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viernes, 21 de mayo de 2010

CUENTOS JAPONESES: EL MARIDO PERFECTO

Era uno de los días más felices en la vida de R. Kikukawa, el día con el que había estado soñando desde que era niña, el día de su boda. A partir de ese día compartiría su existencia con un marido perfecto, un hombre guapo, trabajador y amable que la cuidaría y la protegería durante el resto de su vida. Aunque en realidad se podía decir que lo había estado esperando durante toda su vida, esa tarde, la tarde definitiva en la que se consumaría definitivamente el matrimonio, había estado en casa realizando con toda devoción los preparativos para recibirle. Había limpiado el apartamento en profundidad y lo había adornado de la mejor manera que había podido imaginar, poniendo todo su empeño y su corazón en cada acto. Había ido a comprar la cerveza preferida de su futuro esposo, un póster de su equipo de béisbol favorito, una gran tarta. Desde entonces, y hasta el fin de sus días, haría cualquier cosa para conseguir la felicidad de su marido y la suya propia...



No le había costado poco esfuerzo conseguirlo. Había tenido que trabajar duro. Levantarse pronto cada mañana en el sucio invierno de Osaka. Ahorrar. Lo había comprado en la enorme tienda de electrodomésticos, robots y trastos para el hogar de Umeda. No era el mejor modelo de marido que había en venta, pero sí uno bastante caro, ya que, una vez había decidido gastarse el dinero en él, había que hacer las cosas bien y no quedarse con cualquier idiota. Aunque para las características que reunía, en comparación con los otros modelos a la venta, resultaba un auténtico chollo. Por el precio, por ejemplo, del modelo “el marido más guapo del mundo” (pero con la cabeza casi totalmente hueca), el que R. había elegido no era sólo bastante guapo sino inteligente y creativo, sensible y trabajador, limpio y educado, y además de los que ayudan a su esposa en las tareas domésticas. Ah, tras varios años trabajando, por fin había reunido el dinero suficiente para comprar el marido perfecto. Y además, por la compra de un artículo tan caro, recibía una gran cantidad de puntos que podía utilizar en la siguiente compra, con lo cual el microhondas, la lavadora el sillón masajista o la nevera le saldrían gratis. Iría con él a elegirlo. Un sábado por la mañana que no tuvieran pensado ir a ningún sitio o que lloviera irían al centro comercial de la mano y lo comprarían.



En realidad, nunca había estado a favor de este tipo de electrodomésticos o seres humanos, ni de que existiera la posibilidad de comprar por internet a la persona con la que vas a pasar el resto de tu vida. No es natural. El amor no se compra. Y además eran bien caros. Y sólo tienen dos años de garantía, así que, si con el tiempo se vuelve gordo, borracho, ludópata, un cerdo, etc. la empresa ya no responde y te lo tienes que comer con patatas. Pero una amiga había probado y sorpresivamente, le había funcionado a las mil maravillas. Al tipo le gustaba pasear por las montañas, sabía pintar, montar a caballo, disparar con arco, y ayudaba en las labores del hogar. Y ya le había dado un hijo y estaban esperando el segundo. Así que al final, harta de su soledad y del aburrimiento de la vida japonesa, había decidido probar ella misma y se había gastado casi todos sus ahorros. El que había comprado R. sabía preparar comida japonesa, pero con el tiempo se podía actualizar para que también preparara comida italiana, china, española, y francesa. Sin duda, valía la pena.



El tiempo de la entrega había llegado, y R. contemplaba una y otra vez el reloj con gran ansiedad. Había dado ya los últimos retoques al piso, le había planchado las camisas otra vez, mil veces había recolocado el florero en el centro de la mesa de la cocina y el vino francés que pensaba regalarle. Al fin, pasaban 20 minutos de la hora pevista de entrega cuando sonó el timbre. “Ya ha llegado “–se dijo R. Kikukawa-. Y su corazón tembló de emoción. Un hombre corpulento con el uniforme de Yodobashi Camera (la tienda de electrodomésticos) entró en la casa empujando una carretilla en la que a su vez había una gran caja. “¿Dónde se lo dejo?”-preguntó el hombre con desafecto. A continuación dejó la caja en el lugar adecuado, pidió a R. que le firmara un recibo y se retiró con una ligera reverencia.



R. abrió no perdió el tiempo en dirigirse a abrir el paquete, llena de alegría. Su corazón flotaba. Y en eso que al final, tras muchos esfuerzos, que acometió todo el entusiasmo y la emoción del mundo, abre el paquete y se ve un pordiosero gordo y feo con olor a vino barato, y además con pinta de extranjero. “¿Tú quién eres?”-le dice secamente-.Y el tipo, o porque no hablaba japonés o porque era tonto, no contesta. “Ya lo sabía yo, que estas cosas no funcionan. “-Y luego piensa un poco y acaba diciendo: ”Bueno, no es para tanto. Los de Yodobashi Camera se han equivocado y me han traído a un mendigo y encima el hombre ya se ha ido y no puedo reclamarle.””Pues nada, mañana me lo cambiarán por el modelo adecuado”. Y tras otros minutos reflexionando en silencio le dice al final al pordiosero-. ”Tu métete en la caja que te voy a devolver a la tienda para que me traigan el marido que he pedido. Y no te pongas triste, pues no es mi intención ofenderte. Simplemente es que no eres el producto que yo había solicitado.”



Los de la tienda no querían reconocer su error. Según sus registros, estaba todo en orden. El marido modelo “compact” con destrezas artísticas especiales y el kit de colaboración en las tareas del hogar había sido retirado del almacen y enviado a la dirección correcta. De todas formas, tras insistir, enviaron otro técnico a casa de R. “ Tiene razón, señora, en 30 años en el negocio jamás había visto algo así. Le pido disculpas en nombre de la empresa. Ya me llevo a este engendro y le traigo el bueno.



Total, que al día siguiente vuelve el gordo con otro paquete, y al abrir la caja, para sorpresa de todos, se ve la cara del mismo pordiosero. R. se le queda mirando con cara de odio y luego se empieza a quejar al empleado que se lo ha traído. Su boda arruinada. Otra vez el guiri que no habla japonés. Y que está gordo. “Devuélvame el dinero y lléveselo”-le dice al tipo. El hombre se va, y R. Kikukawa se queda en casa, sola otra vez y sin el marido de sus sueños. Ese día esta tan triste que ya no quiere hacer nada más. Su esperanzas están arruinadas. Se asoma al balcón, y contempla la caótica jungla de asfalto que es Osaka, sin edificios históricos, sin apenas parques. A partir de ahora su vida se reducirá de nuevo a esas largas jornadas laborales, levantándose todas las mañanas temprano para ir a su odioso trabajo. Viviendo en soledad el resto de su existencia, entre la masa anónima, sin nadie que la comprenda o la quiera, sin ningún motivo para seguir viviendo.


En esos momentos, en el parque de la esquina, el pordiosero español gordo está deprimido también. De tanta tristeza que se acumulaba en su corazón, no se le había ocurrido otra cosa que comprarse un pack de cervezas strong y bebérselas de un trago, cayendo fulminantemente en estado comatoso.



Poco después, unos pordioseros del parque le han visto y han corrido en su ayuda.Tras varios esfuerzos, han conseguido reanimarle. Ahora están todos juntos sentados en el mismo banco, bebiendo sake de cartón, pero mientras los otros mendigos se dedican a insultar a la administración Hatoyama, acusándola de todas sus desdichas, el suelista español les cuenta su triste historia de amor en un japonés muy bueno pero con pronunciación un poco extraña.



“Soy un pordioero español que vino a Japón atraído por la calidad de su sueling. Había oído que en Japón los pordioseros duermen en los bancos sin ser molestados por ningún neonazi, que los hombres de negocios a menudo pasan la noche en los parques y que hasta las abuelas se tajan con cerveza de ocho grados. En España, aunque soy considerado por los expertos uno de los mejores suelistas del mundo, el sueling es un deporte minoritario que no atrae la atención sino de una élite de bohemios cultos y refinados.”



“Mi vida en en Osaka era sencilla, realizando sueling día y noche, y por las tardes iba a Yodobashi Camera a utilizar gratis el sofá-masaje, y después al supermercado de los grandes almacenes a merendar gratis con los productos para degustar que ese supermercado siempre ofrece a sus clientes”



“Era feliz con esa vida sin responsabilidades, pero notaba que en el fondo de mi corazón me faltaba algo. Hasta que una de esas tardes en el Yodobashi Camera me pasó algo que cambió mi vida. Mientras pasaba por la sección de maridos perfectos de la tienda de electrodomésticos, mis ojos se posaron casualmente sobre una chica que estaba en esos momentos comprando uno. Era una chica preciosa, no de esas japonesas de rostro delicado y perfecto que parecen muñecas, sino una chica normal y corriente, vestida normal y sin pintar. Con una mirada preciosa, llena de amor y de bondad aunque también de soledad, y con una forma de sonreir maravillosa. Pero por encima de todo, lo que me llamó la atención de ella es que no llevaba maquillaje je je. Era la primera vez que veía una chica japonesa sin maquillar y por eso me había quedado mirándola sin darme cuenta.”



“Me enamoré de ella al instante, así que me dediqué a escucharla desde cierta distancia mientras pedía consejo al dependiente. Mientras la mayoría de las mujeres japonesas buscan un hombre millonario, ella solicitaba un hombre bueno y amable que la cuidara durante el resto de su vida, producto difícil de conseguir en el mercado. Me di cuenta de que el interior de esa chica era tan hermoso como me había parecido ver en sus ojos unos minutos antes. Entonces pensé que un ser humano tan maravilloso no merecía un marido perfecto producido en serie en una fábrica sino un marido perfecto producido por la madre naturaleza. Así que decidí esperar en el almacén para dar el cambiazo y meterme yo en la caja y ser así transladado a su casa y convertirme en su marido.”



