sábado, 16 de febrero de 2008

SUBTOPIA: EL URBANISMO ANTISOCIAL

Subtopia, fue un termino surgido para describir el tipo de urbanismo predominante en las ciudades anglosajonas, en las cuales no existe el centro tal como lo conocemos en la Europa normal, o bien existe pero es de un tamaño ínfimo en relación al tamaño total de la ciudad, pues lo que encontramos habitualmente son barrios residenciales en los que predominan las viviendas unifamiliares con jardín; barrios sin plazas públicas, sin comercio tradicional, donde la gente que quiere comprar ha de ir en coche al centro comercial más cercano.

Aparte del hecho de absurdo que el 90% de las viviendas tengan que estar rodeadas casi por ley por su parcela personal de jardín, en un país de clima tan hostil como Inglaterra, ese tipo de urbanismo anti social siempre me ha intrigado por la forma en que desnaturaliza a la gente y la encierra en una realidad artificial paralela, que no es campo ni tampoco ciudad, sólamente urbanismo antisocial y deshumanizado. Ray Davies, de los Kinks, escribió punzantes letras mofándose del modo de vida de los habitantes de estos barrios y de su relación con los mismos; Keiller exploró concienzudamente estos suburbios en sus películas, y dio una explicación política de su existencia en la fenomenal "London"

Ese tipo de barrios se supone que ofrece a los habitantes de Estados Unidos y del peor país del mundo la posibilidad de disfrutar a la vez de las ventajas de vivir en el campo sin alejarse de la ciudad; el resultado final es exactamente el contrario: el centro está mucho más lejos porque el espacio no se aprovecha bien y la ciudad es demasiado grande en comparación con su población; a su vez, el campo se aleja cada vez más al tiempo que la naturaleza es arrasada sin piedad en grandes extensiones para alojar en su lugar estos monótonos suburbios infinitos. Subtopia equivale a suburbio, a barrio bajo, y por otra parte a degeneración de las utopías.

En el peor país del mundo el transporte colectivo practicamente se extinguió hace décadas, en parte porque el asbsurdo urbanismo británico lo hizo inviable, en parte gracias a los esfuerzos malintencionados de las élites. Los tranvías fueron desapareciendo en los años 60, los ferrocarriles privatizados en los 00. La privatización de los trenes, en España prevista para 2011 (según un proyecto del PP que los sociatas no se han molestado en derogar), trajo consigo un gran aumento del precio de los billetes, que se triplicaron a la par que también creció el número de los accidentes.

De hecho el metro es un fenómeno atípico en el Reino Unido incluso en ciudades de más de medio millón de habitantes. Sólo Londres tiene un metro decente, pero a costa de ser obscenamente caro, entre otras cosas debido a la dispersión de su población: un billete de metro en el centro de una capital europea, incluso en las caras, como Barcelona o París, vale siempre 1€ con algo, mientras que en Londres son 3 libras esterlinas, es decir, 5€, un poco menos que un bono de 10 viajes en un país normal.

Por supuesto, nadie esperaría que los británicos vivieran en ciudades como las andaluzas, con blancos edificios apiñados unos contra otros, formando laberínticas callejuelas que conducen pequeñas plazas con fuentes y bancos, en donde la gente se sienta a tomar el sol y a tocar flamenco, a leer el periódico y a insultar a ZP. Tampoco hace falta un Manhattan, pero no les vendría mal parecerse aunque fuera un poco a los escandinavos, con sus ciudades habitables, hechas a la medida del hombre y no del coche: sus calles peatonales, sus ordenados bulevares, sus tranvías, sus jubilados pirulando en bicicleta mientras toman tranquilamente un helado y se cruzan de carril por enmedio de una gran avenida.

El carácter antisocial de los británicos es a la vez causa y consecuencia de su urbanismo hostil. Las élites protestantes siempre vieron las ciudades como sinónimo de europeísmo, lo cual a su vez equivale, según su visión retrógrada, a socialismo, a ideas modernas, a cenáculos vanguardistas, a bohemia, a discusiones políticas, a insurrección; frente a ello se sitúa el individualismo anglosajón y el libre mercado, con sus casas separadas, donde la gente no se habla y se limita a regar las flores de su jardín, a hacer barbacoas, a amar a su país de manera inculta, a insultar a Flanders o a jugar al golf.

Con una gran densidad de población, pues cuenta con la mitad de extensión que España y 15 millones de habitantes más, la mayor parte de Inglaterra se ha convertido en un suburbio continuo despersonalizado, que no es ni centro ni extraradio, ni bonito ni feo, en la que habita gente tranquila y desinformada, gente educada a simple vista pero que por miedo se niega a relacionarse con los demás y carece de ideas propias, excepto la propaganda nacionalista y antieuropea con la que la estúpida prensa británica les bombardea todos los días.

En Inglaterra no hay calles, sino carreteras, para que la gente vaya a trabajar.

No hay plazas, sino cruces, para que la gente no hable.

(Fragmento de Tube going to hell, uno de los poemas británicos de Elvar Ata)

Próximamente: SIXTIES CONCRETE, LA ARQUITECTURA HOSTIL

1 comentario:

unión dijo...

excelente descripción de este asqueroso país. Da igual en que ciudad vivas por que son todas iguales. Casitas de ping y pong con un badulaque en una esquina, un pub en la otra y un fish and chips lleno de mierda.