osui descendió hacia el santuario con cierto nerviosismo, pero a la vez llena de optimismo y confianza. Desde tiempos inmemoriales, los japoneses seguían la tradición de acudir al santuario a rezar en año nuevo, o como más tarde el día segundo o tercero. Primero lanzaban unas monedas a la hucha de la caridad y rezaban o pedían un deseo. Luego, en la parte posterior del tiemplo, hacían una nueva donación y recibían la predicción para ese año. Si la predicción era mala, ataban el papelito en donde éste estaba escrito a la rama de un árbol, y de esa manera los malos augurios quedaban en teoría conjuradas. O al menos eso es lo que los japoneses pensaban. De cualuier forma, últimamente el sistema había cambiado y la profecía se había convertido en sentencia irrevocable e irreversible, así que de nada servía ya colgar el papel en el árbol.



Mientras avanzaba por el estrecho callejón rodeado de tiendas que hacía de antesala al recinto religioso en sí, Osui iba fijando la vista en los diversos productos tradicionales que en los escaparates se ofrecían, si bien su intención era dirigirse directamente al santuario sin comprar nada. Muchos de los comercios situados en los alrededores de Ishikiri jinja no habían cambiado en siglos y, como tantos otros negocios de los que aún quedaban en todas las ciudades y pueblos japoneses, seguían fabricando la mercancía según los métodos tradicionales del lugar, con la única diferencia de que últimamente las tareas más duras las hacían los robots. Al contrario que los robots de Umeda, Namba, Kitashinchi y Shinsaibashi, que eran los más avanzados y elegantes del mercado, la mayoría de los robots de Ishikiri estaban considerablemente oxidados y viejos, y de hecho, a muchos de ellos les faltaba algún miembro, o algunas sus piezas originales habían sido sustituidas o reparadas utilizando como recambio material desguazado o piezas de antiguos electrodomésticos, o por chatarra reciclada de los vertederos industriales. De la misma manera, algunos de los viejos que acudían al santuario para pedir una cura milagrosa también tenían implantes robóticos en su cuerpo. Pero mientras que los implantes de los ricos no desentonaban del resto del cuerpo, pues estaban confeccionados utilizando tejidos orgánicos que imitaban el color, la forma y la textura de la piel humana; los viejos de esta zona usaban implantes oxidados o piezas descartadas de otros objetos., cosa que les hacía parecer similares al Terminator meramente mecánico de la primera parte de la secuela.



Osui recordó en ese momento una conversación que había mantenido unas décadas antes, cuando acababa llegar a Japón desde su país natal, China, con un compañero de clase de japonés llamado Barata. Durante aquella conversación, Barata le había contado cómo los Estados Unidos estaban preparando avanzados robots para la guerra, incluyendo un avión no tripulado capaz de bombardear objetivos remotos mientras era controlado a miles de kilómetros de distancia, como si se tratara de un videojuego. Si todo eso le había parecido terrible, mucho peor era sin duda lo que había pasado después, cuando el nivel del mar había subido haciendo desaparecer países enteros. A menudo, Ousi se preguntaba qué habría sido de Barata y del resto de sus compañeros de clases. Llevaba décadas sin encontrarse con ninguno de ellos. Pero al fin y al cabo, tampoco sabía nada de su propia familia. Cuando las cosas se habían empezado a poner feas, había intentado por todos los medios volver a China para visitarlos. Pero en esa época ambos gobiernos habían impuesto el toque de queda, haciendo imposible entrar o salir del país. Sólo los políticos y las estrellas del pop, así como algunos multimillonarios, tenían autorización para cruzar las fronteras. Aunque no hay que olvidar a los que lo hacían ilegalmente. Cazatalentos, exhiliados políticos, inmigrantes. Gente que se jugaba su propia vida para perseguir su sueño o huir de una existencia que se había tornado pesadilla. Muchos de esos fugitivos acababan en barrios marginales como el de Ishikiri.



A Osui no le habían caído nunca bien los robots. Desde el principio, había pensado que si se llegasen a producir robots inteligentes estos se dedicarían a manipular a las personas o a exterminarlas. Pero no había sido así. En cuanto surgieron robots capaces de pensar y sentir como los humanos, lo que ocurrió es que se hicieron corrompibles y perezosos, y perdian el tiempo en actividades tan absurdas como las que hacían las personas corrientes. Así que, aunque también había robots honrados y decentes, la mayoría, o desperdiciaban su tiempo libre en el pachinko, o pensando en la manera de escaquearse del trabajo lo máximo posible, o creyéndose las mentiras que decía el gobierno, o participando en manifestaciones fascistas o buscando la forma de timar a las personas o a otros robots. Ishikiri, sin ir más lejos, tenía muy mala fama por culpa de sus carteristas, muchos de los cuales eran elllos mismos robots. Robots que en un principio habían sido diseñados hermosos e inteligentes, capaces de superar al hombre en cualquier ámbito, pero que habían acabado pervirtiéndose y perdiéndolo todo y teniendose que trasladar a buscarse la vida en lugares como Ishikiri, donde vivían los peores buhoneros, traficantes, adivinadores de mano, fugitivos e inmigrantes ilegales de países que desaparecieron bajo el océano..



Ya había casi llegado, pues al fondo se veía el torii o puerta de entrada al recinto, y la multitud que acudía al mismo había ido aumentando hasta el punto de que no se podía seguir avanzando sino muy lentamente y con la gente que iba detrás respirándote casi en la nuca. También era mayor el número de tiendas de comida tradicional que se veían a ambos lados de la calle, alineadas cada vez más apretujadamente junto con unos misteriosos comercios en los que se leía la mano. De vez en cuando, había también pequeños santurarios secundarios dedicados a divinidades menores con diversas propiedades curativas.



Al entrar en el santuario, Osui se puso a la cola de los que esperaban para hacer la donación. Pese a la gran aglomeración que había y la enorme importancia del momento, los japoneses esperaban con paciencia su turno, siguiendo ordenadamente a la persona que tenían delante y guardando escrupulosamente el orden. Ah, as buenas maneras y el orden. Una de las tradiciones japonesas que más le gustaban a Osui, y una de las pocas que no se habían perdido en esas épocas tan difíciles.



Como la fila avanzaba más rápido de lo que había pendado, tras unos quince minutos haciendo cola, Osui llegó al fin al edificio central del santuario, e, igual que hacían las demás personas, lanzó unas monedas y rezó una pequeña oración, haciéndole a Dios la misma petición que le había hecho en los últimos años desde que los océanos se habían desbordado y la vida en los territorios que no habían quedado sumergidos se había vuelto un infierno para tantas personas. En Osaka, por ejemplo, el agua se había tragado gran parte de la ciudad, de manera que ahora el puerto estaba casi en Umeda, que antes era casi el centro geofrçafico. Algunos de los rascacielos de la antigua zona portuaria se habían convertido equeños islotes que sobresalían unas decenas de metros por encima del nivel del mar.