“Por desgracia, mi pinta desaliñada la debió asustar, y aunque soy pordiosero inteligente, culto, con don de lenguas y mi japonés es de calidad bien alta, el hecho de estar profundamente enamorado de ella me provocó tal nerviosismo que no fui capaz de presentarme adecuadamente, y no sólo eso, sino que apenas pude hilvanar palabra, de tan emocionado como me encontraba. Así que fui rechazado dos veces, y aquí me encuentro, desesperado y al borde del suicidio por culpa del amor.”



Los otros pordioseros, entre trago y trago de sake de cartón, escuchaban con gran atención y emocionados la triste historia del pobre suelista español que se había enamorado de la chica japonesa. Todos se solidarizaban con él, y como muestra de apoyo le metían enormes trozos de sashimi en la boca para ayudarle a mitigar el sufrimiento.



“Me había prometido a mí mismo convertirme en el marido perfecto. No un tipo millonario y machista que simplemente pusiera la pasta que hace falta para vivir y que la usara de robot en la cocina y en la cama y le regalara a cambio expensivos regalos, sino alguien que la apoyara y la quisiera durante el resto de su vida. Haciendo que su existencia fuera más hermosa, más divertida, cocinando, viajando y riendo con ella, provocando su felicidad en cada momento. Incluso estaba dispuesto a dejar de hacer sueling excepto una vez a la semana. Además, casarse conmigo sería gratis, y por tanto se iba a ahorrar millones y millones de yenes si decidía no comprar el marido de la tienda de electrodomésticos. Tenía la intención de invitarle a pasar las vacaciones a España. Y con los dos euros que tenía ahorrados había comprado dos billetes de avión para ir a pasar unos días de luna de miel a Venecia. Pero mi plan a fracasado y no me queda otra opción que suicidarme ”




En esos momentos, R. tenía también ganas de suicidarse y había decidido emborracharse con sake de cartón por primera vez en su vida y luego arrojarse al río más contaminado de Osaka y puede que de Japón, el Dotombori, río del que nadie había salido vivo antes. Pero entonces al pasar por al lado del banco, había visto al suelista sentado de espaldas, y aunque en un principio le habían entrado ganas de golpearle, al escuchar su historia había pasado de la simple curiosidad al interés verdadero, y poco a poco sus palabras la habían ido conmoviendo hasta que sin darse cuenta, se había encendido la llama del amor en su pecho.



Así que, contenta de no haber comprado el marido perfecto, se acercó al suelista de gran corazón pero que emitía un olor a sashimi y a sake desagradables y le dijo que si era capaz de ducharse y de quitarse ese aroma pestilente, podrían vivir juntos el resto de su vida.



El suelista se duchó, y se casaron y a su boda acudieron suelistas y pordioseros de todo el Japón , y desde ese día la vida de R. Kikukawa fue más hermosa, cocinando, viajando y riendo con ese extranjero bondadoso pero algo extravagante, ahorrando millones de yenes en caprichos estúpidos y robots; yendo a España y a Venecia y a cientos de lugares en Japón y en el resto del el mundo.



Otros cuentos japoneses del Chino Muerto:

-El Cuento de los Kanjis.

-El Cuento de los 12.000 yenes.

-La Experiencia Japonesa de James Douglas Paterson.

-Hatsumode.

-Aventuras del Profeta Azul en Japón (Segunda Parte)

-El Tercer Hombre (Plagio de la Película de Carol Reed)

miércoles, 28 de abril de 2010

LA PANTERA ROSA EN BILBAO

La Pantera Rosa llegó a Bilbao de madrugada, justo antes de que comenzara a amanecer, a bordo de una pequeña lancha motora en la cual también iba montado el Inspector Crusoe. Entraron en la ciudad cruzando a lo largo toda la ría, despacio y sin hacer demasiado ruido, pasando por debajo del famoso puente Golden Gate de San Francisco, que había llegado hasta allí gracias al novedoso y valiente, si bien algo costoso, programa de intercambio de monumentos ideado por el Chino Muerto.

Desembarcaron en una pequeña playa de gravilla con algunos pedruscos y cierta suciedad que había justo junto al centro histórico de la capital vizcaína; el Inspector Crusoe desapareció inmediatamente de la escena, mientras que la Pantera se puso a la obra, pausadamente pero con gran laboriosidad.

El objetivo de la Pantera Rosa era organizar un negocio, en principio de tamaño modesto, allí en pleno centro de la ciudad. Se trataba de un mercado, pero un mercado de lo más singular, porque la Pantera se dedicaba a comprar productos al precio más alto posible y venderlos luego mucho más baratos.

Como estaba empezando, y además era aún muy temprano, el negocio no estaba muy animado. Pasaban algunas viejas y algunos currelas de camino a la obra y la Pantera les ofrecía una barbaridad por cualquier mercancía que portaban. Por ejemplo, si una vieja llevaba una bolsa con lechugas, le preguntaba cuánto le habían costado. Si la vieja le decía que tres euros, le ofrecía comprársela por cinco euros, y luego la vendía en su mercado, a veces a la misma vieja, a euro y medio.

Así es como poco a poco se iba animando el negocio absurdo de la Pantera. Que pasaba un ruso con una caja de 6 botellas de vodka valoradas en 10 euros en cada una, la Pantera le compraba la caja a 100 euros, y luego ponía a la venta las botellas individualmente a menos de 5 euros.

Poco a poco el trasiego de clientes que acudían a aquel singular rastro había crecido hasta igualar a la cantidad de gente que iba a las manifestaciones en contra de la jornada laboral de 65 horas al día o jubilación a los 200 años, pero todavia la cantidad era inferior a la de las manifestaciones para que no se rompa la democracia o "ZP, con la familia no se juega".

El negocio había crecido considerablemente e incluía una gran cantidad de trastos de todo tipo; mercancías de lujo junto a cacharros prácticamente inservibles. Pero todos ellos de gran atractivo para el consumidor por los precios absurdamente ridículos a los que se vendían.

Hay que decir, que después de cerrar cada transacción, la Pantera siempre ofrecía recomprar una vez más el producto por un precio todavía más alto, y que luego lo ponía a la venta a un precio aún menor del de la última venta.

Se la veía contentísima y aplicadísima en su trabajo. Orgullosa de que todo fuera viento en popa, preocupándose de que su negocio funcionara bien y de saludar y dar las gracias a todos los clientes, incluso a los que sólo se acercaban a su improvisado rastro a mirar.

Dios se moría de risa observando desde el cielo el desarrollo de los hechos. Pues aunque Dios  es omnisciente y omnipresente (quiere decir que lo sabe y lo ve todo) tiene una función que le permite renunciar a esas facultades temporalmente y contemplar los hechos humanos sin conocer el desenlace de antemano, para así disfrutar a ratos como uno cualquiera, volviendo después a su estado de conocimiento absoluto de todas las cosas.

Así, mientras degustaba las más deliciosas palomitas de la historia, sentado en un sofá más cómodo que cualquiera de los sofas terrenales, se divertía con la visión (por su puesto en 3D y super alta definición) de las hazañas de la Pantera.

"Esta pantera es la monda-se decía a sí mismo, divertido-. Sin duda está orgullosa de su negocio que apresuradamente le debe de estar llevando a la ruina, y por eso da las gracias con tanta amabilidad a todos los clientes, como si pensara que el objetivo de su negocio es simplemente vender el máximo de objetos posibles, independientemente de que haya beneficios o pérdidas. Mira que animada se le ve".

"¿Será consciente de lo que está haciendo? -seguía preguntándose después Dios, entre carcajada y carcajada- ¿O bien tiene algún plan secreto o es tan despistada que confunde los números?. -Y sus risas resonaban en el cielo, y caían a la Tierra en forma de repentinas tormentas benévolas, que llenaban los pantanos en pocos segundos y traían a la Comunitat el agua para especular que no nos quiere dar Zapatero.

Entretanto, se había hecho el mediodía en Bilbao, y ya se agolpaban auténticas multitudes en ese rincón de la ría en el que la Pantera había abierto su negocio, por lo que la Pantera había contratado a varias decenas de ayudantes, a los que pagaba un generoso sueldo, más incentivos en función de las pérdidas que causarán a su establecimiento.

Con frecuencia se le veía corregir la conducta de algún empleado novel, reprochándole paternalmente el haber cerrado una transacción no lo suficientemente desventajosa.

Todo fue perfecto durante varias semanas. Gracias a la Pantera, muchísimos parados y deshauciados por la crisis tenían ahora productos que llevar a sus familias y además ganaban dinero al hacer la compra. Los pequeños comercios también se abastecían del rastro de la Pantera para conseguir productos baratos que luego podían vender al público a precio irriosorio. Nadie se preguntaba de dónde provenía todo ese dinero regalado a espuertas y todo el mundo estaba a favor de ese negocio tan ventajoso para el cliente

Pero las grandes superficies y las multinacionales y los banqueros estaban pasándolo mal, ya que la gente había empezado a dejar de acudir a los negocios tradicionales. Así que contrataron periodistas para que hablaran mal de la Pantera e inventaran abusos de los derechos humanos por parte de la Pantera, políticos para que legislaran contra la Pantera, y jueces para que levantaran causas ficticias con el objetivo de ilegalizar a la Pantera y a todos losque simpatizaran con su mercado.

La Guardia Civil empezó a investigar a la Pantera buscando conexiones con ETA, alguna prueba que permitiera cerrar su negocio, cualquier cosa ilegal, pero no había forma. Se investigó la empresa a fondo y no había nada. Era todo perfectamente normal.

La Pantera había asegurado su negocio en la bolsa de manera que si el negocio perdía dinero cobraba primas de las grandes aseguradoras. Lo mismo que hacían Goldman Sach y muchas empresas que se dedicaban a la especulación financiera e inmobiliaria; así que, según las leyes fundamentales del capitalismo, era el libre mercado y había que respetarlo.

