domingo, 31 de enero de 2010

LA COMUNITAT, LA PEOR NOVELA DE LA HISTORIA, POR PACO CAMPOS. CAPÍTULO OCTAVO

(Atención: Esta novela consta aproximadamente de diez capítulos. Para leerla desde el principio, pincha aquí.)




Nada más salir a la calle, a Obama Daitorio se le ocurrió comprobar su teléfono móvil por primera vez desde que se había fugado de la Casa Blanca la noche anterior. Y lo que vio no le hizo sino obtenerse por fuera de sus nervios, si no es que de por sí se encontraba ya totalmente obtenido con anterioridad.



Por lo visto, su sobrino había estado llamándole y enviándole mensajes durante toda la noche, emplazándole a volver enseguida a Washington para solucionar un asunto de vital relevancia que había surgido en las últimas horas. Y por si eso fuera poco, le amenazaba con perjudicar a su familia si no le obedecía, y también le dedicaba una completa sarta de calificativos extremadamente hostiles, acusándole de mezquino y de irresponsable por el hecho de apartarse de sus importantes funciones como Presidente del mundo libre sin previo aviso.



Pero eso no era lo peor. Pues su sobrino aprovechaba uno de los mensajes para comunicarle que acababa de completar el papeleo necesario y pagado la cuota correspondiente para que le dieran el Nobel de la Paz a finales de año.



El colmo. A los chantajes y a los insultos ya estaba acostumbrado, pero lo de nombrarle Premio Nobel de la Guerra sin consulta previa era del todo intolerable. Recibir el Premio Nobel de la Guerra hacía que la persona en cuestión pasara definiticamente al Lado Oscuro, transformado para siempre en un ser de la calaña de Kissinger, Peres o Lama.



Tenía, pues, que impedir a toda costa que eso ocurriera. Pues si llegaba a convertirse en uno de los premiados con tal infausto galardón no habría marcha atrás, y preso de los peores delirios belicistas, acabaría justificando absurdos como que las invasiones militares son medio legítimo para conseguir la paz, -la misma argumentación que habían hecho antes Bush, Aznar, Hitler, Blair, etc-. Y seguro que le entrarían también unas ganas tremendas de aumentar la escalada bélica en Afganistán y Pakistán, e incluso puede que acabara yendo a por otros países pacíficos que no tenían en absoluto la culpa de la voracidad del capitalismo estadounidense, como por ejemplo Irán o Venezuela.



A Obama Daitorio le producía una rabia terrible que su sobrino mencionara el asunto casi de pasada, como considerándolo algo inevitable y sin darle la opción de elegir. Pues el tema en el que más insistía en sus mensajes era el de la crisis inmobiliaria española, con más viviendas vacías en la Monarquía Bananera que en todos los Estados Unidos. Crisis que al parecer estaba a punto de escaparse ya de de todo control, convirtiéndose en un problema de alcance internacional y amenazando a las bolsas.



Según le pedía su sobrino, Obama Daitorio tenía que retornar inmediatamente a Washington para hacer un pronunciamiento en el que explicaría al contribuyente yanqui y al mundo las razones por las que era necesario utilizar el dinero de los impuestos para rescatar la economía española, evitando así que se desatara una crisis brutal en la Monarquía Bananera y que ésta acabara rompiéndose y cayendo en poder de los fundamentalistas vascos, en alianza con los sociatas y de los militantes chavistas pro Al Qaeda que querían suprimir la Constitución porque nos tienen envidia.



Como siempre, lo que quería su sobrino en realidad era hacerle pasar por el responsable de esta decisión que ya había tomado él por su cuenta. El pueblo se lo iba a comer si hacía eso. Con la economía en números rojos, dos guerras y pidiendo más financiación para rescatar a un pàís que se encontraba a miles de kilómetros.