A continuación accedió a la parte trasera del templo y se puso hacer cola en una nueva fila que partía desde de los tenderetes en los que las sacerdotisas sintoístas, con sus uniformes a lo Star Treck, controlaban que todo el mundo pagara los cien yenes que costaba el omikuji con la predicción para el nuevo año. A parte de las sacerdotisas, a Osui le llamaban la atención los guardias de tráfico que controlaban a las multitudes con sus sables láser.



Tras pagar los cien yenes, la sacerdotisa asintió con la cabeza. Osui metió la mano en la caja y rebusco entre todos los omikujis hasta atrapar al azar uno de los que se encontraban en el fondo. Si hasta entonces había estado completamente confiada en su suerte, en ese momento se le puso la piel de gallina y el corazón le empezó a latir con gran violencia. Abrió el papel en la que su suerte para este estaba escrita. Al ver lo que había escrito, lanzó un grito de alegría. Ooyorokobi. Mucha suerte. Iba a poder seguir viviendo otro año.



Desde que las cosas se habían puesto difíciles en la tierra porque el nivel de los océanos se había desbordado, tragándose naciones enteras y una parte considerable de la superficie del Japón, debido a la falta de espacio en la tierra para producir la comida y la energía suficientes para alimentar a todas las personas y a las maquines, los gobiernos habían tenido que fijar límites de población y establecer un método para no superar esos límites. En Japón, excepto una élite de artistas, personalidades destacadas del espectáculo, de la política, del pop y de la familia imperial, el resto de la población tenía que participar cada año en el sorteo en el que se determinaba quién podía seguir viviendo y que no. Bien pensado, era sin duda de una gran crueldad decidir algo tan importante como la vida o la muerte de una persona mediante un simple sorteo.



Pero Osui se consideraba así mismo una persona afortunada. Y objetivamente era cierto. Tenía gran suerte de vivir en Japón, donde al menos, gracias a la nueva administración Hatoyama, que ya llevaba 35 años en el pode, se realizaba un sorteo. Pues en su país, igual que en los Estados Unidos, el gobierno elegía directamente quién debía morir. Lo mismo que pasaría en Japón si el partido de Aso y de Koizumi se hubiera mantenido en el poder hasta entonces.



Otros cuentos japoneses del mismo autor:




-La experiencia japonesa de James Douglas Paterson

-El cuento de los 12.000 yenes.

-El cuento de los kanjis.

domingo, 24 de enero de 2010

LA COMUNITAT, LA PEOR NOVELA DE LA HISTORIA, POR PACO CAMPOS. CAPÍTULO SÉPTIMO

(Atención: Esta novela consta aproximadamente de diez capítulos. Para leerla desde el principio, pincha aquí.)






Abrió los ojos. Alguien le estaba tirando del hombro. Era Aso Soridaijin, el Presidente del Japón.




Al contrario que casi todos los líderes mundiales (sobretodo los de los países hispanohablantes), y que la mayoría de los habitantes del imperio japonés, por suerte ya reducido meramente a cuatro islas y a varios miles de millones de islotes, Aso Soridaijin hablaba inglés perfectamente, pues parte de sus estudios unviersitarios los había cursado en centros elitístas de la calaña de Sanford o la Londres Escuela de Económicas. Su experiencia de esa época, en la que todo había sido diversión y apenas había tenido que realizar esfuerzo alguno, contrastaba vivamente con la de la mayoría de los estudiantes universitarios japoneses no multimillonarios, quienes, incluso viviendo en casa de sus padres, en vez de esforzarse plenamente en los estudios, estaban casi obligados a pasarse el tiempo haciendo trabajos basura, a tiempo parcial, para costearse sus gastos de la época universitaria.



No era, por tanto, culpa del inglés del Sori el hecho de que, por unos momentos, Obama no estuviera entendiendo nada de lo que el Primer Ministro le decía. En realidad, lo que estaba ocurriendo es que al cerebro del presidente de los Estados le costaba arrancar más de lo habitual porque no estaba acostumbrado a despertarse borracho de repente de madrugada, después de que le hubieran pegado una paliza, tirado en la acera de una ciudad extranjera como un miserable pordiosero. Pero Obama Daitorio era un tipo inteligente y lúcido en cualquier estado. De hecho era sin duda el más inteligente de los líderes del mundo libre. Así que, antes de entender lo que le estaban diciendo, su mente había tejido por sí misma un certero mapa de lo que ocurría, y a partir de ese momento las palabras de Aso Soridaiji fueron haciéndose cada vez más inteligibles.



-Cerveza, necesito cerveza- le dijo a su vez Obama Daitorio a Aso en cuanto pudo hablar. Al parecer, el Primer Ministro de Japón también había huído de la Casa Blanca, cansado además de tantos formalismos, para evitar tener que hacer declaraciones ante la prensa acerca de cierto asunto doméstico turbio que le venía persiguiendo en las últimas semanas. Por casualidad, igual que Obama Daitorio, había acabado pasando por el Hotel... (INTRODUZCA AQUÍ EL NOMBRE DE SU ESTABLECIMIENTO HOTELERO. PARA CONSULTAR TARIFAS Y OFERTAS, PÓNGASE EN CONTACTO CON EL EDITOR DEL LIBRO), sin duda uno de los mejores hoteles de Valencia, donde había entablado conversación con el recepcionista nocturno, una especie de iluminado que hablaba inglés e incluso algo de japonés. Había pasado un rato agradable en la recepción de ese hotel, relajándose de paso de las obligaciones de su cargo y entablando conocimiento con los nativos de la ciudad. Pero lo más importante es que había conseguido chelas fresquitas, de manera que, ante la petición del presidente yanqui, elegantemente se había podido sacar dos hermosas latas de tenis del bolsillo de su chaqueta, dándole una al primer presidente negro.



-Me ha costados Dios y ayuda conseguirlas –explicó orgulloso Aso Sori-. Al parecer en casi toda España existe una extraña ley por la que no se pueden vender bebidas alochólicas a partir de las diez de la noche si no es en los bares. Así que he tenido que sobornar a base de bien a un chino para que me las consiguiera. Le he nombrado ministro de infraestructuras...



Casi antes de que Aso comenzara siquiera a pronunciar tales palabras, Obama Daitorio estaba ya disfrutando con deleite de la refrescante y hermosa chela que el destino le había reservado esta vez como desayuno, así que no había entendido o más bien no había escuchado la broma del Primer Ministro. Sumido en un cúmulo de pensamientos amargos, contemplaba en silencio el paisaje urbano que tenía a su frente, un hermoso bulevar con jardines y estatuas clásicas exageradamente iluminadas. A ambos lados de ese bulevar, por la calzada, el flujo de automóviles, aunque intermitente, no había llegado a detenerse en ningún momento de la noche. Pese a que eran las dos o las tres de la madrugada y casi todos los comercios se encontraban cerrados.