Además, como empresa que se dedicaba a la especulación, el negocio de la Pantera Rosa se beneficiaba millones y millones de euros del gobierno en concepto de rescates bancarios y medidas anti-crisis. Así que, para impedir que la Pantera siguiera con su negocio, había que cambiar totalmente el sistema y para ello hacía falta un presidente revolucionario como en Cuba, Venezuela, Bolivia, etc. Pero de eso, los que dominaban el poder en España no querían ni hablar.

Sin embargo, las campañas del País y el Mundo en contra de la Pantera habían conseguido que dejara de ser una de las instituciones más valoradas por los españoles. Después de las acusaciones salidas en el Mundo de que la Pantera se había aliado con ZP y Al-Qaida para destruir la familia y la democracia y regalarle el País Vasco a Navarra, había calado entre la gente de derechas la idea de que el mercado de la Pantera era una tapadera de grupos terroristas. 

Los del PSOE, para que no les acusaran de blandos con el terrorismo, también habían empezado a criticar a la pantera. Al final la mayoría de los españoles la odiaban tanto como a Hugo Chávez, aunque, por suerte, muchos bilbainos de barrio seguían yendo a su deivertido negocio a comprar y a que les regalaran el dinero del rescate bancario. El País decía que la Pantera era una amenaza contra nuestro orden constitucional y contra el libre mercado.

Finalmente, se inicio el juicio contra la Pantera Rosa. El juicio se basó en la acusación de que en sus episodios de dibujos animados, la Pantera nunca había condenado a ETA, y ello, para la respetable audiencia, era prueba irrefutable de colaboración con banda armada.

El presidente de Irán dijo en una entrevista que era injusto que juzgaran a la Pantera con acusaciones tan nimias. El País publicó en portada, a raíz de ese comentario, que Irán y la Pantera eran aliados y que la Pantera estaba ayudando a Teherán a conseguir la bomba. 

Se condenó a la Pantera a prisión y su negocio se ilegalizó. Fue un gran golpe a favor del capitalismo brutal y de que en España todos los periódicos, cadenas de televisión, bancos y grandes empresas siguieran concentrándose en las manos de tres o cuatro familias, y un golpe brutal sobre la economía de miles de bilbaínos humildes, ya suficientemente azotados por la crisis. En los periódicos, el cierre se vendió como un triunfo de la democracia contra los que quieren romper el Estado de Derecho.

Pero lo que se le escapó a la camarilla de imbéciles en el poder es que, como el dibujante de la Pantera Rosa encargado de hacer cumplir en su episodio las resoluciones de la Audiencia era un tio de izquierdas, que había comprado en el mercado de la Pantera y simpatizaba ampliamente con ella, entonces el dibujante cumplió a rajatabla el guión en el que la Pantera iba a prisión excepto en una cosa.

El tipo le dibujo una cucharilla dentro de la celda con la que pudiera cavar un tunel para escaparse rápido de la cárcel en la que hubiera podido ser torturado como tantas personas en las cárceles españolas. La Pantera salió rápido con la idea de montar otro negocio en otro sitio para ayudar a los pobres y robar a los ladrones. El dibujante alegó libertad de expresión y que sólo se trataba de un ejercicio de libertad artística. Y al final sólo le cayó una pequeña multa, pero evitó ir él mismo ir a prisión y por lo tanto no llegó a ser torturado por la Guardia CIvil.

viernes, 19 de marzo de 2010

CUENTOS JAPONESES. LAS AVENTURAS DEL PROFETA AZUL EN JAPÓN (SEGUNDA PARTE)

El ensañamiento del Profeta Azul hacia Japón había llegado a extremos enfermizos. Igual que los periódicos y telediarios españoles se dedicaban a terjiversar la realidad y a manipular los hechos para predisponer a la opinión pública española en contra de Venezuela y Colombia, el que antaño había sido el mejor escritor de relatos cortos con diferencia había convertido su interesantísimo blog en una absurda retahíla de insultos, afirmaciones falsas y  exageraciones contra el país del sol naciente; una repetición de argumentos falaces y  sin fundamento alguno que tenían como único objetivo desinformar al público sobre la realidad de aquel país. Del mismo modo que el País y el Mundo eran capaces de insinuar con todo descaro, ajenos a cualquier principio de ética periodística, que Venezuela, uno de los paises más democráticos del mundo, era gobernado por un caudillo autoritario, y ocultaban también a los españoles los grandes logros del gobierno de Chávez; también el Profeta había llegado al extremo de afirmar sin vergüenza alguna, en su delirante obsesión anti-japonesa, que Japón -que probablemente de entre las naciones desarrolladas era la que mejor había sabido mantener su esencia, costumbres, festivales y peculiaridades-, era en realidad un país aburrido, sin lugares de interés, occidentalizado y que no conservaba apenas tradiciones resaltables.

Hasta tal punto se prodigaba el Profeta en sus aseveraciones carentes de toda lógica y sentido común que la nueva administración japonesa de Yukio Hatoyama se sentía profundamente preocupada por el efecto que toda esa propaganda negativa y todas esas informaciones sin ninguna base real pudieran tener sobre la imagen de su país. Pues si bien, el blog del Profeta, igual que el del Chino Muerto, había sido siempre un medio minoritario y de calidad que apenas tenía repercusión entre una élite de intelectuales avanzados, era de temer que, igual que ocurría con los medios de comunicación que la mayoría de los españoles leían a diario, conforme iba abandonando su tarea de describir fielmente la realidad, sucumbía a la demagogia y se convirtiera en un periódico de ciencia ficción y en un medio de desinformación másiva, aumentara su repercursión y llegara a afectar a las masas, dañando así la imagen que los españoles tenían del interesantísimo país de la gheisas, los pordioseros, las viejas en forma de ele y el pachinko.

Además, la economía japonesa no estaba para bromas de ningún tipo. Con una deuda que superaba el propio producto interior bruto anual de la nación, una industria golpeada por la competencia de otras naciones asiáticas y por la crisis mundial, el envejecimiento de la población, la caída del turismo, y también la presión de la administración Obama, el premio Nobel de la Guerra, una de las administraciones más hostiles de la historia de una nación ya hostil de por sí; un nuevo factor negativo, aunque fuera una caída de sólo una decena del numero de turistas que visitaban la isla cada año, podía provocar la desconfianza de los mercados financieros, aumentar los problemas de varios ayuntamientos e instituciones regionales que ya estaban al borde de la quiebra y provocar una crisis todavía mayor que terminara por hundir completamente la maltrecha economía del país nipón, obligándoles a pedir "ayuda" al tenebroso Fondo Monetario Internacional.

Así que después de varias deliberaciones del Primer Ministro Hatoyama en persona con su consejo de ministros y con sus socios de coalición,  se decidió actuar contundentemente para cortar de raíz el problema. Unos mercenarios chinos anticomunistas de élite al servicio del gobierno japonés aparecieron una mañana por el parque donde vivía el Profeta haciéndose pasar por mendigos antijaponeses de izquierdas y estuvieron bebiendo cartones de vino e insultando a Japón con el otrora mejor bloguista de la historia. Al caer la noche, los mendigos y el Profeta estaban ya practicando un animado sueling entre sus propios vómitos. Pero el sueling de los pordioseros era fingido. Habían introducido en el vino del Profeta una sustancia que hizo que éste no se despertara hasta varios días después, cuando ya había sido translado en una jaula desde España a Kioto, la más turística y encantadora ciudad de Japón y el mayor balnco de las mentiras y los odios del Profeta.

Una vez llegado a Kioto, el Profeta quedó para siempre encerrado en la misma jaula en la que había sido transladado a su país más odiado. De esa manera el Profeta estaría bajo el control del gobierno japonés y sin acceso a internet para que no pudiera publicar ya nunca más sus ridículos oprobios en contra del país nipón. Además, como venganza a todo el daño que había provocado a la reputación del país, y sabiendo cuánto odiaba los lugares turísticos, la jaula fue colocada en una de las zonas de Kioto más pintorescas y más visitadas por los visitantes extranjeros, en la calle que conduce al templo de Nanzen, cerca del maravilloso paseo de los filósofos, y con una vista preciosa a las montañas del este de la ciudad y a los puestos de suvenirs alineados a ambos lados de la calle.

Durante meses, la vida del Profeta discurrió con sopor y aburrimiento en la estrecha jaula desde la que contemplaba pasar cada día a varios miles de turistas llegados a esa parte de la ciudad para disfrutar la animada vida cultural que un barrio de la ciudad con un patrimonio tan rico y con tantos y tan variados eventos culturales ofrecía a sus visitantes. Ya se tratara de visitar los maravillosos templos de la zona, asistir a un concierto de taiko, contemplar teatro tradicional japonés, escuchar un cuentacuentos típico, aprender un arte marcial, asistir a la fabricación artesanal de katanas, vestirse de geisha, probar la deliciosa gastronomía local, aprender ikebana, caligrafía china, contemplar, escuchar o probar instrumentos que se remontaban a épocas inmemoriales, festivales extraños como los que ocurrían en Japón... Aunque muchos habían ahorrado durante años para hacer el viaje de sus sueños, y se les veía avanzar por la calle ilusionados, animados, con los corazones llenos de alegría, el Profeta se dedica a insultarles desde su jaula utilizando el mismo típico de argumentos irracionales con los que durante los meses anteriores había llenado su ya no excelente blog. "!Imbéciles de mierda, ¿a dónde vais?...!Kioto es una ciudad de mierda, sin cultura, ni tradiciones... Los templos son de plástico, pequeños y están vacíos... Los japoneses son robots...China es más interesantes.. Los templos son más grandes... Estáis desperdiciando vuestro dinero y vuestro tiempo...!