Además a Obama Daitorio España se la traía sin cuidado. No es que le cayeran mal. En absoluto, se lo había pasado genial aquella noche. Pero la economía española era un problema de la Unión Europea, que tendrían que arreglar ellos solitos y no meterle a él. Para eso ya había varios Premios Nobel presionando a los responsables de ese continente.



Pero en fin, el problema principal no era ése, sino el sentimiento de que ya había aceptado durante demasiado tiempo las órdenes de “su sobrino” y de que, si no lo detenía, iba a terminar cediéndole su propia alma a ese desgraciado representante del Príncipe de las Tinieblas y de las cadenas de comida rápida. Ese hombre despiadado que sin duda también se convertiría en premio Nobel de la Paz algún día, sino es que lo era ya y no se había enterado.



Vaya mierda. ¿Qué podía hacer en ese caso? La cuestión es que si intentaba cambiar la situación, el sobrino tomaría sin duda represalias. De manera que lo único que podía sacarle de esa situación era una jugada maestra, un movimiento ajedrecístico veloz que quitara de en medio de manera inesperada a los tres miembros del Triunvirato en el poder. ¿Pero de qué tipo de movimiento podría tratarse? Ni idea. En realidad no tenía ni la más remota idea.



¿Y si le preguntara a Aso Soridaijin? Al fin y al cabo era un tipo con coco, que destacaba principalmente por su gran visión de la jugada, tal como le había demostrado durante la charla de antes de visitar a Zapatero. Pero si le revelaba sus sentimientos, se arriesgaba a quedar también él expuesto. Al fin y al cabo no sabía para quién trabajaba el Sori realmente, ni por qué llevaba a cabo una política tan retrógrada y contraproducente en su país cuándo tenía una visión de las cosas tan clara. Había sin duda algo raro en la forma en que se comportaba



¿Qué hacer entonces? Para empezar, decidiese lo que decidiese, había que dejar de ser un cobarde y enfrentarse de una vez al Lado Oscuro. No podía pasarse toda la vida engañando a todo el mundo, no podía contentarse con las réplicas brillantes, pero carentes de significado, que daba siempre a los periodistas. No podía convertirse en otro Tony Blair u otro Zapatero. Tenía que actuar de una vez. Cambiar el sistema y quitarle el poder de cuajo a esos tres hijosdeputa. Al fin y al cabo, el motivo por el que le habían votado era para que llevara a cabo el Cambio.



Aunque no supiera cuál era su plan, había decidido empezar por enviar un mensaje a su sobrino anunciando en primer lugar que no pensaba volver a Washington en toda la mañana. Y lo que era mejor, que si se atrevía a tocar a su familia o a tenderle una trampa, aparecería inmediatamente en televisión explicando al mundo, con la brillantez y elocuencia que le caracterizaban, que el comunismo cubano y el socialismo venezolano eran los mejores sistemas de gobierno que existían en la actualidad y los únicos sostenibles, y denunciando también a la cleptocracia que estaba realmente al mando del país.



Y hablaba en serio. Sabía mucho, y estaba dispuesto a dar nombres y apellidos, a aportar pruebas feacientes, a desenmascar a todos los terroristas en la cúspide que la gente tomaba por personas respetables. Aunque él mismo pudiera acabar en la cárcel por los chanchullos de su etapa política en Chigago.



Pues sí, oiga. Además, ya tenía lo suficiente con su resaca y el pésimo estado físico que ésta le había dejado como para dejarse amargar por ese payaso. Ese insolente que apenas tenía la mitad de edad que él y que se atrevía a dirigirse a él faltándole continuamente el respeto.



Para que se enterara, y como muestra de que iba en serio, pensaba llamar a Chávez para conocer sus opiniones sobre el asunto. Y, además, lo de la política de de insultarle por sistema que le habían impuesto se había acabado. Uno de los pocos presidentes del mundo que estaba trabajando por los pobres, por la gente normal, por ofrecer a la humanidad un mejor futuro. Era realmente patético que nunca hablara con el Presidente venezolano, del cual se sentía tan cerca aunque hasta ahora la políticas de ambos fueran diametralmente opuestas.



