jueves, 29 de mayo de 2008

LOS RECRES DE MOLINA DE ARAGÓN

Después de pasarme toda la vida buscando, y de visitar decenas de pueblos y ciudades históricos -Morella, Teruel, Ávila, Segovia, Santiago, Cuenca, Játiva, Salamanca y muchos más-, al fin he encontrado la quintaesencia del alma española materializada en un pueblo. Un pueblo, dicho sea de paso, que es a la vez monumental y no turístico; rústico y barriobajero al mismo tiempo. Y no sólo por la mezcla caótica de edificios y estilos. En Molina, como en otras ciudades españolas antiguas, no falta el clásico bloque de apartamentos de ocho pisos, de ladrillo y hormigón, despuntando entre casas rústicas de piedra en mitad del centro histórico; ni el típico colegio cuyo diseño exterior parece copiado de alguna cárcel de película yanqui de los 80; ni parques con columpios cuyas estrías oxidadas podrían mutilar al propio Tarzán; ni el peor puente moderno de la historia a escasos metros del mejor puente románico de la historia. Todo eso está bien representado en Molina, por supuesto, pero por algún extraño motivo no envilece a esta ciudad como a tantas otras, sino que le confiere un toque de dramatismo y humanidad, por la combinación de esperpentos de esta calaña no con edificios perfectamente restaurados, sino con monumentos en verdadero estado de olvido, y con arquitectura auténticamente popular y humilde.

Pues lo que no hay en Molina son museos prefabricados dedicados a cosas absurdas, ni tiendas de suvenirs, ni mesones "típicos" sólo para turistas, ni guías audiovisuales, ni miradores, ni rutas "enológicas", ni ruinas rehabilitadas para que "dialoguen con el entorno"; hay bares de abuelos, vecinos que dejan la puerta de su casa abierta, trozos de una muralla del siglo XII derribados para hacer una carretera, inmensos postes de alta tensión junto a un castillo, pintadas nazis en zonas históricas y furgonetas aparcadas en la puerta de cada monumento. En algunos aspectos es una ciudad normal, en otros da la impresión de haberse detenido en los años 80, en otros en el siglo XIX y en otros directamente en la prehistoria.

Hay que decir que Molina de Aragón debe de ser una de las localidades españolas con más edificios históricos por metro cuadrado. Pero ya desde que se empieza a planear la visita a esta localidad encontramos cosas raras. No hay casi información en internet sobre el pueblo, y la web de información turística del ayuntamiento es una de las páginas más caóticas y peor estructuradas de la historia. De hecho, una vez llegamos a la ciudad nos damos cuenta de que la señalización de la mayor parte de los monumentos y de las rutas brilla por su ausencia, y lo que es peor: casi todos los edificios interesantes se hayan en ruinas o o cerrados a cal y canto, sin que en ningún sitio se indique el horario de visitas. Existe un museo con una web que ni siquiera especifica cuándo está abierto ese museo. Y el horario de entrada a la fortaleza, una de las más impresionantes de España, es si le da la gana en ese momento a la persona que está en la oficina de turismo te abre el castillo, y si no te gusta, te fastidias. Además, en esa misma oficina de turismo, te dan un mapa turístico en el que la mitad de los monumentos del pueblo ni siquiera están.

En cualquier ciudad pintoresca de características similares a Molina hay decenas de restaurantes presuntamente "típicos", ubicados en casas rústicas restauradas, con camareras colombianas, que ofrecen diversas combinaciones de menús turísticos y de degustación; si son pueblos de montaña como Molina, esos menús incluyen las clásicas variedades locales de animal muerto tipo ternasco, lechazo, lechón, cabritillo, cochinillo y demás carnaza; si se trata de sitios históricos pero de playa el menú incluirá paelladas, mariscadas, sangriadas y todas esas mierdas. Pero no en Molina de Aragón, que como en otras cosas, es en esto la excepción más radical. Molina es infinitamente superior a todos esos sitios pretendidamente rústicos y auténticos porque se dedica casi exclusivamente al negocio de hostelería más verdaderamente español: el bar de abuelos. Bares típicos de quinto con tapa gratis, sin papeleras ni ceniceros, donde la gente tira directamente al suelo los huesos de la carne, las servilletas, las colillas y los escupitajos.