Cuando oían ese tipo de disparates que parecían bromas que nadie entendía pero que el Profeta decía con la mayor seriedad del mundo, como si se tratara de verdades comprobadas cientificamente, los turístas se reían y se dedicaban a hacer fotos sin parar al chalado de la jaula. Chalado al que, por cierto, después de semanas en su nuevo hábitat, le habían crecido las barbas y las melenas como a Robinson Crusoe hasta hacerle parecer una bestia primitiva y simiesca propia de una película de terror de bajo presupuesto y argumento mal hilvanado. "Los millones de turistas que venís a Kito al año, ciudad sin interés, ni centro histórico, estáis totalmente equivocados -seguía gritando el Profeta, para más risa de los turistas- todos estáis equivocados y sólo yo estoy en lo cierto. Os están tomando el pelo, imbéciles de mierda".

Aunque al principio sus comentarios sonaban divertidos, como el Profeta, cuando se obsesionaba con algo, tenía la manía de repetir cientos de miles de veces, y con todo convencimiento, los mismos argumentos, por muy falaces y disparatados que fueran, al final los turistas se cansaban de escuchar las incongruencias y los quejidos de la abominable criatura peluda e intentaban acallarle lanzándole grandes cantidades de comida japonesa tradicional, que precisamente era la más odiada por ese ser abyecto. Sushi de primera calidad, sashimi fresquísimo, ramen, gyoza crujientito por fuera y jugoso por dentro..., exquisiteces que cualquier paladar sano y normal habría agradecido con mil reverencias al estilo japonés pero que para el hombre de la jaula eran un insulto. Por suerte, una vieja de más de 100 años vestida con kimono, vieja que trabajaba muy cerca de la jaula enseñando a los numerosos turistas interesados la tradicional ceremonia del té, se había encariñado de la bestia y lo había adoptado como si fuese el nieto que nunca había tenido. Y por eso le llevaba todas las mañanas y todas las noches a la jaula su comida preferida (del Profeta). Hamburguesas del Makudo y del Lotteria (para el Profeta el verdadero manjar del país del sol naciente). Pero la bestia, en lugar de agradecer a la pobre vieja sus grandes cuidados, la recibía cada mañana y cada noche con horribles insultos. La vieja sentía una gran tristeza por causa de estos insultos salidos de la boca de su propio nieto, o al menos de quien ella trataba como si hubiera sido siempre su nieto.

-Vieja de mierda, tú no eres vieja de verdad. Un día, cuando tenías 30 años te hiciste vieja de repente, te levantaste una mañana totalmente vieja, llena de arrugas y con forma de ele. Y dijiste: "Qué mierda, me he vuelto vieja de repente". Y seguiste viviendo igual, como si nada, vieja de mierda.

Y la vieja, que ante sus clientes se mostraba siempre gélida como una roca, y que nunca había mancillado, ni siquiera con un pequeño gesto inconsciente o un movimiento instintivo o un fugaz parpadeo, la severa etiqueta y la exquistita cortesía requeridas para la ceremonia del té; después de haberle llevado a "su nieto" su comida preferiday haber una respuesta tan hostil a cambio, lloraba y lloraba cada noche al volver a casa. Otras veces, el Profeta le decía:

-Tú no eres vieja de verdad. Tú naciste vieja o te fabricaron en una fabrica de galletas directamente vieja para que pareciera que llevas enseñando siglos la mierda del té ese con que engañas a los turistas. !Vieja-robot de mierda, puta!

Una noche, se acercó de repente a la jaula un misterioso agente secreto que trabajaba al servicio de una potencia extranjera hostil. Entre los barrotes de la jaula consiguió introcucir un sobre en el que había dos llaves y un billete de avión, así como un trozo de papel con una dirección escrita en chino y transcrita a los carácteres del alfabeto romano justo debajo.

-Sal de la celda con esta llave y viaja a la ciudad china de Fen-Huon. Allí encontrarás la prueba de que tus teorías con respecto a Japón no andan tan equivocadas como la gente cree...

En ese momento, una colegiala que pasaba cerca de la celda, probablemente al servicio de una potencia enfrentada a la potencia para la que trabajaba el agente anterior, sacó un revolver del bolso y acribilló a disparos al agente secreto extranjero. A continuación la joven dirigió su mirada y su revólver al Profeta, a quien disparó tres balas a quemarropa. Se hizo la oscuridad  para el Profeta Azul,  y su cuerpo se desmoronó en el fondo de su sucia celda, hasta quedar tendido, inerte, sobre un charco de su propia sangre.

¿Sería el fin de las aventuras del Profeta en Japón? No, por suerte, por milagro o porque el Destino o Zeus así lo habían decidido, las tres balas habían impactado en zonas secundarias de su cuerpo, sin afectar a ninguna de sus partes vitales. Por eso, si el Profeta había caído había sido más como producto del shock de verse acribillado de esa manera que por las consecuenicias de los disparos. Pues aunque la primera bala había acertado a su pecho en la parte del corazón, el Profeta era un ser desalmado, vil y sin sentimientos, que robaba siempre las golosinas de los niños por pura maldad y que nunca donaba sangre ni colaboraba en las rifas benéficas a favor del exterminio del pueblo palestino. Así que, como no tenía corazón, la bala sólo le había provocado unas heridas en el pecho de no demasiada gravedad.

La segunda bala le había impactado en la garganta, en donde desde pequeño el Profeta tenía instalada una especie de tubería de un material duro e insensible. De manera que cuando la bala alcanzó esta parte del cuerpo, se oyó una especie de sonido metálico, profundo y estridente como el de una campana. Pero no hubo ningún daño importante en el cuerpo del Profeta. La tercera le dio en la cabeza y salió inmediatamente rebotada, a una velocidad aún mayor, en dirección contraria, causándole sólo unos leves rasguños.

Unas horas después, el Profeta se despertó en su jaula, casi de madrugada, sorprendido por el hecho de estar todavía con vida. A su lado estaba la solo estaba la pobre anciana de la ceremonia del té, que le llevaba como siempre unas hamburguesitas y unas patatitas bien calentitas para que se recuperara del golpe. Pero el Profeta todavía conservaba las dos llaves y el billete de avión. Y una de las llaves era la llave de la celda. !Por fin era libre! El día siguiente partiría hacia su amada china para descubrir un secreto que cambiaría la historia.

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Al día siguiente, por la noche, el Profeta llegó a la dirección en China que el agente secreto le había indicado. Se trataba de una complejo industrial semisecreto que se hallaba en lo más profundo de una de las regiones industriales situadas a lo largo de de la cuenca del Yant-tse. Aunque a esas horas estaba seguro de que la fábrica se encontraría cerrada, no dudó ni un instante que la segunda de las llaves que le había entregado el sacrificado  agente le procuraría la entrada al edificio.

Así que se apresuró hacia una de las entradas del recinto. Y en cuanto las puertas se abrieron y accedió alinterior del sitio, lo que vio le dejó anonadado. Incluso para alguien de la imaginación delirante, casi sin límites, del Profeta, una imaginación desbordada que hacía desfilar mezclados en su consciencia extraterrestres junto a  mendigos del parque,  ancianas con enfermedades terminales con pastores del Tíbet, especuladores vestidos con traje y corbata junto a robots, mutantes y bestias de todo tipo; incluso para alguien con una mente tan enferma, lo que vio en aquel momento era superior a cualquiera de sus fantasías, algo que ni en sus sueños más extraños en las noches en que practicaba sueling extremo y en su cerebro se acumulaban los efectos de la cerveza de Mercadona de la peor calidad y de las pizzetillas hechas con ingredientes de dudosa procedencia; ni en esos sus sueños extravagantes hubiera llegado a imaginar una locura semejante.

Era una fábrica de viejas. Viejas producidas en una cadena de montaje siguiendo un procedimiento automatizado a razón capaz de dar forma a centenares de viejas por segundo. Aunque el patrón general era el mismo para todas las viejas, la combinación  aleatoria de unas 10 o quince variaciones estándar creaba cada vez una vieja particular. "Vieja de ochenta años especializada en la ceremonia del té cuya tradición había aprendido de sus antepasados". "Vieja sucia en forma de ele que regenta una tienda de dulces típicos heredada de sus abuelos en un shoutengai". "Anciana venerable cajera de un ultramarinos mugriento de la esquina" "Vieja experta en artesanía tradicional japonesa". Las creaban en serie y justo antes de nacer les grababan en el cerebro sus recuerdos de octogenarias. Qué timo. Qué cabrones. Luego las suministraban a comercios de reputada calidad para que sustituyeran a las viejas que iban muriendo y que no se notara. Vaya manera de engañar a los turistas, que se creerían que estaban siendo atendidos por una señora venerable que había pasado toda su vida en Kioto, aprendiendo las artes tradicionales o gestionando un negocio centenario.

Pero eso no era todo. Junto a la fábrica de viejas estaba la cadena de producción de templos antiguos. Construían infinidad de templos de plástico nuevos cada día, listos para ser transladados a su emplazamiento definitivo haciéndolos pasar por edificios antiguos con gran valor histórico. El Profeta los vio con sus propios ojos sin poder dar crédito a lo que tenía ante sí. "Singular santuario tradicional de montaña cuyas paredes y techos de madera han sido desgastados por la historia y la metereología"."Pagoda milenaria de madera de cedro, raro especímen, único en toda Asia, construido en el periodo Heian, como lugar de recreo del emperador". Cientos de edificios recién construídos en plástico sintético delante de sus narices y todavía con un fuerte olor a pintura. Y encima deslocalizado a China, para que lo fabricaran obreros que no cobrarían ni 300 euros al mes. Qué hijos de puta.

