lunes, 14 de diciembre de 2009

LA COMUNITAT, LA PEOR NOVELA DE LA HISTORIA, POR PACO CAMPOS. PRIMERA PARTE. CAPÍTULO PRIMERO

Estoy sentado en un banco del parque en el que vivo. Es uno de los bancos más sucios del parque porque cada noche vienen los mismos melenudos a fumar porros y hacer botellón y lo dejan todo perdido, qué asco nano, pero también es el mejor de todos, porque da el sol casi todo el día y porque es el único que permite una visión íntegra de toda la plaza. En cuanto a la suciedad, estoy totalmente acostumbrado a ella y por eso no me afecta; y además, como dijo el propio Elvar Ata, la limpieza es propia de las personas mediocres, el genio prevalece en el Caos, creo que era. El parque en sí es uno vulgar y corriente; un parque de barrio que cualquiera consideraría aburrido pero que en realidad resulta todo lo contrario: si sabes mirar es excelente, puedes saber todo lo que ocurre en el mundo sólo fijándote en la gente que vive o pasa por este lugar un día cualquiera.




Si bien yo juego con ventaja en eso del mirar, ya que toda mi existencia discurre aquí sentado, y al final uno termina aprendiendo, por mucho que yo sea más bien un poco lelo. Y también está el hijo de la viña especial que venden en el establecimiento Manolo, un sitio mugriento que no se sabe si es un bar o una tienda o lo que es; aunque ya tendré el tiempo de hablaros del Manolo más adelante. Creo que el parque fue construido en los años 80 por los sociatas; al principio lucía brillante e impoluto, pero se fue deteriorando poco a poco y cubriéndose de suciedad y de pintadas, hasta echarse a perder, como todo en esta vida, igual que los propios sociatas.



Y además, el banco en el que transcurren mis jornadas no da en realidad tanto asco como el banco que queda justo enfrente. Y no estoy hablando de corrupción ni de impureza moral, sino de simple mugre, basura, suciedad, gena. Pues en ese banco habitan, mientras transcurren las horas del día y los días del año, dos personajes, a quienes apodan Rajoy y Anasagasti, que se alimentan y duermen siempre en ese mismo banco. Y que se pasan el día tirándose comida por encima, y nunca trabajan ni se duchan, porque se dedican exclusivamente a beber vino de cartón y a insultar a Zapatero. Y comen en el propio recipiente donde vienen los productos; y siempre comen por fuera del plato, como las alimañas y los animales de cerda, y como el resto de las bestias que creó el señor.



Rajoy, el clásico mendigo viejo con barba y chal raído, es una auténtica leyenda del parque. Tanto que a veces llega a parecer que ya habitaba su banco incluso desde antes de que el parque fuera construído. Le llaman Rajoy porque, cuando los niños van a burlarse de él y a lanzarle huevos a la salida del colegio, él se dedica a perseguirles con un palo, amenazándoles y señalándoles que no saben quién es él, político de gran prestigio del centro reformista español; recordándoles que fue líder de la oposición durante décadas y también vicepresidente del gobierno, y que incluso estuvo a punto de ser el presidente de España. En ese punto los chavales siempre se ríen del pobre pordiosero, lo que hace que el bueno Mariano se enfurezca todavía aún más, e indignado, acabe por lanzar el palo por los aires:



-¿Es que nadie me cree? –se queja siempre, con su peculiar forma de hablar y su ceceo característico- Si hasta salía en televisión todos los días mintiendo sobre el Prestige, y subía en helicóptero, y tuve un accidente una vez del que de milagro salí ileso...



El otro pordiosero sí que fue un político de verdad, próspero y corrupto como cualquier otro, que militó en las filas del Partido Nacionalista de Andalucía y que fue expulsado de su propia formación acusado de ser el peor político de la historia. Dicen quienes compartieron partido con él que era un un político verdaderamente pésimo; un político tan malo, incluso para ser un político español, que sus propios compañeros de filas votaron unánimemente que debía abandonar toda actividad política e irse a vivir a un parque. Y que en ese parque quedaría para el resto de sus días confinado bajo la amenaza de cortarle un dedo cada vez que saliera; y así es como Anasagasti pasó de ser un tipo importante y con haciendas y fueros a ser un mero pordiosero del parque, igual que Rajoy.