Pero no es eso lo que más le había llamado la atención de Valencia, sino la iluminación nocturna, un elemento que de por sí solo acentuaba el dolor de cabeza de Obama Daitorio. Estaban en bancarrota,y habían obligado a Bono a aorganizar un concierto y a la comunidad internacional a realizar un esfuerzo titánico para salvarles. Y aún así tenías que ponerte gafas de sol por la noche para que no te dolieran los ojos.



-Mi hermana vivió en España durante varios años –estaba explicando Aso Sori-. Es uno de los países de Europa en los que a la élite gasta menos dinero en mantener al populacho controlado. Pues el clima, el paisaje, la comida y la cultura son excelentes, y durante todo el año se suceden festivales, tradiciones y celebraciones variadas que apenas cuestan dinero al gobierno. Sólo con eso, más el discurso antiegipcio y el fútbol, se pueden permitir el gasto social más bajo de Europa occidental sin ninguna reacción hostil del pueblo en su contra.



“Lo cual, para tratarse de un país europeo sin duda está muy bien –continuó el político japonés-. Aunque por supuesto, lo nuestro es más barato. En vez de tener seguridad social gratuíta nos limitamos a un sistema de tiendas de conveniencia que venden alcohol fresquito 24 horas al día. No es igual de eficaz, por supuesto, pero también funciona bastante bien, y sobretodo es mucho más barato. Ah, me pregunto porque los a los políticos redactamos tantas leyes que no tienen ningún efecto, ni positivo ni negativo, sobre la vida de las personas. Me pregunto si será simplemente que necesitamos justificar nuestro trabajo.”



Aso seguía pronunciando su análisis político, inconexo pero profundo, con esa característica voz suya de mafioso italiano, de político curtido en mil batallas terribles. Obama escuchaba sin decir nada, mientras seguía disfrutando de su cerveza a base de tragos profundos y largos. Aunque se estaba quedando sorprendidísimo de la profundidad del análisis de Aso, a quien por discursos anteriores y encuentros previos había considerado hasta entonces un vacío conceptual o un cretino.



Pasaron unos turistas británicos borrachos sin camiseta por detrás de la parada de autobús donde los presidentes de las dos mayores economías del mundo estaban sentados celebrando su particular cumbre. Los hooligans estaban hablando en voz alta sobre política, casi gritando. Aso Soridaiji los miró por un momento sorprendido, casi indignado, como si la parte más tradicional y japonesa de su personalidad se estuviera imponiendo en esos momentos en su interior. Pero enseguida reparó en que lo que las palabras de esos hooligans eran muy parecidas a las que a él mismo le obligaban a decir en los mítines. Tuvo la tentación de reir físicamente, pero hacía ya siglos que no reía, excepto para sí mismo, y se había olvidado de hacerlo en público, debido a que carecía de una persona con la que poder reir a diario. Así que siguió hablando mientras miraba hacia al frente, pero sin tener del todo claro si estaba siendo o no escuchado



-Nosotros también aplicamos ese sistema, -continuó explicando. Y en estos momentos, el Sori se alegró de ver que Obama Daitorio ya le escuchaba e incluso se volvía para mirarle a la cara- y por eso hacemos un gran esfuerzo de promoción de los festivales tradicionales. Pero sobretodo, lo que nos ha mantenido casi 70 años en el poder ha sido el hecho de haber conseguido manter vivo el conflicto en Corea.



Obama Daitorio estaba ya totalmente enganchado al discurso del Sori. Con la chela había recuperado la lucidez, y se estaban generando en su interior ciertas expectativas. Y luego estaba el hecho curioso, pero interesantísimo, de haber encontrando a un líder mundial dispuesto a explicarle con franqueza los asuntos de su país. Por un momento pudo el Presidente de Estados Unidos dejar a un lado sus problemas propios, mientras Aso seguía y seguía:



“Sin embargo, partir de ahora lo vamos a tener más difícil, porque los japoneses viven cada vez peor, e incluso muchos de ellos verdaderamente mal. Y a nosotros ya no nos queda nada nuevo que darles.”



-¿Cuáles son las diferencias entre los partidos más votados de Japón.-le preguntó Obama Daitorio a Aso Sori, de repente, en ese momento, con verdadera curiosidad.



-En Japón, los tres partidos más votados en Japón son casi iguales. El liberal, el democrático liberal, y los budistas de centro derecha, que en realidad son paramilitares de extrema derecha camuflados. Yo a veces me olvido incluso de si pertenezco a los liberales o a los demócratas liberales, de tanto que nos parecemos y porque siempre votamos casi todo de la mano y además los nombres en japonés son un lío, se me dan realmente mal. Y aparte están los comunistas, el único de los partidos japoneses que sirve en realidad al pueblo. Yo siempre les voto, aunque ni siquiera mi familia lo sepa.



-Sí, los conozco. Me enviaron una carta hace poco.



-Los comunistas siempre han sido reprimidos en Japón –siguió Aso-. Cuando la gente se da cuenta de que el resto de los partidos les roban, siempre se quedan como única alternativa posible, aunque supongo que lo mismo que ocurre en el resto de los países. Yo he trabajado en muchas naciones, e incluso he sido traficante de diamantes en África, y me he dado cuenta de una cosa. La revolución está en el corazón de la gente y sólo puede ser detenida de tres maneras. O por la fuerza, o con subsidios y bienestar económico, o con manipulación mediática. Aunque, por supuesto, lo má frecuente es una una combinación de los tres.”



“En cuanto el PCJ se acerque lo más mínimo al poder, les acusaremos de colaborar con Corea del Norte y encarcelaremos a todos sus líderes. Será, por supuesto, un acto de una cobardía y un cinismo insoportable, pero nos las apañaremos para que el pueblo lo tolere. Por cierto, en la actualidad hay ayuntamientos de mi partido que, cuando se les presenta una persona del pueblo pidiéndoles ayuda por deudas o porque tienen serios problemas personales u económicos, envían directamente a esas persona a la sede del Partido Comunista. Es terrible, pero yo no tengo apenas poder para cambiar las cosas.“



Era una mañana húmeda y cálida en Valencia, una textura aceitosa de los alimentos fritos. Daitorio Obama había terminado su chela e hizo un gesto a Sori a darle otra. Al escuchar las explicaciones de que, dentro de las nuevas preguntas fueron surgiendo. Sin duda, el presidente japonés dio cuenta de que estaba pensando algo. Se había relajado tanto, a pesar de ser un político, que no hizo nada que ocultar. De repente se le preguntó:



-¿Qué opináis allá de Chávez? ¿A ti también te obligan a enfrentarte a él constantemente?



