miércoles, 23 de abril de 2008

LONDINIUM

La capital del Reino Unido y del Imperio Británico es también la única de las ciudades inglesas importantes emplazada en el mar Mediterráneo. Al abrigo de una serie de montañas que la protegen de los vientos del norte, Londinium, como la llamaban los romanos, goza de un clima benigno, con temperaturas medias que oscilan entre los quince grados del invierno y los treinta del verano, no bajando nunca el número de días de sol de trescientos al año. La población es de unos 20.000 habitantes.

El ferrocarril llega a la ciudad desde el este, atravesando las vías que discurren paralelas a la playa. En un primer momento se vislumbra un pequeño arrabal, a la derecha de las mismas, compuesto casi enteramente de casas de pueblo, de estilo pobre, tradicionalmente británico, que se encuentran relativamente dispersas por la falda de la montaña. Este barrio apenas está urbanizado, pues sus habitantes, la mayoría de ellos campesinos, trabajan directamente las tierras colindantes.

Unos segundos después, el tren pasa por arriba del núcleo principal, que, rodeado por una empalizada de madera, queda a mano izquierda.

El núcleo principal se divide en dos partes, una de las cuales carece de población. El terreno adyacente al ferrocarril es una inmensa y verde pradera que desciende en suave pendiente y está sin urbanizar, si exceptuamos un par de torreones pertenecientes a la antigua fortaleza, situados en el rincón superior derecho del recinto, según se mira desde el mar. En un lugar dado la pendiente se hace abrupta como una pared, y baja hasta la playa rodeando el centro histórico de la ciudad, el cual a su vez se asienta directamente sobre la blanca arena. Este barrio tiene forma rectangular, y siendo de tamaño similar al de la pradera que se alza por encima, es de calles muy estrechas pero rectas, y de pequeñas casas grisáceas de época medieval, entre las cuales destacan varios monumentos, como el Big Ben, la torre de Londres y el fenomenal Coloso, que ocupa una manzana entera y se encuentra agachado, con los brazos abiertos, dando la espalda al mar.

Todo esto le explicaba yo a mis compañeros de viaje mientras nuestro tren se acercaba a Londres, pareciéndole a ellos que eran datos de interés grande. Así que resolvimos detenernos para conocer más a fondo la ciudad, y abandonamos el coche en la estación de automóviles, que estaba llena de columnatas. Nos esperaba una jornada de sol y de playa.