viernes, 18 de julio de 2008

LA MEDITERRÁNIA

Las reglas de la Mediterrania son esquemáticas y extraordinariamente claras. Los ricos tienen derecho a 24 horas al día de sol y de calor. Los pobres, sin embargo, sólo gozan del sol los domingos, padeciendo durante el resto de la semana un clima permanentemente vespertino, hostil y frío, con predominio de la lluvia y a veces de la lluvia de barro. Yo podría haberme librado de aquella situación miserable. Cambié de bando, pero no fui capaz de mantenerme mucho tiempo.

Estaba pudriéndome en la terraza de uno de esos cafés para pobres; uno de esos cafés situados en aceras agrietadas de calles que apenas habían sido medio asfaltadas, y bloques de apartamentos de cemento en medio de solares desangelados. Me comunicaron que el presidente quería hablar conmigo. Ello fue motivo de gran alegría en mi interior. Llevaba tres meses sentado en la terraza de aquel sucio café. Tres meses sin hacer absolutamente nada.

Entré en el palacio donde residía el presidente Aznar-Zaplana. La puerta de su habitación estaba abierta. Atravesé el umbral, pero el presidente Zaplana estaba cambiándose y me largó de allí de malos modos, con un portazo que me golpeó en la rodilla izquierda, causándome un dolor enorme. Ello constituyó un honor para un simple mortal como yo. El Presidente honorable en persona me había hecho daño. Escribo este artículo para reivindicar que me sea concedida una pensión vitalicia.

Subí al tejado, que estaba envuelto en una cápsula de cristal casi invisible, junto a una pequeña carretera que zigzagueaba por las hermosas montañas de la costa azul. Una señora anciana estaba sentada en un entrañable banco. Pensionistas y parados: Humor Azul. El relato aquí acaba. Continúelo usted si así le place, señor Profeta.