Al principio Anasagasti hizo todavía algún triste intento de reconstruir su vida. De hecho tuvo la genial idea de empezar a escribir un blog en el que se dedicaba a insultar al presidente de Venezuela –alguien que nunca le había causado a él el menor daño-, con la esperanza de llamar la atención de CIA y de que ésta le pagara una pensión a cambio. Mas resultó que el nacionalista andaluz no era solo un auténtico vacío conceptual, un mero folio, incapaz de escribir nada que no careciera de cualquier interés, sino que también en esa época los yanquis empezaban a correr fuera de pasta, y, habiendo cesado de ser los amos del universo ya no podían permitirse pagar a cualquiera por escribir cualquier cosa. Y además a Anasagasti acabaron echándole también de la biblioteca cercana al parque en la que se conectaba gratis a internet y escribía sus textos. Lo echaron porque asustaba a los niños y a los viejos que iban a usar internet a la biblioteca y se encontraban a un pordiosero durmiendo tajado, encima del ordenador, a plena luz del día como si estuviera muerto.



Rajoy y Anasagasti no sólo se odiaron desde que se conocieron en aquel parque, sino que se pasaban el tiempo enzarzados en peleas casi a muerte, rodando por el suelo ensangrentado ante las miradas divertidas del resto de los mendigos, que a su vez mataban el tiempo apostándose cartones de vino en esos combates. Poco a poco, la expectación que esas peleas casusaban se fue haciendo cada vez mayor, de manera que empezó a venir gente de otros barrios para verlas y apostar en ellas, y el asunto de las timbas se fue convirtiendo en un negocio en toda la regla que empujó el PIB del parque a unos niveles de crecimiento superiores a los de cualquier asiático tigre. Tal era la expectación que levantaban en esos combates que se produjo una especulación sobre el alquiler de los bancos en todo el parque que dispararó tales alquileres a niveles casi inalcanzables para los pordioeros normales. En un momento dado, la población que acudía a ver esos combates no se limitaba ya a mendigos, sino que muy pronto se había ampliado al incluir a bacalas, skaters, barbies, jubilados y viejas, en un principio; y gente común y ordinaria, de cualquier otra clase social, en los meses venideros.



De hecho, ocurrió el hito trágico para la estabilidad de nuestra democracia de que las viejas del barrio dejaron de suministrar cariño a sus nietos y de prepararles tartas porque se pasaban el día apostándose la paga de éstos en las peleas, lo que provocó que unos años después, cuando los niños crecieron, se convirtieran en auténticos delincuentes juveniles que no se dedicaban a otra cosa sino a fumar drogas, votar al PSOE, y a atacar a viejas. Y por si ello no fuera suficiente, estaban de acuerdo con la gestión del Presidente de Bolivia, Evo Morales, y su obsesión por cambiar la Constitución para romper Bolivia y quedarse para siempre en el cargo.



De los todos los pordioseros que vivían en el parque, sólo uno se mantenía al margen tanto de las peleas como de toda la economía paralela que alrededor de éstas iba floreciendo. Se trataba de el Pordiosero en mayúsculas, o el Pordiosero Unidad, un tipo arisco que no se relaciona con nadie, ni siquiera apenas con los otros pordioseros. Muchos decían que el Pordiosero Unidad era autista, pero en realidad ese aparente autismo no era sino una de las habilidades especiales de pordiosero que él mismo había desarrollado en sí mismo y que le proporcionaban una superioridad secreta sobre el resto de los mendigos. Por ejemplo, podía pasar varios días, incluso meses enteros, en modo stand-by, como los vídeos, sin ejecutar absolutamente ninguna acción e incurriendo con un gasto energético practicamente igual a cero. Y es que, igual que los coches japoneses estaban destinados a vencer a la larga a los americanos por su eficiencia, Unidad, como viejo guerrillero o arisco lobo de las estepas,había aprendido de niño que la supervivencia, no sólo de un pordiosero, sino de la toda la raza humana en general, depende fundamentalmente, por un lado, de su habilidad para integrarse y confundirse con el medio ambiente en que vivía; pero también, por el otro, de su capacidad para ahorrar energía y aprovechar los escasos recursos disponibles.