Había estado siempre en lo cierto. Japón era una nación sin tradiciones y sin edificios históricos que se dedicaba a vender a todos los idiotas del planeta la imagen de un país de cultura milenaria. Millones de turistas engañados cada año por los sinvergüenzas que estaban a cargo y que, por cierto, habían intentado matarle. Pues ahora iban a conocer su venganza. Volvería a Japón para contarle la verdad al mundo. Hundiría al gobierno mostrando pruebas irrefutables del engaño. El Profeta entró en el cuarto donde apartaban los restos las viejas defectuosas y se metió un par de cabezas de vieja robot o clon en su mochila, junto con un brazo de vieja y un par de pies. Iba a llevárselas a la vieja que siempre le compraba hamburguesas para demostrarle que tenía razón cuando le decía que ella no era vieja de verdad, que había nacido vieja y puesta .
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Mas cuando tras volver al Japón y llegar al lugar donde la vieja trabajaba, enseñando la tradicional y centenaria ceremonia del té, y le enseñó los restos de viejas clon que llevaba en su mochila, la vieja se quedó mirando a los ojos de uno de los trozos de vieja; a continuación su cuerpo comenzó a mutar, como el monstruo de Terminator, y se fue transformando con cibernética liquidez en una colegiala japonesa. !La misma joven que había disparado al Profeta unas noches atrás! La colegiala se llevó la mano al bolso y sacó un revólver; es obvio que su objetivo era acabar definitivamente con el Profeta Azul.

Pero nuestro protagonista había anticipado la jugada, y tras gritarle: "!vieja puta asquerosa!" le había arreado un puntapié haciendo que el bolso y el arma se le cayeran al suelo. Ese momento fue aprovechado por el Profeta para escapar de allí corriendo. Como en ese momento pasaban varios grupos de turistas por la zona, el Profeta se camufló entre ellos y pudo abandonar Kioto sano y salvo.
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¿A dónde iría ahora? El Profeta Azul sólo tenía un amigo, o al menos no demasiado enemigo, en Japón. Un pordiosero llamado Elvar Ata, experto en política internacional, que escribía un blog de cierta calidad y que también había hecho música, cine y poesía, así como actividades revolucionarias de variada índole. Lo cierto es que el odio del Profeta hacia Japón había comenzado años atrás, cuando había viajado a ese país por primera vez para visitar Elvar, que vivía en Osaka. Antes del viaje se había formado grandes expectativas, su corazón estaba lleno de ilusión por conocer las maravillas del país del sol naciente, maravillas que su amigo le había contado tantas veces antes del susodicho viaje. Pero al final ehabía resultado un fiasco. Los templos eran una vergüenza, hechos de plástico, más pequeños que los de China y sin nada dentro. Las excursiones habían sido un desastre. Había más puestos de suvenirs que en Benidorm. Los japoneses eran extraordinariamente fríos y robóticos.

Había jurado no volver a ese país tan detestable y se dedicaba de forma monotemática a escribir en contra de Japón en su blog, y a hablar mal de Japón a todo el mundo. Tanto es así que su antigua gran amistad con Elvar se había resentido por causa de las discusiones que mantenían, con posiciones enfrentadas, al respecto. Pero ahora tenía pruebas para demostrarle al mundo que su opinión era cierta. Había tomado cientos de fotos en la fábrica de robots viejas. Y además, llevaba las cabezas en su mochila. Le contaría la verdad a su amigo, y éste tendría que aceptar que el país del sol naciente era un absoluto timo. Y como Elvar sabía japonés, quizás le ayudara a divulgar sus descubrimientos, para que los japoneses supieran todo lo que había descubierno.

Elvar, que antaño había sido un pordiosero de los más deleznables, un tipo que se alimentaba exclusivamente de lo que se dejaban los otros pordioseros y que recogía del suelo y se fumaba las colillas ya fumadas por otros pordioseros, había prosperado en Japón hasta convertirse en una de las personas más acaudaladas del país, especulador bursátil que poseía varios yates, participaciones en las más grandes compañías de Japón,  inversiones en todo el mundo e importantes contactos en el gobierno.  Nada más escuchar la historia del Profeta, reconoció su error, le comentó que estaba parcialmente al tanto y que en adelante le ayudaría a disfundir la realidad del país del sol naciente.

Elvar le contó al Profeta que probablente había sido raptado y llevado a Japón por el gobierno nipón para silcenciarle, y también como venganza por toda la propaganda antijaponesa que había vertido desde su primer y decepcionante viaje a aquel país.  En cuanto al agente que le había ayudado, facilitándole la salida de la jaula e indicándole la dirección de la fábrica de robots, se trataba sin duda de un hombre de la CIA. Pues el nuevo gobierno estaba últimamente dando pasos para liberarse de su condición de lacayo estadounidense en Asia. Habían revelado el acuerdo secreto de la anterior administración japonesa y Estados Unidos para introducir secretamente armas nucleares en suelo japonés. Estaban estableciendo lazos comerciales con China. Estaban considerando transladar una pequeña parte de las bases americanas fuera de Okinawa. El Imperio no toleraba ese tipo de insumisiones, que aunque eran insignificantes desde el punto estratégico, podían dar ejemplo a otras naciones colonizadas de Asia. En cuanto a los robots y los templos, Elvar confesó que no sabía nada, pero que creía las afirmaciones del Profeta, pues las pruebas fotográficas eran irrefutables.

Cuando salió de esa reunión en casa de su amigo, el Profeta sabía que se enfrentaba a un dificilísimo dilema. Tenía la costumbre de decir siempre la verdad, y nada más que la verdad, doliera a quien doliera, excepto en el trabajo, y por eso estaba decidido a hacer saber al mundo todo lo que había descubierto desde que había salido de la jaula. Pero si hacía eso, sabía que haría caer a la nueva administración japonesa, que si bien no era ni de lejos progresista, sí que estaba proponiendo reformas que a medio plazo harían disminuir la influencia americana en Asia, ayudarían a mejorar las relaciones sino-japonesas y propiciarian el clima adecuado para una solución dialogada al problema de Corea. Con la caída del gobierno reformista, volvería al poder la derecha rancia proamericana, imperialista y colonialista y hostil a China y a Corea del Norte. La influencia yanqui aumentaría, así como la posibilidad de una guerra, puede que nuclear, entre China y América en Taiwán o todos contra Corea del Norte.

A la mierda los yanquis. Se callaría. No iba a hacer nada que ayudara a los imperialistas y pusiera en peligro la paz mundial. Que se hundieran en su propia miseria. Y además, al fin y al cabo lo de los robots y los templos venía de administraciones anteriores, no era un invento del gobierno.

Es así como el Profeta Azul decidió olvidar a Japón y dejar que el pueblo y el gobierno de ese país construyeran su futuro por sí mismos, sin injerencias externas. No volvería a publicar nada más en su vida que perjudicara a ese país ni a su gobierno actual. Y puede que algún día, si con el tiempo conseguía olvidar los malos recuerdos de su estancia en el país naciente, hasta escribiera algo en su blog recomendando las excelencias gastronómicas y culturales de Japón, para así ayudar a la administración actual y ayudar a que los americanos se hundieran un poquito.

Elvar era ese día una de las personas más felices del mundo. Sabía que ante una decisión así, el Profeta eligiría sin ninguna duda la opción antiyanqui. Le había costado gran parte de su fortuna organizar todo ese inmenso montaje, contratar un actor que se hiciera pasar por un agente americano, disparara balas de fogueo en las partes no sensibles del Profeta, instalar esas enormes fábricas de robots, llevarse al Profeta al Japón en una jaula, conseguir mediante los más avanzados efectos especiales que la vieja se convirtiera en una colegiala, etc. Pero ahora, por fin, el Profeta dejaría de insultar a su amado país de acogida con sus infantiles argumentos, y se dedicaría a aquello para lo que de verdad tenía talento: hablar sobre las viejas y los pordioseros de su barrio y dejar de hablar de cosas sobre las que no tenía ni idea.

"Son los trescientos mil seicientos cuarentaycincomil novecientos trillones de yenes mejor invertidos de mi vida" se decía satisfecho mientras disfrutaba de su desayuno tradicional japonés, compuesto como cada mañana de sake de pésima calidad comprado en el conbini de todo a cien yenes y de sashimi a punto de caducar, adquirido a precio de saldo, la noche anterior, en el supermercado panchiko de la esquina.

Otros cuentos japoneses del Chino Muerto:

-El cuento de los kanjis.
-El cuento de los 12.000 yenes.
-La experiencia japonesa de James Douglas Paterson.
-Hatsumode.

domingo, 6 de diciembre de 2009

CUENTOS JAPONESES. LA EXPERIENCIA JAPONESA DE JAMES DOUGLAS PATERSON

James Douglas Paterson era un americano más, un americano inculto e imbécil como cualquier otro, el tipo de persona que en plena crisis financiera creía que el problema de su país era simplemente que se habían vuelto demasiado blandos. Pues según Paterson, en los últimos tiempos se estaban amariconando hasta el punto de comportarse como una nación socialista europea de poca monta y por eso les iba así de mal; no trataban a los iraníes y a los cubanos con la dureza que se merecían y con esa actitud se les estaba subiendo todo el mundo a las barbas. Y ahora ese tal Hugo Chávez, que se había aliado con los terroristas islámicos para extender su dictadura populista por todo el mundo y para romper la Comunitat de Michigan. Era obvio que necesitaban un Chuck Norris o un Schwartzenager de presidente, en vez de un presidente tan simpático.

Había que ser más verdaderamente americanos. Bajar más los impuestos, retirar más fondos de las escuelas públicas, invertir en armas más mortíferas, desregular las bolsas, más privatizaciones, producir coches más grandes y más contaminantes, extender los privilegios de las aseguradoras. O si no los chinos o los norcoreanos o los sandinistas serían los próximos dueños del mundo. Últimamente no estaban matando suficientes afganos, ni estaban practicando la tortura tanto como era necesario, ni casi promovían golpes de Estado, y por eso la economía ya no funcionaba tan bien como antes.