Joder. Es que ni si quiera tenía el número de Chávez en su móvil, como le tenían prohibido que hablara con él... Tuvo que pedírselo a Aso. Menuda vergüenza.



Por desgracia, Chávez estaba muy ocupado en ese momento, en pleno viaje oficial por Irán y Siria, a donde había llegado, según los voceros del sistema, no ha negociar acuerdos económicos, sino para difundir su ideología antiamericana por todo Oriente Medio. La señal era muy mala y además Chávez hablaba demasiado, y aunque parecía contento de recibir su llamada, en esas condiciones casi no se le entendía. Al final Chávez le contó un chiste, uno de los chistes antiyanquis que últimamente estaban de moda en América Latina, y luego colgó de repente. Pese a la mala calidad del sonido, Obama Daitorio ententió el chiste porque ya se lo habían contado antes, pero no le hizo demasiada gracia, era un chiste muy viejo y además, no especialmente bueno. Era obvio que, aunque se trataba de uno de los mejores líderes de la actualidad, como orador era un verdadero charlatán y un auténtico plasta.



Entretanto, Aso también había decidido ya volver a su país para dar la cara por el último escándalo político que salpicaba a su partido. Aso Sori y Obama Daitorio se habían despedido muy emotivamente, rompiendo totalmente el protocolo, incluso dándose un abrazo como si fueran viejos camaradas.



Obama Daitorio se había sentado a reflexionar en un banco cualquiera del parque. Ya había avisado a su sobrino de su intención de tomarse la mañana libre y pasársela meditar tranquilamente en Valencia. Por el momento no había recibido a ese respecto ninguna negativa de aquél, así que, si bien persistían algunos síntomas de la resaca, como el cansancio muscular y cierta sensación de disforia, se sentía ahora un poco más tranquilo que antes. Además, el hecho de haber podido reivindicar su voluntad, después de tanto tiempo, había hecho que la ira se le pasara y que empezara a estar mucho más confiado y con esperanzas de resolver la disyuntiva en la que se encontraba.



En el banco del parque que había elegido Obama Daitorio, se hallaba también sentado el personaje anónimo, sujeto omnisciente, protagonista colectivo -y a la vez autor-, de esta humilde novela. Es decir: yo mismo. Dada mi gran timidez, en un principio no supe como reaccionar ante la presencia de un individuo tan destacado y seguí bebiendo mi lata de tenis como si nada. Pero enseguida el Daitorio me pidió que le diera una de mis chelas, como si fueramos amigos de toda la vida, y yo por supuesto no lo dudé ni un solo segundo, pues significaba un gran honor para mí. Así que empezamos a beber juntos y entablamos conversación de la manera más natural del mundo.



Aunque más que una conversación fue casi un monólogo, pues al ser yo persona poco habladora, y además no muy amigo de relatar intimidades, ni siquiera a las personas más próximas, siempre dejo que sean los demás los que se explayen sobre las suyas. Desde pequeño tengo una especie de don que hace que la gente se sienta inclinada a abrirme su corazón sin yo solicitarlo, como si sintieran que les escucho bien o que puedo hacer algo por ayudarles, y de esa manera, los seres humanos, ricos o pobres, democristianos o socialdemócratas, gongoristas o quevedianos, japonesistas o sinófilos, sociatas o peperos, todos acaban derrumbándose ante mí y cóntandome su verdad más profunda espontáneamente; y es así también como Obama Daitorio me contó toda su vida, y en especial la historia de sus últimas horas, y de cómo deambuló por Valencia con Aso, se entrevistó con ZP, y acabó emborrachándose en este parque, por el que acaba pasando todo el mundo, como un mendigo más; la misma historia que yo, que no soy sino un mero intermediario, traslado al lector tal como él me la contó.