-Para nada –la respuesta de Obama causó sorpresa en su interlocutor-. De hecho, yo personalmente me llevo muy bien con él. En Japón hay un gran desconocimiento sobre América Latina y lo que pasa allí no afecta tanto. Por eso nos podemos permitir mantener relaciones meramente pragmáticas. Hugo es un hombre interesantísimo, que viene a Japón de vez en cuando, y cuando viene siempre hablamos mucho y nos lo pasamos muy bien. Sabe una barbaridad de béisbol.



Siguieron departiendo durante un rato, aunque casi siempre era el Sori el que decía algo y Obama Daitotorio se limitaba a escucharle con atención. Después de la segunda chela ya eran como amigos. Aso se sentía lo suficientemente confiado para atacarle políticamente, cosa que pilló desprevenido a O.



-Yo no puedo hacer nada. Tengo la vida ya solucionada aunque se trate de una completa mentira, y si intenara cambiar el estatus quo me matarían y lo harían pasar por suicidio.



“Nosotros estamos invirtiendo ingentes recursos en ahorro energético y en transporte limpio. Ya usamos auobuses urbanos que funcionan con el aceite de tempura usado que desechan en los restaurantes. Además tenemos el territorio lleno de bases vuestras y una constitución que escribisteis vosotros. Y por si fuera poco, en cualquier momento en que bajemos la guardia, puede que nos acabéis metiendo en una guerra absurda contra China. Y yo ya soy mayor y tengo el futuro de mi familia bien atado. Pero tú eres el Presidente de la nación más grande del mundo, deberías hacer algo.



Realmente el diálogo se terminó allí. Obama Daitorio no contestó, pues era tan obvio que el Sori tenía razón, y además, le habían dicho tantas veces lo mismo, que no hacía falta añadir nada a ese asunto. Es más, después de este comentario, Aso y Obama se quedaron callados, pensativos, durante varios minutos.



No cabía duda de que había subestimado a ese hombre. Si él tenía una respuesta escondida era difícil saberlo, pero lo único claro es que el presidente de los Estados no la tenía. Seguía estrujándose la cabeza, pero con la taja le costaba cada vez más pensar. Al final, decidió dejar de devanarse los sesos. Lo único que le apetecía era otra cerveza.



Aso lo había entendido todo mejor que Obama, y por lo tanto en su interior era mucho más optimista. Quizás por la experiencia, pues era décadas mayor que él. Irónicamente, necesitaba todavía tiempo. Era mejor darlo por finalizado por el momento:



-Realmente la situación es difícil –dijo Obama Daitorio al fin, reconociendo su derrota- Lo sé. Ahora mismo, reconozco que no tengo ni idea qué es lo que puedo hacer al respecto. Pero hay un Presidente con el que me encanta entrevistarle siempre que las cosas se ponen malas. No quería llegar a ese extremo, pero la situación tampoco me deja otra alternativa. Uno de los líderes mundiales con los que da gusto encontrarse en tiempo de crisis. Pues después de una entrevista con él uno se siente siempre seguro y aliviado, con el entendimiento claro y con absoluta capacidad para tomar cualquier decisión importante, por muy dura que resulte.



-Te refieres sin duda al presidente de España, Jose Luis Rodríguez Zapatero ¿verdad?



-Claro, ¿no te gustaría verle ahora mismo?



-Por supuesto, no sé que hacemos sentados en una parada de autobús, hablando de solucionar todos los problemas del mundo, cuando podríamos estar ahora mismo con él haciendo algo de verdad provechoso.



-Creo que estaba en Valencia estos días, negociando el tema de las deudas ¿Tienes su móvil?



-Sí, voy a llamarle.



Llamaron a Zapatero, y resultó que en efecto estaba alojado en un apartamento privado de lujo en el centro histórico, un apartamento que le había prestado un amigo para mantenerse alejado de los focos mientras duraran las negociaciones sonbre la deuda.



El presidente agradeció mucho la llamada y contestó a Aso que estaría encantado de recibirles. Así que, con ayuda del mapa que habían recibido en el hotel de Rusfa, emprendieron el camino a través de las callejuelas del centro de la ciudad hasta llegar a casa del Estadista. Durante la travesía estuvieron admirando de la belleza de la capital del Levante. Era increíble que una urbe que parecía tener tanta historia hubiera acabado vendiéndose al precio de chatarra oxidada.



Conforme se acercaban al lugar en el que se hallaba el presidente del gobierno, Obama Daitorio y Aso Soridaijin se encontraban cada vez más animados y esperanzados. Desde que estaban en el gobierno, sus encuentros con Zapatero siempre iban precedidos de una gran esperanza y acompañados de esa especie de excitación. Tenían la certeza de que el encuentro sería porvechoso y saldrían con las ideas claras. Al llegar al sitio indicado, les abrió el propio Estadista en persona, vestido con un batín hortera de color azul.



-Estoy realmente complacido –empezó a hablar ZP, sonriente- de que dos líderes internacionales de tanta talla y a la vez dos grandes demócratas como Primer Ministro Aso y Obama Daitorio tengan la amabilidad de visitarme pese a nuestras diferencias ideológicas...



Obama y Aso estaban de pie en medio del salón, contemplando concentrados al presidente español mientras se lanzaban miradas de soslayo entre ellos. Estaban como esperando a que fuera la otra persona la que se decidiera a empezar, y su actitud recordaba a la de dos niños a punto de hacer una gamberrada. Pero pasaban los segundos y ninguno de los dos se decidía.



Hasta que al fin, como no veía a Obama Daitorio muy seguro de sí mismo, fue Aso Soridaijin el que tomó la resolución de actuar. Así que dio un paso adelante hacia el presidente español y sin vacilar le propinó un fortísimo puñetazo en la cara. ZP se fue al suelo, pero se levantó a los pocos segundos y siguió hablando a sus huéspedes como si nada:



-Desde mi talante democrático, y desde mi respeto profundo a tus convicciones ideológicas,me gustaría advertirte humildemente que al golpearme la cara de lado te has debido de hacer bastante daño en los nudillos, por lo que a partir de ahora te recomiendo pegar siempre de frente y secamente para que sea yo sólo el que se haga daño, y así poder seguir nuestra misión como jefes de estados que se comprometen con la paz y con la alianza entre las distintas civilizaciones.



Después de esa soberana tontería, a Obama Daitorio no le costó nada pegarle un guantazo, y lo hizo de lado y con bastante rabia, cosa que hizo reir al presidente japonés. “A que te sientes mejor “–dijo éste, mientras ZP se disculpaba por no haberles ofrecido nada de beber y se dirigía a la nevera para traerles algo-.”En efecto, no hay nada mejor que una reunión con un gran líder como el Presidente español para relajarse, liberar tensiones y volver a visualizar con claridad el complicado panoráma político internaional“–contestó Obama Daitorio, riéndose a su vez.