Sin ir demasiado lejos, su ciudad, Detroit, era ya tan peligrosa como cualquier gran ciudad de América Latina. Más del sesenta por ciento de la población la había abandonado en las últimas décadas, dejando un panorama desolador, con descampados y casas en ruinas por todas partes y una delincuencia galopante. El sueño americano se había convertido en pesadilla. Hacía falta un verdadero héroe que hiciera despertar a América.

Como cualquier yaqui normal, incluyendo varios de los presidentes, lo que le más gustaba hacer los fines de semana a James Douglas Paterson era tumbarse en el sillón a tirarse birras por encima de la cabeza y a ver partidos de béisbol. Apenas salía de casa, excepto para ir al trabajo o al centro comercial, y siempre en su enorme todoterreno Cadillac descapotable 4x4 y parando a mitad camino en el Krustiburger. La única excepción a su habitual sedentarismo era la visita de todos los sábados por la noche, acompañado por su chica, al parque de atracciones semiabandonado de la ciudad; parque de atracciones que, por otra parte, como todos lo parques de atracciones de América, había sido construído encima de un antiguo cementerio indio de animales domésticos.

Aquella noche, en el parque de atracciones, Paterson había discutido con su chica porque ésta quería montar en el Túnel del Amor, mientras que él prefería alguna atracción que implicara la destrucción, algo para hombres y no para mariquitas, a ser posible la destrucción de comunistas malvados de los que odian Michigan porque nos tienen envidia. Ah, esos comunistas bolivianos. Querían romper los Estados, movidos por el odio a nuestra Constitución y a nuestra libertad de prensa.

Así que habían acabado yéndose por separado, y mientras iba deambulando en solitario por el parque, Paterson maldecía para sí mismo contra su chica, contra Fidel Castro y contra todos los niños cubanos que habían sobrevivido al embargo. En su ruta de maldiciones, en un rincón de la feria, acababa de descubrir una atracción nueva, una extraña atracción de feria llamada "La experiencia japonesa de James Douglas Paterson".

No le sonaba que esa atracción estuviera allí la vez anterior, y además había sin duda algo extraño y misterioso en ella que no acababa de identificar claramente. En cualquier caso, no le vendría mal un poco de acción a la japonesa, con ninjas, karaokes, sushi, karatekas y con robots del futuro. Así que, sin pensarlo dos veces, James Douglas Paterson compró el voleto al viejo japonés y se subió en el tren misterioso, el cual arrancó unos minutos después hacia lo desconocido,con Paterson como único pasajero.

Al cabo de una hora o así, el tren se detuvo, y se abrieron automáticamente las puertas. Paterson se vio en un pequeño y hermoso pueblo japonés de montaña. Si bien no disfrutó de su belleza, ya que seguía esperando la aparición de los ninjas y de los robots. Al fin y al cabo se trataba de una experiencia japonesa.

A su frente no había sino una enorme puerta de madera, detrás de la cual comenzaban a ascender por la montaña unas escaleras, también de madera, cubiertas por un artesonado labrado con motivos tradicionales. Las pasarela seguía ascendiendo indefinidamente hasta perderse en el horizonte. Patterson pensó que por allí podría llegar al lugar en el que se encontraban los robots y los karatekas, así que comenzó la ascensión.

Paterson no era el único visitante que subía por aquellas misteriosas escaleras, pues había un gran número de turistas japoneses: parejas, familias con hijos, grupos de ancianos, etc.; además de unos pelegrinos vestidos de blanco que paraban de vez en cuando a tomar aire apoyados en sus bastones de madera. También se cruzaban a veces con gente que al parecer ya había completado el recorrido y bajaba hacia la puerta inicial con el ánimo ligero.

Paterson no hacía caso a los pelegrinos, ni se fijaba tampoco en las maravillosas esculturas de madera de cedro que, talladas por fabulosos artesanos anónimos, decoraban la formidable pasarela que rodeaba la escalera. Poco a poco, los árboles de alrededor de la pasarela habían ido cambiando de color, tornándose sus hojas en intensísimos azules, amarillos, morados, violetas y naranjas. Los japoneses se agolpaban a ambos lados de la escalera para contemplar ese extraño fenómeno del cambio de color de las hojas, haciendo fotos por doquier. Todo el mundo parecía extremadamente feliz.

Paterson no le encontraba la gracia al asunto, y empezó a considerar la posibilidad de que le hubieran tomado el pelo. Intentó hablar con los japoneses para aclarar su situación, pero la mayoría no le hacían caso. Unos pasaban simplemente de largo, otros se disculpaban por no ser capaces de hablar inglés, otros le hablaban directamente en japonés, intentando entenderle por unos minutos, otros le sonreían. Pero en realidad nadie parecía ser capaz de comunicarse con Paterson, o simplemente no querían hacerlo. Los niños se reían de él y le señalaban con el dedo diciendo: !gaijin gaijin!.

Seguían subiendo. La escalera parecía no tener fin y además cada vez hacía más frío. Aunque los japoneses, incluso los de mayor edad, iban con expresión serena y tranquila, como si apenas sintieran el esfuerzo de la subida, y eso que parecía que hubieran subido varios kilómetros, a Paterson le costaba cada vez más remontar cada peldañom, y de hecho le producía gran rabia el hecho que unos simples no americanos fueran más resistentes que él. De repente empezó a nevar. Primero ligeramente y luego con gran intensidad, la nieve se fue amontonando a ambos lados del misterioso pasillo.

Un frío húmedo e intenso hacía que los dedos de Paterson se volvieran crujientes como rosquilletas. La altura a la que se amontonaba la nieve seguía aumentando, el viento se colaba entre los poros de la piel, congelando hasta el interior del cuerpo. En un momento dado, el misterioso pasillo de madera estaba casi sepultado, pues la nieve rodeaba la pasarela formando una pared a su alredededor. Si seguía nevando, quedarían enterrados y se asfixiarían. Pero el resto de los japoneses parecían no darse cuenta y proseguían su excursión dominical como si nada.

El aire empezaba a ser cada vez más difícil de respirar, y las botas de tejano de Paterson empezaban a pesarle demasiado. Estaba tiritando y su piel se había vuelto casi azul: iba a morir si nadie hacía nada por él. Pero ninguno de los japoneses que seguían subiendo y bajando por la pasarela parecía darse cuenta.

Y cuando parecía que Paterson no iba a poder seguir subiendo, ni si quiera viviendo, los rayos de sol comenzaron a asomar por encima de la blanca pared de nieve y poco a poco fueron también horadándola, haciéndola así desaparecer instantáneamente, como una letanía lejana justo después de ser olvidada. Poco a poco el verde sustiruyó al blanco, los viejos sonrieron, y Paterson respiró aliviado. Y aunque no se puede decir que estuviera de buen humor, por lo menos ya no iba por ahí con cara de quererle pegar una patada a cada niño que veía. Había empezado a dudar sobre la posibilidad de encontrar arriba los ninjas, los robots, las gheisas y los karatekas, pero la curiosidad y el hecho de ver a tanta gente subiendo y bajando le movían a seguir avanzando por las larguísimas escaleras.


Poco a poco la montaña había también ido cambiando de color hasta hacerse rosa. Primero sólo las hojas de los árboles, pero luego también la montaña en sí, los ríos, y también el aire, se hicieron de ese color. Los niños y los viejos fueron los primeros en percibir el cambio, luego las marujas, luego las chicas jóvenes, después el resto de los japoneses, y al final Paterson, que sólo se dio cuenta cuando ya incluso el cielo parecía rosa.

Todo el mundo se agolpó a ambos lados del camino. Muchos sacaron cerveza de sus mochilas, otros incluso pequeñas barbacoas. El bosque de alrededor del templo se animó con cientos de personas llegadas de no se sabe donde. Parecía como si se hubieran vuelto todos locos de repente, como si se les hubieran olvidado todas las normas.


Paterson no se dejó contagiar por el jolgorio. No quería beber cerveza, ni mezclarse con la gente. Sólo le interesaba seguir subiendo, averiguar qué es lo que habría arriba del todo, por qué había tanta gente congregada si no había gheisas ni luchadores de shumo ni karatekas. Gradualmente iba haciendo más calor, el rosa de la montaña se tornó otra vez en verde, el ambiente festivo se fue templando hasta devenir mera jovialidad vespertina.


Hasta que el calor y la humedad se fueron haciendo casi insoportables, y a Paterson se le hizo casi imposible continuar avanzando. Pero ya quedaba poco para la cima, estaba seguro, en cuanto llegara arriba podría tomarse una cerveza fresca. Aunque no fuera una Bud, una cerveza japonesa tampoco estaría mal, necesitaba urgentemente una chela fresca.

Así que Paterson se esforzó por seguir subiendo, pese a que el calor ya casi le mataba. Más que andar, se iba arrastrando, y casi había perdido el juicio. En un momento dado, le parecio que todos los elementos a alrededor suyo se estaban derritiendo materialmente, como si fueran cirios. Eso fue justo antes de constatar que ya no sólo estaba sudando la gota gorda sino que literalmente se estaba deshidratando y parecía que fuera a desaparecer.


James Douglas Parterson avanzaba ya sin saber a dónde iba, impulsado por una fuerza elemental y ciega. Un torbellino de imágenes le vinieron a la cabeza: se vio a sí mismo de pequeño disfrutando con las películas de Rambo; vio a su primera novia y a la última de ellas; vio a Gadafi y a Fidel Castro; vio el ataque a las torres gemelas. En ese momento todo se confundió en su mente. Caminando por un simple pasaje hacia el infierno, entre llamas que habían devorado totalmente el paisaje y a todos sus habitantes, su conciencia se disipó, dejando el camino preparado para la llegada de de la muerte.