Se estaba haciendo ya de día, y el parque empezaba a recuperar lentamente a su actividad habitual. Los mendigos se iban despertando para reincorporarse perezosamente a sus rutinas, y aparecían también el resto de personajes de toda índole que todos los días realizan sus diferentes actividades en ese lugar: niños que van al cole, viejas que van no se sabe a dónde, viejos rumbo al quiosco a comprar el periódico del día, delincuentes, madres, represetantes, currelas, gente respetable de clase media que en el fondo eran paramilitares sionistas en potencia. En ese espacio de tolerancia, multiculturalidad y coexistencia democrática ejemplar que era y sigue siendo nuestro parque; un parque cualquiera en una ciudad cualquiera, sólo que un la ciudad que es un poco más interesante, o menos interesante, que las demás ciudades.



Así que Valencia se iba despertando de su sueño húmedo, caliente y sudoroso, y también la iluminación del día se imponía a la noche, y las pocas gentes que ya estaban despiertas y que cruzaban el parque con cuentagotas iban reparando en la presencia de un individuo singular, muy diferente a los negros que a veces venían al parque a dormir. Aunque algunos no estaban del todo convencidos de que se tratara verdaderamente del mismo tipo al que tanto veían últimamente en las televisiones de los bares, la verdad es que la mayoría de los mendigos y de otros tipos sospechosos que habitaban aquel curioso ecosistema humano se fueron acercando poco a poco a hablar con el Daitorio, todos movidos por la esperanza de una novedad que les sacara de sus aburridas rutinas. Pese a las dudas que abrigaran, y el respeto que profesaban a un personaje de tanta altura, no hay que olvidar que se trataba de pordioseros españoles, y por lo tanto ninguno podía dejar pasar la oportunidad de expresar la certeza en sus propias creencias y de imponerse a sus camaradas habituales dando, a alguien tan importante, no ya consejos,sino más bien recetas sobre cómo tenían que ser sus políticas a partir de ese momento y de qué manera tenía que dirigir los destinos de su nación.



Pues aunque se tratara en su mayoría de aunténticos fracasados, y aunque quien tenían enfrente era el presidente de la mayor economía mundial, se dirigían a él utilizando las mismas expresiones categoricas que usaban también en las discusiones habituales entre ellos en los bancos del parque o en los bares; frases que escuchadas fuera de contexto podrían llevar a un extranjero a pensar, con admiración, que todo español, incluso el más desarrapado de los pordioseros, está capacitado de sobra para asumir el cargo de Presidente del Gobierno de su país, el de seleccionador nacional de fútbol, o incluso el de Predidente de los Estados Unidos, con un desempeño mucho mejor que los que ostentan realmente el cargo. Así que, interrumpiéndose una y otra vez los unos a los otros, gritándose, y sin escuchar lo que decía el propio Presidente de los Estados, se dirigían a Obama Daitorio con esas frases tan respetuosas de la opinión del prójimo que tanto se oyen cualquier tasca española:



-Lo que le hace falta en realidad a Estados Unidos es ...

-En realidad, para cambiar el mundo lo que hay que hacer es...

-Yo siempre he dicho, y al final lo que yo digo siempre se cumple a rajatabla que...

-Tú no sabes como funciona el mundo de verdad...

-No es nada personal, Obama, en realidad me pareces un buen tipo, pero no tienes no idea...

-No tienes ni puta idea de política.