A partir de ese momento, el presidente japonés y el de América del Norte excepto Canadá, se alternaron con ritmo sabrosón en su labor de golpear a Zapatero, quien se mostraba al parecer complacido por la atención recibida pese a que su rostro empezaba a estar bañado en sangre. A veces le pegaban por separado, otras a la vez desde ambos flancos. A veces de un sólo gol`pes con el que intentaban tirarlo al suelo. Otras veces con series de golpepes más rápidos. A veces también patadas y cabezazos. ZP no dejaba nunca de sonreirles a los dos.



La escena se prolongó durante varios minutos, casi media hora, aunque llego un momento en que el Presidente español había dejado totalmentede sonreír y, puesto que su rostro mostraba una desagradable mueca de dolor, parecía que cada vez le iba a costar más aguantar los golpes de los otros dos estadistas. Pero ZP no iba a darse por vencido en ese momento. Sabía que tenía que seguir esforzándose en aras de la concordia y de la alianza de civilizaciones. Los dos mandatarios seguían y seguían dándole, sin manifestar síntoma alguno de cansancio.



Hasta que en un momento dado uno de los golpes debió de romper alguna pieza importante dentro del Presidente español y la actitud de éste cambió súbitamente. Pues ahora ZP había empezado a hablar de repente, sin ton, a todo volumen, sin detenerse ni escuchar a nadie, como si se hubiera convertido una radio vieja que se pusiera en marcha sola. El contenido de lo que decía ahora carecía totalmente de sentido y resultaba completamente fuera de contexto, mezclando a toda velocidad y sin motivo discursos que ya eran de por sí absurdos. Obama Daitorio y Aso Soridaujin lo comprendieron de inmediato: se habían pasado. Al final habían roto al Presidente de la Monarquía Bananera.



Sus aseveraciones de que pronto España iba a alcanzar el pleno empleo, cuando en esos momentos la tasa de paro en España era casi del veinte por ciento, la más alta entre los países autodenomidados “desarrollados”; sus insultos al PP acusándoles de todos los males de España, pese a que llevaba ya 5 años en el gobierno; su compromiso con la paz y los trabajadores, a los que afirmaba no iba a fallar; su afirmación de que el sistema bancario español era de los más sólido y de que no existía crisis sino una leve desaceleración; todos esos comentarios absurdos pronunciados robóticamente sin orden ni concierto, sin que nadie le hubiera preguntado nada, parecían sacar cada vez más de quicio a los presidentes de Japón y Estados, por mucho que éstos no entendieran apenas castellano.



Ocurría, además, que conforme le golpeaban con más violencia aumentaba también la velocidad y el volumen del soliloquio de Zapatero, lo que hacía que los dos líderes se enfadaran más aún y se reanudara así, indefinidamente, el mismo círculo vicioso.



Llego un momento en que a Obama Daitorio y a Aso Sori les dolían ya los nudillos de tanto pegar, mientras que Zapatero estaba totalmente fuera de control, ya convertido en una monstruosa máquina de gritar tonterías ininterrumpidamente a una velocidad infernal.



Y de repente, la rabia de Obama Daitorio se diluyó al darse cuenta de que ni siquiera machacando a aquel pobre loco era capaz de quitarse la frustración que sentía. Se sintió triste y empezó a odiar a Zapatero por simple superioridad, como si le asqueara el mero hecho de que existiera alguien aún más infeliz que él mismo.



Aso Sori también se había cansado de golpear. Aunque en realidad, sólo estaba allí para hacer reflexionar a Obama. Nadie sospechaba de qué lado estaba en realidad Aso, político proviniente de una de las familias más importantes de Japón, una familia que había dado al país varias decenas de ministros y unos cuantos primeros ministros. Todos creían que era un simple paleto ultraderechista más, ese aficionado al manga que siempre se equivocaba con los kanjis, uno de los políticos más odiados por su pueblo desde que Japón parecía una democracia.



Se fueron del apartamento tapándose los oídos. Pues ensangretado, tirado en el suelo como un muñeco roto, Zapatero continuaba con sus discursos absurdos e inconexos que nadie le había pedido y que nadie estaba escuchando. Acababan de salir a la calle, pero todavía se le oía.





lunes, 18 de enero de 2010

LA COMUNITAT, LA PEOR NOVELA DE LA HISTORIA, POR PACO CAMPOS. CAPÍTULO SEXTO

(Atención: Esta novela consta aproximadamente de diez capítulos. Para leerla desde el principio, pincha aquí.)



En realidad, el hecho de que que estuviera aplicado unas políticas tan reaccionarias era enteramente por culpa de su sobrino, y por eso llevaba desde que llegó al gobierno intentando inventar, mas sin ningún éxito, alguna manera de quitárselo de encima. Pues no estaba autorizado a desobedecerle, ya que como ayudante personal del Príncipe de las Tinieblas y del Multimillonario Máximo gozaba de una posición jerárquica superior a su cargo meramente protocolario como Presidente de la Unión. Y además, el descarnado y vil mequetrefe le sometía a todo tipo de chantages que incluían a menudo referencias a la integridad física de su familia, y le imponía una agenda ocupadísima para que no tuviera tiempo de reflexionar sobre sí mismo y sobre estado de la nación. De hecho, el único momento del día en el que Obama Daitorio podía relajarse un poco y pensar tranquilo era durante las pausas que hacía en sus discursos para que la gente le aplaudiera.




El Multimillonario Máximo era el hombre más poderoso del mundo y el que disfrutaba realmente del control sobre la política internacional y sobre los medios de comunicación de masas que desinformaban constantemente a la población de los países occidentales. Provenía de una familia de banqueros que habían acumulado una inmensa fortuna, ya desde el siglo XIX, financiando el contrabando de esclavos con la permisimidad de los gobiernos de Estados Unidos y del peor país del mundo. A principo del siglo XX, los miembros de esa familia habían juntado ya tanto poder que eran capaces de crear crisis económicas a su antojo para chantajear al propio gobierno con las mismas. Poco a poco, ese tipo de chantajes, junto con su dominio de la Reserva Federal y de las principales instituciones económicas globales, les fue otorgando también el control efectivo del propio gobierno, que utilizaban como una marioneta para imponer al resto del mundo su agenda militarista y globalizadora.



Aunque el Multimillonario Máximo se movía siempre en función de sus objetivos totalmente egoístas y avariciosos, en realidad nunca actuaba sólo, pues sus intereses estaban enmarañados con los de las principales casas reales del viejo continente, con los de los financieros de Londres, con los sionistas de Wall Street, con las petrodictaduras del Golfo Pérsico, con el Pentágono y con los núcleos de poder cercanos al emperador de Japón. A todos ellos les unía el interés de expandir el capitalismo ý la ideología neoliberal por todos los confines del planeta, y para ello empujaban juntos en la misma dirección con todos los medios de comunicación, instituciones culturales, organismos internacionales y ejércitos de los que disponían.