En un principio creo que incluso nos sorprendió que al entrar en cada bar los viejos interrumpieran sus partidas de dominó para examinarnos de arriba a abajo, como si no hubieran visto una japonesa en su vida, igual que los niños en la calle gritaban: "!chinita, chinita!". En uno de esos bares, el clásico señor español y españolista de bar estaba lanzando una diatriba en contra de la inmigración y de los extranjeros, mientras yo miraba a mi novia y me moría de risa. Entonces uno de sus compañeros le avisó de la situación, así que el señor antiinmigración, totalmente borracho, se disculpó ante mi novia más de cien veces en tono quejoso, mientras explicaba que no era contra ella sino contra otra gente "mala", e incluso nos ofreció las llaves de su casa y nos dijo que estaría abierta para nosotros si teníamos algún problema, y finalmente nos pagó lo que habíamos consumido y nos invitó a una ronda más, una cosa que yo pensaba que sólo se producía en las películas. !Viva Molina de Aragón!

Personalmente opino que este tipo de personas representa la esencia española por encima de cualquier estereotipo. Personas de sentimientos buenos e intenciones honestas pero que frecuentemente terminan confunidendo al agresor, y que por cuestiones tan españolas como la raza, la nación, el orgullo, o el sentido del honor, acaban despellejándose entre ellas, o contra oponentes de esencia igual de humilde que la suya, mientras otros, refugiados en sus palacios o chalets feudales, continúan enriqueciéndose, como decía Cernuda, con el trabajo ajeno, y también con su sangre.

Pero volviendo al pueblo, sin duda lo mejor de Molina, el principal atractivo turístico por encima incluso del castillo y de la iglesia románica, es que la ciudad todavía cuenta, en una de las calles empedradas del centro histórico !con unos recres! Es verdad que en muchas ciudades españolas todavía existen algunos, pero se trata de sitios de diseño ubicados en lugares ultrapijos de estilo yanqui como centros comerciales, salas multicine, boleras, parques temáticos, etc., y los juegos que hay ahora son la mayoría de meterse dentro de una moto y conducir, o de chutar una pelota atada a una cuerda o cosas así. Los recreativos de Molina son los clásicos de los 80, ubicados en un local oscuro y mugriento al que acuden rudos grupos de preadolescentes a armar gresca y jugar al futbolín, y en el que todavía se puede jugar, con una moneda de 20 céntimos -precio incluso más barato que el de aquella época ajustándolo a la inflación y al aumento de los salarios- a clásicos como el Super Pang, el Tetris y el insuperable Ghost´n´Goblins.

Los niños de los 80, a diferencia de la apática generación de la Play Station, aprendimos la realidad de la calle y la hostilidad de la vida en ese tipo de tugurios en el que siempre había un grupo de bakalas fumando porros, un gitanito que nos pedía una moneda, un listillo que nos ofrecía pasarnos de nivel, y un tipo que nunca tenía pasta y que se pasaba la tarde mirando las partidas de los demás y taladrándote con mil trucos y explicaciones pese a que nunca había jugado a ninguno de los juegos de los que tanto hablaba. Y qué decir del clásico viejo arisco que regentaba el garito y daba cambio, y vendía gominolas y cigarrillos sueltos a los niños -ah, la libertad de los salvajes años 80-, viejo al que todos llamaban "jefe".

Desafortunadamente, los recres de Molina están en peligro de desaparición. "El jefe" me dijo que estaba esperando a que vinieran a llevárselos porque a la juventud de hoy ya no le molaba jugar y que sólo el futbolín daba dinero. Aún así, es un hecho extraordinario que esos recres vayan a desaparecer en pleno 2008, más de 10 años después de que desaparecieran los recres de las otras ciudades españolas.

Si por mi fuera, yo los declararía patrimonio de la Humanidad, a fin de que la UNESCO le pagara dinero al "jefe" para que no los cerrara nunca, aunque la gente no jugara. Y declararía también Patrimonio a la ciudad entera de Molina, incluyendo no sólo los monumentos, sino también especialmente los bares cutres, para evitar que cerraran y fueran sustituídos por tabernas rústicas de diseño

Y para que no desaparecieran nunca, clonaría a los viejos del dominó, o los disecaría, y a la tipa de la oficina de turismo a la que no le apetecía currar, y a las viejas, y al tipo que diseñó el mapa sin monumentos, y al encargado de cerrar el museo cuando los turistas llegan a la ciudad, y al borracho que estaba en contra de los inmigrantes.