El primero en acercarse a hablar con Obama Daitorio,fue uno de los mendigos mas clásicos y legendarios del parque: el señor Rajoy. Pues se trataba al fin y al cabo de uno de los que más temprano se levantaba todos los días para empezar a beber su cartón diario de vino. Además, era de los que siempre se metía en toda discusión política dándoselas de que sabía más que nadie y aportando como prueba el hecho de ser el, como le gustaba recalcar siempre, el auténtico líder de la oposición. Y eso aunque su opinión, que para él mismo no era opinión sino verdad suprema, consistiera en realidad en una serie de leyendas neoliberales sin base científica alguna que habían sido difundidas intencionalmente durante los últimos años entre el populacho español por ciertos periodistas de derechas o progres de derechas al servicio de los más ricos del país. Políticas que en realidad eran causantes de la crisis en la economía mundial y muy particular de la crisis que estaba ocurriendo en esos momentos en España. “Hay demasiados funcionarios, el gasto público es escandaloso, la gestión privada es siempre más eficaz que la pública, bajar la carga fiscal a los ricos es bueno para la economía, reduciendo los impuestos se consigue aumentar la recaudación por impuestos...”



A mitad de discurso, Rajoy fue interrumpido por Rajoy, el cual se dedicó a rebatir sus opiniones una por una con sorprendente facilidad. Por ejemplo, indicando la irrefutable realidad de que en España que había menos porcentaje de la población trabajando para el sector público que en el resto de los países de la Unión Europea, que sin embargo eran más prósperos que España. O que la gestión estatal había traído más prosperidad económica y desarrollo que la gestión privada en la mayoría de los países del mundo y para ello había datos incontestables de numerosos organismos internacionales. O que bajar la carga fiscal a los ricos en efecto es bueno para la economía... de los ricos. Y un larguísimo etcétera.



Rajoy era una escisión del Rajoy original que se había producido unos meses antes cuando una parte de Rajoy, cansada de oir siemprelos mismos clichés neoliberales de Rajoy, y de escuchar siempre las misma políticas sin fundamento, había decidido separarse del Rajoy original y fundar un Rajoy propio menos extremista. De manera que, de un día para otro, los otros pordioseros habían visto de repente a dos Rajoys iguales físicamente deambulando por el parque y discutiendo desde opiniones opuestas. En un principio, como resulta natural, se sorprendieron sobremanera, pero pronto se acabaron acostumbrándose a ello y el hecho de que existieran dos Marianos acabó por considerarse una parte natural del parque.



El nuevo Rajoy con la misma pinta de desarrapado que el otro pero con ideas mucho más cercanas al sentido común y a la inteligencia que las de su predecesor. De hecho, se trataba de un revolucionario que pretendía mejorar las condiciones de vida del parque y a la vez cambiar el modelo productivo español incorporando a este una gran cantidad de conceptos centrales en la vida del pordiosero, como el reciclaje o el aprovechamiento sabio de todos los recursos disponibles o la propia vida austera y contemplativa del pordio; conceptos, que aplicados convenientemente a gran escala producirían una mejora general de la eficiencia de la nación y un gran avance hasta modelos verdaderamente sostenibles como en la actualidad sólo lo era el cubano.



El nuevo Rajoy, con sus ideas de vanguardia, se había convertido ya en el líder de los pordioseros, desplazando al viejo líder Rajoy, cuyos aburridos discursos y sus ideas políticas desfasadas en el fondo sólo significaban una intento a la desesperada por perpetuar el mismo capitalismo agresivo que estaba llevando al planeta a la ruina.



Hay que tener en cuenta también que, después de varias décadas de zaplanisno extremo los pordioseros eran más pordioseros que nunca.



Así que el nuevo Rajoy había conseguido ganar al viejo en el corazón y en la conciencia de los pordioseros que vivían en aquel lugar abyecto; y gracias a ello los pordioseros estaban ahora más organizados para luchar por sus derechos, mientras que al viejo Rajoy se le veía entristecido por el parque, bebiendo vino de cartón, con la mirada perdida y sin hablar con nadie.



Además, a su viejo amigo Anasagasti le había salido también una escisión chavista que había conseguido avergonzar al viejo Anasagasti estúpido, quien al final, harto de quedar siempre en ridúiculo, había huído a otro parque. Es por eso el viejo Rajoy también estaba pensando en abandonar el parque e irse con su amigo. Por cierto, reseñar que el Anasagasti chavista y el Rajoy revolucionario nuevo se llevaban a las mil maravillas.