Tenían objetivos muy claros a largo plazo, empezando por la creación de un gobierno único mundial (por supuesto bajo su control), de una moneda única mundial, y por el exterminio de una gran parte de la población y la imposición de un microchip al resto. De esa manera controlarían los ya menguantes recursos de la Tierra, así como movimientos físicos y bancarios de cada uno de sus habitantes. Desde ese momento, podrían negar la pertenencia a la sociedad, simplemente desconectándole el chip, tras acusarle de terrotista, de traidor a la patria, o de cualquier cosa que se les ocurriera, a toda persona que se opusiera a sus ideas de dominación mundial.



El Multimillonario Máximo organizaba todos los años una reunión secreta a la que invitaba a las personas más influyentes del mundo, a los políticos más importantes, a los industriales más poderosos y a los Premios Nobel de la Paz, a reunirse secretamente en algún hotel de lujo de un país distinto del mundo para poner en común sus ideas y para transmitirles las lineas de desarrollo que tenía pensadas para los años siguientes. Hay que decir que los medios occidentales nunca informaban de estas cumbres, cosa que no era de extrañar teniendo en cuenta que sus dueños eran miembros del club. El único que había dicho algo al respecto era un humorista de un conocido periodico británico que había acudido a la reunión de Atenas para demostrar que lo del club no era más que otra teoría de la conspiración, pero que al intentar acercarse al hotel donde la cumbre se celebraba, y también durante sus posteriores periplos por Atenas, había sido hasta tal punto acosado por los matones de la cumbre que había terminado por convencerse de la existencia del club.



Una parte importantísima de su tiempo la pasaba el Millonario Máximo, en compañía de su hombre de confianza el Príncipe de las Tinieblas, supervisando y controlando la política de Estados Unidos y de sus aliados y vigilando para que nadie se desviara de los intereses particulares que él les trazaba y de los planes que junto a sus asesores había diseñando para aumentar los privilegios de sus empresas y para poder subvertir un número más grande aún de gobiernos. Como ya era un hombre viejo y cansado, que se había enfrascado en una tenaz lucha contra la naturaleza para alcanzar la inmortalidad, durante los últimos años había ido delegando una parte cada vez mayor de sus responsabilidades en su hombre de confianza.



El problema era también que Printi, aunque más joven que M&M´s, atravesaba últimamente graves complicaciones de salud. Y aunque Emamens tenía a una de las mejores universidades de Estados Unidos trabajando exclusivamente, y a tiempo completo, en la búsqueda de una cura para su enfermedad -y también había comprado secretamente, rompiendo el bloqueo por él mismo impuesto, ciertas medicinas cubanas que eran las mejores del mercado para mitigarla, aunque no consiguieran curarla del todo-, lo cierto es que cada vez sus periodos de inactividad eran mayores, lo que les obligaba a delegar muchas de sus responsabilidades, bastante antes de lo esperado, a la persona que habían elegido para que en el futuro se convirtiera en su sucesor: el sobrino de Obama Daitorio.



Sobre la verdadera identidad del sobrino de Obama Daitorio, era más bien poco lo que se conocía. Incluso altos funcionarios del gobierno que lo veían a diario entrando y saliendo; haciendo y desaciendo, en la Casa Blanca, carecían de la más vaga noción de quién era en realidad. Entre los pocos que creían tener algún acceso, aunque insuficiente, a algo de información verdadera al respecto, se rumoreaba que en el pasado había sido un isurgente que había luchado con singular inteligencia y efectividad contra el imperialismo en todo el mundo, llamando por ello la atención del mismímo Premio Nóbel de la Paz en mayúsculas e incluso del Príncipe de las Tinieblas. Éstos habrían conseguido finalmente reducir su voluntad de alguna manera, problemente mediante soborno, chantaje, tortura, o una combinación de las tres, logrando así que cambiara de bando y que se pusiera finalmente a su servicio, al servico de la democracia, del libre mercado, de la Comunidad Internacional, etc. Del sobrino de Obama se oían en todas partes historias casi extraordinarias, como que contaba con ciertos poderes casi sobrenaturales que le habían permitido durante años esquivar al ejército de Israel y de los Estados Unidos por tierra mar y aire. Cruzar el Nilo andando, introducirse en Gaza volando, escapar de las fuerzas del Mosad ocultándose en las Pirámides de Egipto, y burlarse de los intereses de la Comunitat Internacional del Bien y de sus lacayos en cada parte del mundo.



Como era raro que una persona de su corta edad se encontrara constantemente revoloteando alrededor de Obama Daitorio, le habían dicho a la prensa que se trataba simplemtente del sobrino preferido de éste. No había sido difícil colar esa historia a los periodistas, pues su color de piel era parecido y se parecían bastante en el estilo y en la manera de hablar. Y en cualquier caso, la prensa estaba toda bajo el control del Premio Nobel de la Paz en mayúsculas, y por lo tanto, ahora también, del propio sobrino. Así que, fuera en realidad una historia ingeniosa o no, estaban totalmente a su servicio, y por lo tanto, como siempre habían hecho hasta ese momento, publicarían cualquier patraña que les pedían por descabellada que fuera.



No habían pasado ni seis meses desde que había llegado a la Presidencia y Obama Daitorio estaba ya harto. Desde el principio, el sobrino de las narices se había revelado como un auténtico fascista que no le dejaba en paz ni un minuto. Con la amenaza continua de hacer sufrir a su familia si se negaba a seguir sus órdenes, le estaba obligando a llevar a cabo una política exterior más radical que incluso la del Imbécil. Y eso que el Imbécil le había legado una economía totalmente arruinada, era el único tarado en tres mil años de historia occidental al que se le había ocurrido bajar los impuestos mientras se mantenían dos guerras. Y por si eso fuera poco, estaba la decisión de hacerse con ese zombie económico llamado Comunitat Valenciana.



Obama Daitorio no aguantaba más, apenas le quedaban fuerzas para seguir soportando las obligaciones de su cargo. Así que esa noche Obama Daitorio había decidido alejarse de los círculos de poder de Washington para reflexionar en solitario sobre su vida actual y sobre sus posibilidades como presidente de los Estados Unidos. Anque se tratara sólo de esa noche, le vendría bien retirarse temporalmente del poder y abandonar esa ciudad; esa prostituta, totalmente atrapada en los juegos de corrupción, llamada Washington.



Se encontraba exhausto. De su sobrino, de toda la tensión del cargo, de las decisiones estúpidas que le estaban obligando a tomar. Había llegado a tal estado de frustración que necesitaba un respiro. No le era ya fácil seguir engañando tan descaradamente a la opinión pública mundial siete días a la semana y veinticuatro horas al día. Era verdaderamente duro, pues requería mantenerse en permanente estado de máxima concentración y en constante alerta, lo cual resultaba de lo más extenuante.