Cuando recobró el sentido, se encontraba sentado en la puerta del templo. Estaba anocheciendo y el aire se había vuelto fresco, mas como recuerdo de su anterior agonía le quedaba una desagradable sensación de sequedad en la garganta. Por suerte, había una maquina de cerveza en un rincón junto al templo, y aunque estaba apagada, Paterson pudo pedirle una lata directamente a un monje que salía en esos momentos del templo. Al parecer, habían desaparecido ya todas las barreras lingüísticas, porque sus palabras habían sido entendidas.

El monje le miró por un instante de manera confiada y tranquila, para a continuación reprocharle con un tedioso circunloquio la inconveniencia de su petición. Luego, en una larga exposición, le explicó toda la historia de Japón desde edades inmemoriales, desde la época en que construían una especie de pirámides para enterrar a sus reyes, y le hizo saber sin levantar un ápice la voz que los monjes budistas japoneses odiaban con todas sus fuerzas a los Estados Unidos, y que llevaban décadas rezando para que su país fuera algún día más fuerte que el país de Robertson, y así poder vengarse de los ataques sobre Hiroshima y Nagasaki arrasando todo Estados Unidos con armas nucleares.

El monje se retiró a sus aposentos después del larguísimo discurso, no sin antes indicar a Paterson donde se encontraba la habitación de los huéspedes, lugar donde debería pasar a la noche si no quería morir a la intemperie. Después de descansar a sus achas -terminó el monje-, por la mañana, cuando abrieran la cantina del templo, podría comprar una chela o cuantas le viniera la gana, pero a esas horas era imposible porque, como rezaba el cartel, el servicio del bar había terminado a las cinco. En ese momento, Paterson entendió Japón por primera vez en su vida.

Otros cuentos japoneses del mismo autor:

-El cuento de los 12.000 yenes.
-El cuento de los kanjis.

viernes, 12 de junio de 2009

CUENTOS JAPONESES: EL CUENTO DE LOS 12.000 YENES

El presidente Aso apareció de repente un día por el parque en el que vivo. Llevaba una lata de chela de medio litro pegada encima de la cabeza, en posición horizontal, y en la espalda un caparazón al estilo de la tortugas ninja.

¡Vaya presidente más chalado, el tal Aso! Disfrazado ridículamente. Increpando con feas palabras a los abuelos y a las mamás del parque. Pidiéndole a cada persona 12.000 yenes. No me extraña que su índice de popularidad estuviera por los suelos, menos del 10 por ciento, con esa actitud negativista desafiante.

Resulta que unos meses antes, para empujar la economía e intentar salir de la recesión aumentando el consumo, el Gobierno de Aso había repartido dinero entre toda la población. 12.000 yenes por cabeza a todo el que residiera legalmente en suelo japonés. Unos cien euros. Y ahora le pedía a las viejas que le devolvieran el dinero, diciéndoles que no era un regalo, sino un préstamo. Qué hijodeputa de presidente. Qué mala persona. Hasta los niños de la escuela primaria lo saben: ¡Lo que se da no se quita!

Les hacía ir al cajero automático más cercano, sacar la pasta y entregársela. En cualquier país occidental los políticos roban a los ciudadanos para dárselo a los ricos, eso es obvio. Pero que el presidente vaya directamente en persona a cobrar a los parques y a los mercados, ni siquiera a Estados Unidos se le había ourrido dar ese paso.

Si una de las viejas se negaba, Aso reaccionaba utilizando sus superpoderes y la dejaba frita lanzándole un came o haciéndole una patada kararteka voladora mágica. Así que, aunque en un principio se habían reído de su disfraz ridículo, de su chela abierta encima de la cabeza y de su caparazón de tortuga ninja a la espalda; al ver estas terribles muestras de autoridad, y temiendo por su vida, las otras viejas se habían puesto en fila para pagar los 12.000 yenes por propia voluntad.

Decidí que la cosa ya había llegado demasiado lejos. Envalentonado por la injusticia que estaba presentando, lancé por los aires mi propia chela, me fui directo hacia Aso y le reté a dirimir la cuestión, según manda la tradición japonesa, mediante un combate de sumo.

No tenía ni idea de como iba a enfrentarme a los superpoderes, evidentemente anticonstitucionales, del Presidente. De hecho, en cuanto lo tuve enrente a pocos metros, justo antes de empezar el combate, mirándome con expresión fanática, casi me arrepentí de haberle retado.

Pensé en retirarme. Si estuviera en España, no habría problema. Pero ésto es Japón, y el honor es la posesión más importante del guerrero. Además, había ya cientos de viejas agolpadas presa del interés y de la emoción (y de la promesa de sangre) alrededor nuestro, y no podía defraudarles.

Pero la cosa es que estaba muerto del miedo. Al contrario que Aso, no sólo carecía de superpoderes, sino que mi salud de pordiosero y de borracho eran una garantía clara de derrota al menor embite, no ya de un supervillano, sino de una persona normal. No tenía posibilidad alguna de ganar.

Entonces se me ocurrió la estupidez de hacer una lenta y profunda reverencia al presidente. Así conseguía un poco más de tiempo, unos segundos extra para pensar un plan alternativo o una forma honorable de huir.

El presidente se agachó también, su cabeza hacia mí, para devolverme el saludo japonés. Como consecuencia de ello, la chela que llevaba atada a la cabeza, al inclinarse también, se vacío en el suelo, perdiendo con ello los superpoderes para sorpresa de todo el mundo y de él mismo. Animado por las viejas, que gritaban de júbilo, consguí vencer el combate.

Me había convertido en el hombre más admirado y popular de Japón. Además, según una ley japonesa tradicional no escrita, el hecho de vencer al presidente del gobierno me convertía a mí mismo en el nuevo presidente del gobierno.

Mi gabinete fue uno de los mejores de la historia del país. En mi corto pero exitoso periodo, todo el pueblo japonés, sin importar el nivel de ingresos o estatus laboral, gozó por primera vez en su historia de atención hospitalaria gratuita. Además, instauré la jornada laboral de 40 horas, emprendí la carrera chelística, obligué al ejército yanqui a retirarse de Okinawa, saneé la economía, saqué a la nación de la crisis y planté un millón de árboles en Osaka.

Aún así, la prensa local, internacional y la oposición proyanqui no cesaba de insultarme, de acusarme de ser aliado de Chávez y de Zapatero, de querer romper Japón y de no actuar con la suficientemente firmeza con Corea del Norte.

No obstante, gané las siguientes elecciones con mayoría absoluta. Pero en el momento de la investidura, una alianza entre los liberales democráticos, los nacionalistas moderados, los socialdemócratas, los zaplanistas, los regionalistas murcianos y un grupo de diputados transfugas de mi partido (sobornados sin duda por una potencia extranjera), se unieron para elegir al candidato proyanqui, del mismo partido de Aso, e investirlo presidente.

La prensa internacional saludó la caída del candidato "populista" como una victoria “del pueblo japonés” y de la “democracia”, y se felicitaron de la llegada al poder del candidato “moderado”, “prooccidental”, “reformista”, “pro libre mercado” y “democrático”, que en realidad era un yakuza y un fascista redomado, como todo el mundo en Japón sabía. A los dos meses, las tropas americanas estaban otra vez en Japón, la sanidad era de nuevo de pago, y el ayuntamiento de Osaka se había molestado en cortar uno a uno los árboles que mi gobierno había plantado.

Pero si a Japón le fue mal después de mi caída, a mí no tanto. Volví al parque del principio, y desde entonces vivo en el mismo banco. Aunque gracias a la televisión, el manga, el pachinko, etc. el pueblo japonés se olvidó de mí rápidamente, hay una vieja que todavía se acuerda, y, en señal de agradecimiento por mi etapa como presidente, organiza una colecta semanal en mi honor, y cada mañana me trae al parque una caja de cervezas fresquitas, que disfruto con gran placer y alegría.

Otros cuentos japoneses en el Chino Muerto:

“El cuento de los kanjis”

domingo, 17 de mayo de 2009

CUENTOS JAPONESES: EL CUENTO DE LOS KANJIS


En un momento dado, todos los chinos y japoneses que he ido conociendo desde que llegué a Japón terminan haciéndome la misma pregunta: “Lo más difícil de aprender del japonés son los kanjis ¿no?”Se refieren a los carácteres chinos que utilizan los japoneses para escribir su idioma. Hay decenas de miles, a cuál más complicado, y cada uno expresando un significado distinto. Es decir, que cada palabra se escribe utilizando una letra diferente, que hay que memorizar junto con la pronunciación de dicha palabra. Hasta los japoneses tienen problemas con los kanjis; el presidente del gobierno a menudo se equivoca al leerlos. “No.”contesto, para sorpresa de mi interlocutor. Como no me gusta que me pregunten lo mismo cien veces, intento siempre inventar una respuesta que sin faltar a la verdad sea lo más retorcida posible.“Aprender los kanjis es fácil.”les digo. “El problema es que olvidarlos es mucho más fácil”

Estaba bebiendo chela tranquilamente en un parque. Como se trataba de la última lata, me enfadé cuando se acabó y la arrojé al suelo violentamente. Para mi sorpresa, en ese momento, de dentro de la lata salió un genio maravilloso.

Era un genio feo y viejo. Más que un personaje de una película de Disney, parecía un pordiosero de los que viven en tiendas de campaña en los parques de Osaka, o también en chabolas hechas de chatarra, junto a alguno de los innumerables ríos, horriblemente contaminados, que atraviesan la ciudad.

-Pide un deseo –me dice-. No importa cuán grande o díficil sea; pues cualquier cosa te será concedida, a condición de que se trate de un solo deseo, y de nada más que un deseo.

Como conseguir todo el oro del mundo sólo me haría todavía más infeliz si cabe de lo que soy, me pongo a considerar qué podía pedir para hacer del mundo un lugar mejor. La paz mundial. Otra releección de Chávez. El final del imperio estadounidense. Que se rompa España. Hay demasiadas cosas buenas. Me resulta imposible elegir una solo.

-La fórmula para que los kanjis no se me olviden- le digo finalmente, casi sorprendiéndome a mí mismo.