El siguiente personaje chungo que acudió al banco de Obama Daitorio para ilustrarle con sus consejos fue el Profeta Azulado. Éste sostenía que cualquier plan para reanimar la economía mundial pasaba necesariamente por apoyar a la industria de los picaportes para puertas como único motor de crecimiento internacional. Una idea tan absurda parecía indigna de una mente brillante como la del Profeta, pero lo cierto es que por desgracia el viaje que el Profeta había hecho últimamente a Japón le había cerrado la mente y le había hecho perder los poderes místicos con los que había contado en el pasado.



Pues resulta que el Profeta había ido a Osaka a visitar a Elvar Ata, que se había retirado allí unos meses antes previendo el panorama aterrador que se les venía encima a la Comunitat y a España. Y ocurrió que, como tenía una escala de casi 9 horas esperando el enlace en Qatar, el Profeta había contratado un tour por el país que incluía un paseo por el desierto que finalmente les fue suministrado por un ex conductor de rallies ahora caído en el alcholismo. Y fue durante el transcurso de ese extraño tour que desafortunadamente, saltando entre las dunas, el Profeta se dio un fuerte golpe en la cabeza contra el ´picaporte de la puerta del autoimóvil y perdió las dotes proféticas que había adquirido años antes también al recibir un golpe en la cabeza, aquella vez de un ladrillo.



Así que, desde que llegó a Japón, el Profeta se comportó de una manera de lo más extravagante y arbitraria. No quería ver los pabellones de oro y plata de Kyoto; ni los fabulosos templos de Nara, entre ellos el edificio de madera más grande del mundo, con el increíble buda de bronce de varios pisos; ni subir a montaña sagrada alguna; ni pasear por los barrios tradicionales en los que predominaban las típicas construcciones con paredes de papel, construidas siguiendo la manera tradicional japonesa. Decía que todo ello era artificial y turístico, aunque se tratara de lugares centenarios o milenarios, y que lo verdaderamente interesante al viajar a un pàís extranjero eran los picaportes de las puertas.



Según su recién estrenada particular visión del mundo, los picaportes de las puertas eran lo verdaderamente interesante porque eran tocados a diario por la gente real, por las viejas y los vagabundos de la ciudad, por los punkis y las prostitutas, no sólo por turistas extranjeros ávidos de suvenirs. Lo mejor de un viaje era quedarse sentado en una esquina mirando un picaporte y ver la gente que lo usaba, y como cada persona lo utilizaba de una manera distinta de acuerdo con sus convicciones más profundas.



Así que, en vez de viajar con sus amigos para descubrir los lugares más interesantes de Kansai, se había dedicado a irse por ahí solo a buscar picaportes y a hacerles fotos, y de esa manera es como había desperdiciado el tiempo y el dinero invertidos en su viaje a Japón.



Y como resultó que Japón era un país casi sin picaportes, porque predominaban o bien las puertas corredizas tradicionales, o bien, en los edificios modernos,el Profeta se sintió decepcionado con el país desde que llegó, comparándolo con China, en el que había estado meses antes y al que si que consideraba un país auténtico y no occidentalizado, con interesantes picaportes de verdad, más grandes que los de Japón y con algo dentro, y tocados por gente de verdad, y no por robots capitalistas.



Desde su vuelta a la Comunitat, se dedicaba exlusivamente a hablar a todas horas sobre picaportes, ensalzando a China e insultando a Japón; su blog se había convertido en un medio lobby de propaganda en contra de las puertas automáticas y a favor de la industria del picaporte y de la vuelta al picaporte original.



El Profeta había perdido así a muchos de sus seguidores, a la espera de que alguno de ellos le diera por fin un nuevo ladrillazo en la cabeza mediante el cual su cerebro volviera al modo sabio y profético de antes del viaje a Japón .