Así que esa noche había decidido dar plantón al Primer Ministro japonés con una excusa diplomática absurda y escaparse por la puerta de atrás de la Casa Blanca para ir andando en tranquilo y relajante paseo nocturno hasta la Comunidad Valenciana, ese pequeño territorio europeo que los Estados acababan de añadir a su lista de posesiones. En el transcurso de ese paseo, decidiría que rumbo darle a su política y a su vida a partir de ese momento. Todas las opciones estaban sobre la mesa para Obama Daitorio, incluyendo el suicidio.



En cuanto a la manera en que la Comunitat había sido añadida a los Estados Unidos, en un principio Obama Daitorio se había opuesto completamente a la transacción, aunque al final, como no tenía ni voz ni voto en el gobierno, su palabra ni siquiera había sido escuchada. El motivo por el que se había opuesto es que no le parecía bien, por motivos éticos, arrancarle a otro país un pedazo de su territorio para anexionárselo porque sí. Era lo mismo que hacía el Idiota. Pero en realidad, no tenía nada en contra esa operación desde el punto de vista económico. Parecía un negocio redondo, comprar una región entera, de tamaño mayor a muchos países europeos, a precio de verdadera chatarra capitalista. Había pensado que a lo largo tendría efectos positivos para América.



Pero el problema no era el desembolso inicial. El problema es que la Comunitat se chupaba literalmente la pasta. Era tal la corrupción que imperaba en ese territorio que todo el dinero que metían en la Generalitat para poner en funcionamiento su economía desaparecía instantáneamente como por arte de magia, convirtiéndose en un auténtico quebradero político y económico para su gobierno y en un suicidio para la ya de por sí mermada tesorería de su nación.



Obama Daitorio sentía una gran curiosidad por conocer esa tierra misteriosa y llegar a intuir qué es lo que la había llevado a la ruina. Pero su objetivo aquella noche no era salvar a la Comunitat, sino relajarse y meditar, callejeando por la noche como una persona cualquiera, alejado de las responsabilidades de su maldito cargo.



Obama Daitorio entró en Valencia caminando por la pista de Silla (Avenida Ausias March), y continuó paseando tranquilamente, sin fijarse en el paisaje, absorto como estaba en sus pensamientos. El clima era magnífico, una fresca noche de verano, maravillosa. Obama Daitorio se empezaba a sentir algo mejor después de tantos años sin poder dar un paseo libremente y pensar tranquilamente sobre sus asuntos.



Después de unos treinta minutos en línea recta por esa amplia y moderna avenida del extrarradio de la ciudad, Obama decidió doblar a la derecha por un callejón con el objetivo de conocer directamente una parte de la ciudad cualquiera, un barrio no elitista ni turístico sino popular. Aunque lo que hizo en realidad sin darse cuenta fue meterse no en un barrio normal, sino en uno de laz zonas más peculiares de Valencia. El barrio árabe de la ciudad,el barrio de Ruzafa o Rusfa.



Como no tenía ni idea de adónde dirigirse, acabo metiéndose a preguntar en el primer lugar que encontro abierto, el Hotel... (INTRODUZCA AQUÍ EL NOMBRE DE SU ESTABLECIMIENTO HOTELERO. PARA CONSULTAR TARIFAS, PÓNGASE EN CONTACTO CON EL EDITOR DEL LIBRO), donde fue atendido con suma amabilidad y servicio exquisito por el recepcionista de turno de noche, que le proporcionó también un mapa y una serie de consejos que le resultaron valiosísimos. El Hotel... (INTRODUZCA AQUÍ EL NOMBRE DE SU ESTABLECIMIENTO HOTELERO. PARA CONSULTAR TARIFAS, PÓNGASE EN CONTACTO CON EL EDITOR DEL LIBRO), es con diferencia, uno de los hoteles más elegantes y con mejor servicio y relación calidad-precio de todo el centro de Valencia.



Al salir del... (INTRODUZCA AQUÍ EL NOMBRE DE SU ESTABLECIMIENTO HOTELERO. PARA CONSULTAR TARIFAS, PÓNGASE EN CONTACTO CON EL EDITOR DEL LIBRO), Obama Daitorio todavía siguió caminando unos minutos por Ruzafa. Contrariando la idea que tenían tantos americanos de España (los que no se creían que era una provincia de Méjico o de Colombia), el barrio se encontraba casi desierto en aquel momento. La mayoría de los comercios habían ya cerrado y apenas se veía gente caminando por las aceras. No había ni un ápice de la fenomenal atmósfera nocturna que se le suponía a las ciudades del sur de Europa.



Finalmente, después de haber dado varias vueltas por Rusfa, los oídos de Obama Daitorio detectaron la presencia de un sonido musical al otro lado de la calle. Era jazz, y además de gran calidad, sonando desde el interior de un antro cuya persiana permanecía medio bajada.



Obama Daitorio no se lo pensó dos veces. Un lugar calido donde poder escuchar buena música. Le apetecía entrar a tomar algo y disfrutar de una buena compañía, seres humanos normales, amables, que no tuvieran el premio Nobel de la Paz y que no guardaran ninguna relación con el miserable mundo de la política. La puerta estaba abierta aunque la persiana se encontraba medio bajada. Obama Daitorio se agachó y entró al bar pasando por debajo de la misma, sorprendido de su gran agilidad de ex-baloncestista.



Le alegró descubrir que se trataba de un antro e negros, puede que nigerianos, aunque últimamente tenía grandes dudas sobre cuál era su verdadero color de piel. Si bien en su interior no había más que unas cuatro o cinco personas, Obama Daitorio se sintió reconfortado y feliz de estar en aquel lugar de atmósfera tan agradable, de manera que sin más preámbulo se acercó a la barra y pidió un bourbon. Muy bueno, se lo bebió de un trago y pidió otro, que hizo desaparecer con la misma velocidad.



Hacía mucho que no se emborrachaba tanto, y los tientos le estaban sentando realmente bien. Desde ese momento fue concatenando bourbons a un ritmo frenético, lo que le hizo recordar sus tiempos mozos, cuando de verdad tenía poder y era un hombre libre.



Obama Daitorio sonrió a la chica que estaba sentada a dos metros suyo en la barra. No se había fijado en ella hasta ese momento, pero la verdad es que tenía un cuerpo fabuloso, con formas elásticas, voluptuosas, maravillosas curvas. La chica le devolvió la sonrisa, así que Obama, sintiéndose animado, decidió invitarle a un trago. La chica pidió un whisky con soda.



Era de Nigeria, uno de los países más perjudicados por la política exterior estadounidense. Apenas cumplidos los 16 años, había decidido inmigrar, jugándose su vida a través de media África, para buscar un futuro decente en Europa. Obama no sabía si considerarse a sí mismo negro o blanco, pero estaba convencido de ser una persona humana, así que pronto entendió el sufrimiento de la chica. Durante un buen rato se sintió tentado a dormir esa noche con esa joven tan hermosa. Aunque le animaba un sentimiento casi más paternal que erótico, Obama Daitorio pensó que la senadora Clinton se llevaría un disgusto enorme si el asunto saliera publicado,así que rechazó las insinuaciones de la chica y le invitó a tomar otro trago.