Oído eso, la cara del viejo, hasta ese momento inalterable, cambia totalmente. Suda. Se pone nervioso. Empieza a murmurar insultos incomprensibles en dialecto de Osaka. Le sale humo de las orejas. Me mira durante unos instantes con un odio visceral y profundo, como si quisiera matarme. Luego se produce un silencio. Un silencio tenso que me parece una eternidad.

Al final desaparece, cual samurai tras una cortina de humo, sin dejar rastro. Pero justo de desaparecer, me dice gritando:

-¡No aprenderlos!- Del resto de la noche no recuerdo nada.

Desde ese día, me he dedicado a buscar al genio tarde tras tarde, noche tras noches. Todos los días compro una caja de cervezas en el supermercado y me voy al parque a buscarlo. Y no sólo en el parque lo busco, sino que también frecuento pachinkos, izakayas, y todo tipo de antros siniestros. Y aunque casi he perdido la esperanza, si algún día lo encontrara, os prometo que no le pediré algo imposible. Lo prometo. 

viernes, 25 de julio de 2008

SANFERMINES (TERCERA PARTE)

Eran tiempos felices para los pamploneses y pamplonesas porque faltaban sólo unas horas para el chupinazo, momento a partir del cual las viejas podrían salir a la calle a bañarse desnudas en champagne y sidra a cualquier hora del día durante una semana entera. Otro motivo de alegría es que durante toda esa semana les estaría permitido despellejar económicamente a los guiris de forma legal en cualquier establecimiento o barraca de feria de la ciudad antes de que éstos se inmolaran cayendo dormidos muralla abajo o lanzándose de cabeza al pavimento desde alguna fuente.

Todo había comenzado en una de las ciudades más feas del mundo, Tudela, ciudad que cuenta sin embargo con uno de los centros históricos más hermosos e interesantes de España. Tudela está rodeada por una amplia gama de desiertos de todos los tipos y colores posibles. Si no fuera porque se halla junto al río Ebro, se trataría sin duda de uno de los lugares más inhóspitos y hostiles de la tierra, y no abrigaría ningún tipo de vida natural ni humana, ni siquiera parados, ni prostitutas, ni jubilados, ni bares mugrientos. Pero gracias al Ebro cuenta con una maravillosa huerta, creada por los árabes igual que la de Valencia, aunque ni su ayuntamiento ni su gobierno autonómico tienen como objetivo prioritario acabar con ella a cualquier precio.

La gente de Tudela es simpatiquísima, puede que la más simpática y accesible de España. Yo creo que es la única ciudad de la Unión Europea donde por la calle se me ha acercado alguien que no me conocía simplemente para preguntarme cómo me encontraba, hacerme una recomendación sobre qué ver en la ciudad y desearme que tuviera un feliz viaje y que todo me fuera bien. Y no fue una sino varias personas en una sola mañana. A los tudelanos les encanta hablar y parecen razonablemente felices pese a la delirante fealdad de su ciudad, que como hemos dicho es la peor de España si exceptuamos el casco viejo.

Claro, que todo eso se iba el traste en cuanto se daban cuenta de mi filiación étnica. Siempre que paso por una ciudad con un río cerca y la gente se entera de dónde procedo, empiezan a mirarme con una mezcla de desconfianza y de miedo, y luego me acusan de ladrón y de especulador y de querer robarles su río, y su actitud benévola se torna en hostilidad por mucho que intente explicarles no es culpa mía:

-...Pues sí, oiga, es que yo soy valenciano, ¿no lo entiende? No puedo evitarlo. Me dedico a secar ríos. Es mi naturaleza y mi verdadera vocación. Soy como un vampiro. Ya he eliminado el Júcar, el Turia y el Palancia, y mi próximo objetivo es secar también el Ebro...

En fin, espero que el dios zaplanista los perdone del pecado de querer conservar su fertil huerta heredada de los árabes, y no sustituirla por rascatas piramidales, patrimonio de la inhumanidad, como mi gobierno autonómico, mucho más avanzado que el suyo. (...)

Gracias a un paramilitar zaplanista que era en realidad un agente doble camuflado como tabernero de una taberna vasquista en la parte vieja de Tudela, y que estaba allí para infiltrarse en los grupos de jubilados anti-transvase del Ebro y que me reconoció cuando intentaba huir de una turba de parados que me perseguían para matarme, conseguí escapar del linchamiento general utilizando los túneles subterráneos de la judería de Tudela, y escondido en un camión de lechugas que partía por la noche hacia Pamplona, escapé de la ciudad árida, fértil, fea y hermosa. El zaplanista me proporcionó un pasaporte nuevo, sin referencias a mi ADN naranja.

Eran pues las horas previas al chupinazo, y con mi nueva identidad sin horchata había conseguido pasar desapercibido entre el gentío pamplonés, de hecho había incluso conseguido hacerme amigo de unas vascas. Unas señoritas excelentes, por cierto. Cultas, abiertas, simpáticas, progresistas y educadas. Como yo nací, me críe y morí en Valencia, no sabía que existieran mujeres así. Que por cierto, había salido otra vez el tema valenciano otra vez. Para no ser tomado de nuevo por un enemigo, me dediqué a despotricar contra mis paisanos sin admitir que yo era uno de ellos, aunque en realidad me limité a decir la verdad:

-Todo valenciano es un especulador inmobiliario por naturaleza. Cuando estuve allí, la gente había salido a la calle para reivindicar que se construyeran rascacielos en Cullera junto a la desembocadura del Júcar. El Ayuntamiento y el Gobierno autonómico se negaban, diciendo que era un área de alto interés ecológico y pasisajístico, y que además la zona ya estaba saturada de edificios horrendos. Pero la gente, familias enteras, jóvenes, ancianos, salían a la calle a manifestarse, tot el poble unit amb una sola veu:

"Cullera es nostra i volem un Manhattan"

-Es con manifestaciones de este tipo como el PP de Valencia tuvo que dar su brazo a torcer y, cediendo durante años a los deseos de especulación de los ciudadanos y de las ciudadanas, fue poco a poco urbanizando la costa valenciana hasta el último centímetro, en contra de su intención original.

Pero volvamos a los momentos previos al chupinazo, que servirá de inicio oficial a los Sanfermines. Todos los pamploneses han salido a la calle entusiasmados, y las pamplonesas también, y los abuelos y las abuelas y familias enteras y los guiris y las guiris, pero no a pedirle a su gobierno que especule, sino que, vestidos de blanco y rojo y armados con botellas de champagne y de sidra, abarrotan en las plazas del centro para esperar el momento apoteósico en que las fiestas quedan inauguradas:

-"Pamploneses, Pamplonesas, guiris, limones, jubilados: !Viva San Fermín, Gora San Fermín! Y no olviden que pueden realizar sus compras en El Corte Inglés...."

Momento tras el cual el rugido de la marabunta se transforma inmediatamente en educado silencio, y los pamploneses y las pamplonesas y los guiris y las guiris se ponen civilizadamente en fila en las paradas de autobús o se dirigen a sus automóviles para volver tranquila y civilizadamente a casa sin empujarse ni hacer ningún ruïdo.

Otros cronistas afirman todo lo contrario. Según la versión opuesta, todo el mundo empezaría en un primer momento a saltar, a gritar y a bañar en champagne al prójimo y a la prójima más cercano o cercana y se desataría la locura. A partir de entonces, aparte de emborracharse de la manera más rápida posible, el objetivo sería meterse en los bares más céntricos y más llenos, cuanto más céntricos y más llenos mejor aunque haya que hacer colas de 45 minutos para ir al servicio; así llegaría un punto en que los cientos de miles de personas que se dedican a emborracharse estarían todos en locales de la misma calle, en el corazón de la parte antigua, y finalmente en un solo local, el más céntrico de todos, que acabaría por explotar por efecto de la presión y por sepultar a todo el mundo bajo sus escombros, momento álgido de los Sanfermines que es retransmitido por cientos de emisoras de televisión y radio nacionales e internacionales e incluso de Japón; celebración en la que, por otra parte, se dice que cada año sólo suelen morir algunos americanos borrachos y nunca los aficionados locales, que saben muy bien donde colocarse para participar de este momento emotivo sin arriesgar su vida y la de los otros participantes.

Sea como fuere, no puedo corroborar ninguna de las dos versiones porque tuve que huir también de Pamplona, y fue justo unos minutos antes del chupinazo. Cuando el final se acerca -dice Borges, o Cartaphilus, o Homero - ya no quedan imágenes del recuerdo; sólo quedan palabras. No había duda de que mis amigas vascas habían descubierto que yo era un valenciano y un zaplanista, un monstruo devora-ríos; en suma, un enemigo de su nación.

-Sabemos cuál es tu verdadera naturaleza, pero no podemos delatarte porque nos hemos enamorado de ti.

Me sacaron de allí en secreto en el maletero de un viejo automóvil. Aquellas jóvenes abertzales traicionaron a su patria y arriesgaron su vida por amor, de hecho las pobres tuvieron que escaparse de Navarra y refugiarse en Benidorm porque en su pueblo se dio orden de perseguirlas y sus familias las rechazaron para siempre.

Yo tuve que hacer el camino de Santiago al revés y cruzar la frontera francesa andando de espaldas cuando nadie miraba. No tenía dinero para comprar un billete de autobús que me llevara de vuelta a Valencia, así que le pregunté a un viejo pastor de ovejas de los Pirineos cuál era el aeropuerto con Ryanair más cercano. Era mi única esperanza.

-Camina 120 kilómetros todo recto por aquel valle y llegarás a Pau, en el Pirineo francés. Desde ahí vas a London Stanstead y desde London Stanstead ya se llega directo a Valencia.

Y aquí estoy, en Valencia de nuevo, escribiendo el más fiel relato posible de los hechos.

Dedicado a Iz, Nora, Patri, Aihnoa