- La industria del picaporte es la clave. Es la que mueve a las demás industrias- le decía a Obama Daitorio-: la producción en masa de picaportes genera así vez una gran demanda de viviendas, pues los picaportes no pueden ser utilizados si no es para abrir puertas, que a su vez están en edificios, cuya materia prima ha de ser a su vez exportada y así sucesivamente.



Obama Daitorio se dedicaba a escuchar a todos sin decir palabra. Se encontraba feliz, pues, después de la conversación con Chávez, había seguido reflexionando para sí hasta dar con la jugada perfecta. Como tenía ya totalmente claro lo que tenía que hacer, simplemente se dedicaba a disfrutar de la mañana, quién sabe si su última mañana en Valencia, entre tiento y tiento a las chelitas y los vinitos de cartón que sus nuevos amigos le ofrecían. A eso de las nueve apareció por el parque el Conde Varto-Bano, ese exquisito aristócrata rumano con sombrero de bombín y bastón de piel de lobo feroz cazado por el mismo en los Cárpatos durante su juventud.



El Conde se presentó con una profunda reverencia y para conmemorar la presencia del ilustre estadísta que iba a traer el cambio y la esperanza al mundo, ofreció, tanto a todos los mendigos como a los curiosos que pasaban, un delicioso almuerzo gratis en el establecimiento Aguas Manolo.



Fue una mañana feliz con tercios y cañas para todos los habitantes del parque, donde no faltaron las clásicas tapitas de boquerones, calamares, chipirones, ensaladilla, setitas,conejo al ajillo, salteado de verduras, pescaditos fritos, patatas bravas, revuelto de ajos tiernos, pulpo a la gallega, tortilla de patata, oreja de cerdo, caracoles, etc.



Mientras disfrutaba del suculento tapeo y de la entrañable taja en compañía de personajes tan entrañables, a Obama Daitorio le volvió a invadir el optimismo de sus comienzos en la política. Aparte de sentirse avergonzado, en su fuero interno, por pertenecer al país que había inventado el Makudo, fue totalmente feliz todo el rato que pasó con todos esos mendigos, sin la presión de los tiburones, halcones, palomas, buitres y peces gordos de Washington, sintiéndose un tipo normal, en comunión con su entorno. Un pordiosero más, sin dinero, feliz por ser invitado a unos tientos por los colegas.



Recordando del chiste que le había contado el presidente más demócratico de su tiempo, se le ocurrió que no había lugar mejor que ese maravilloso bar para llevar a cabo el audaz plan que se le había ocurrido después de hablar con Chávez. Su sencillo y genial plan para construir un mundo mejor, liberar al mundo del yugo yanqui, conseguir el cambio, y de paso quitarse él mismo del medio a su maldito sobrino y a los otros dos carcas que le manejaban, quedaría para siempre ligado al bar de Manolo. No encontraba una forma mejor de homenajear al parque y a los pordioseros que lo habitaban.



Así que, antes de retirarse entre extraordinarias muestras de cariño, para volver a la Casa Blanca, felicitó a Manolo por la calidad de su bar medio destrozado y mugriento y le emplazó a convertirlo en una cadena que se extendiera primero por Washington y luego por el resto de los Estados Unidos y del universo, demostrando así la superioridad del clásico bareto español de tapas sobre la comida rápida estadounidense. También le ofreció todo el apoyo económico del Pentágono y de la Casa Blanca para el proyecto. No le faltarían nunca los medios materiales ni el apoyo mediático necesario para llevarlo a cabo, siempre que le pusiera a la nueva cadena de bares el nombre “Embajada de Estados Unidos”



-Con ese nombre quiero simbolizar un nuevo comienzo –explicaba Obama Daitorio- en el que Estados Unidos no será una nación odiada por todos sino el embajador del entendimiento y la concordia entre todos los pueblos del planeta.



Dicho eso, se retiró del bar, agradenciendo a todos el amable trato dispensado y los consejos recibidos, y convencido del éxito de su nuevo plan.