De fondo sonaba la música de Michael Jackson. Mientras escuchaba hablar a su nueva amiga, Obama Daitorio pensó de repente, aunque fuera por un solo instante, del golpe que acababan de dar en Honduras, golpe que había negado mil veces ante la prensa pero que había organizado, con su autorización, uno de sus más estrechos colaboradores. Si por lo menos no fuera el Presidente, podría cambiar algo, aunque fuera poco, podría salir a la calle a manifestarse, a gritar, a enfrentarse a las fuerzas del orden. “Por el amor de Dios, qué estoy haciendo”-se preguntó a sí mismo-. Se estaba dejando llevar otra vez por sus pensamientos más oscuros. Había abandonado Washington para descansar sólo por una noche, no para seguir pensando en política, y además el no tenía la culpa de nada de lo que hacía Estados Unidos, no tenía poder y punto, así que no estaba obligado a arreglar nada.



Sería mejor que se relajara, y que se dejara sumergir en la conversación con aquella hermosa sirena negra. Realmente era encantadora, su voz delicada y joven, el aroma de su pelo. Tuvo que hacer grandes esfuerzos para no acariciar en esos moemntos su piel suave y brillante. Sintió que regresaba a su adolescencia, ese estado de inocencia salvaje y despreocupada, donde la sensación de Poder estaba presente en cada acto.



Tras unos cuantos bourbon más, Obama Daitorio había pasado de animado a borracho, y de borracho a totalmente tajado. La chica estaba sentada ahora mucho más cerca. había perdido la inhibición y era abiertamente sincera y cariñosa con él. Y Obama Daitorio, como un chiquillo, le estaba revelando ya sus más oscuros temores, sus dudas más acuciantes, sus proyectos frustados... Ella le acariciaba el pelo y le decía una y otra vez que no se preocupara, que un hombre de su talento conseguiría seguro salir de aquella situación. Obama Daitorio se sentía en esos momentos como un bebé, su madre le decía exactamente todo lo que necesitaba ecuchar.



Era obvio, y ella lo había sabido desde el primer instante, con sólo mirarle, que tal como la estaba viviendo en la actualidad su vida, ésta carecía totalmente de sentido. Si tuviera capacidad de decisión y pudiera ser honesto consigo mismo y con su electorado, la única opción que tenía era renunciar a su cargo. Podrían escaparse junto a algún país tropical, y ella le había ofrecido de hecho, de todo corazón, el dinero que había ahorrado con la prostitución, si es que no se atrevía a pasar por Washington a coger dinero o no podía, o prefería renunciar a todo el dinero sucio que había ganado con la política; juntos podrían empezar una vida humilde desde cero. Por la forma que le miraba, no hay duda que estaba enamorada, que haría cualquier cosa para protegerlo y cuidarlo. Obama Daitorio se vio finalmente en un país cálido y lejano, en una pequeña casa cerca de la playa o en las montañas, viviendo honestamente de un oficio modesto en comunión con su preciosa esposa, que siempre lo amaría aunque no tuviera poder ni fama. En comunión también con sus vecinos, gentes sencillas a las que no prometería nada que no les pudiera ayudar a hacer, en el acto, con sus propias manos. Obama Daitorio, ya abrazado a su esposa, se sentía tan bien cuidado en esos momentos.



Pero aunque lo deseaba más que cualquier otra cosa en el mundo, Obama Daitorio no podía aceptar la proposición. Y en verdad, como estaba ya en el punto desagradable de la borrachera, la frialdad casi hostil con la que había rechazado a la chica había hecho que esta abandonara el local casi llorando, dejando al propio Obama Daitorio sorprendido de su propia conducta, paralizado, como si pensara que un solo movimiento convertiría en realidad lo que acababa de hacer en ese momento. Por eso permanenció largos minutos esperando sentado en vano, porque aunque estuviera borracho sabía en su interior que ella no volvería nunca,y que acababa de perder una de las mejores oportunidades de su vida.



El humo de un cigarro mal apagado ascendia, intentado abrazar el solo de saxo, sin ningún amor en su interior pero preso de una pasión ciega, como queriendo pegarse a la música, en agonía sórdida y absurda, hasta disolverse con ella para siempre y conquistar su victoria reafirmando la muerte. Ahora sonaba “Strange Fruit”, ese tema sobrecogedor de Billy Holliday sobre los negros colgados de los árboles en los estados del sur, y dentro de la cabeza de Obama Daitorio, se arremolinaba un auténtico torbellino de imágenes violentas. No eres negro. No eres negro. No eres negro. No eres negro. Se lo estaba diciendo ahora el mismo Michael Jackson, en una de sus peores canciones. Obama Daitorio vio entonces imágenes de los bombardeos israelíes de Gaza, vio como francotiradores disparaban contra el pueblo hondureño, vio a Martin Luter King llorando en seco como Billy Holliday. Los ojos de la negra con la que había estado hablando se mezclaron con la mirada ardiente y profunda de la cantante muerta, convirtiéndose en una sola persona que lloraba, y lloraba desdichada, y lloraba desdichada, y lloraba y lloraba por el alma de Obama Daitorio. Luego, en una visión repugnante, vio como la señora Arroz era violada, y como si no pudiera aguantar seguir estando vivo en esos momentos, en un mundo tan cruel y lascivo, el primer presidente Negro acabó por desmayarse.



Unos minutos después, cuando le despertó el propietario para decirle que quería cobrarse para cerrar el local, Obama Daitorio se llevó la mano al bolsillo para comprobar la fatalidad de que se le había olvidado de coger la cartera antes de salir de la Casa Blanca. De hecho, desde que había llegado a presidente unos seis meses atrás, se había acostumbrado a vivir gratis y a obtener todo los bienes materiales que se le antojaban sólo con pedirlos, habiendo olvidado ya totalmente el valor del dinero corriente en la vida de las personas.



Así que intentó hablar con el tendero para explicarle quien era y para ofrecerle una solución dialogada al conflicto, pero su cerebro le fallaba, no conseguía hacer que las palabras bajaran desde su cabeza hasta su boca, había perdido su elocuencia. Él, que podía colarle a la opinión pública americana, se había quedado mudo de repente.



En un momento dado hasta bajo la cabeza, dándose por fin por vencido y esperando ser golpeado en cualquier momento. Él, el comandante en jefe de las fuerzas armadas de un país que no recordaba. Sin duda muchos presidentes extranjeros, postrados ante su los presidentes anteriores de su país, se habrían sentido así antes que él. Entonces recibió el primero de los golpes, o quizás había perdido la cuenta de cuántos eran ya, y se hizo la oscuridad para Obama Daitorio.