Tras varias semanas de peleas continuadas, la única persona que intentó poner fin a todo el disparate de las apuestas fue una pequeña estudiante taiwanesa llamada Yu-hou que bajaba todos los días al parque a estudiar hebreo y rumano. El tumulto impedía concentrarse en sus estudios como era debido a Yu-Hou, así qie decidió tomar cartas en el asunto y ejercer sus derechos como ciudadana de un país del bloque capitalista.



Así que You-hou-san escribrió una carta al Cabinista pidiendo al ayuntamiento, por entonces en manos del PP, que hiciera algo al respecto de esa situación. Y gracias a la presión del Cabinista, el gobierno local se decidió a estudiar el asunto, y tras varios días de reuniones y complicadas deliberaciones, decretó una serie de bajadas de impuestos y exenciones fiscales que beneficiaban sobretodo a las clases más altas; así como un completo programa de recortes en los servicios sociales y asistenciales de la ciudad que acabó siendo contraproducente al dejar a los pordioseros con todavía más tiempo libre.



Como en realidad las políticas fiscales no tuvieron efecto alguno sobre el asunto, las peleas entre Rajoy y Anasagasti terminaron cuando ambos se dieron cuenta de que colocar el sentido común y su odio a ZP por encima de todo lo demás era preferible que machacarse mutuamente poniendo en riesgo su vida. Así que partir de ese momento decidieron formar una coalición para intentar conseguir el poder del parque. Se dedicaron así a compartir el cartón de vino y hacer sueling juntos, y se convirtieron en compañeros inseparables de banco y de tajas, lo cual no fue tampoco difícil porque en el fondo les unía una misma ideología política, cerrilmente neoliberal y profundamente antizapateril y antichavista. Y es así como se convirtieron en los mejores amigos del mundo.



Básicamente lo que cuento es ciento uno por cien verdad, aunque tengo cierta tendencia a mezclar ciudades, personas y épocas, como en el relato del Inmortal de Borges. En parte es por mi culpa, pues he habitado en tantos lugares y siglos que los recuerdos se mezclan con demasiada facilidad en mi ajada memoria. Pero también es por culpa de las pésimas condiciones higiénicas del establecimiento Aguas Manolo, en donde el Hijo de la Viña, que sospecho que se vende por debajo del precio de costo, tiene sin duda propiedades fantasmagóricas.



Llegados a este polémico e incluso algo vergonzoso punto de mi novela, el que hace referencia a los bares, he de confesar que lo de pasar el día en el banco no es totalmente cierto, ya que algunas mañanas voy al susodicho antro de Manolo, ese establecimiento maravilloso que ocupa una de las más malolientas esquinas del parque desde hace más de cien años. Y eso que no soy partidario de beber en tabernas, ni tascas, ni izakayas; ya que, aunque todos éstos me parecen lugares estupendos para tajarse en compañía de otros personajes incluso más esagradables que yo mismo, considero que se trata de una manera absurda de desperdiciar el dinero el acudir a este tipo de antros. Pues adquirir los líquidos que nos sean necesarios en el supermercado e ingerirlos directamente en un banco no sólo resulta muchísimo más barato, sino que además nos permite disfrutar también de paso del excelente clima de nuestra urbe y de los estupendos espectaculos culturales que organiza el ayuntamiento. De manera que en realidad, excusas aparte, he de decir que yo sólo voy al Manolo cuando mi fenomenal amigo Barto Bano, extraño arístócrata venido de un país del este de Europa y que conocí en la época del comunismo, me invita a ir a tomar unos tientos en su estupenda compañía.



¡Qué personaje tan contradictorio, sorprendente, genial, generoso, el querido conde Barto Bano! Un tipo al que nunca dejaré de admirar por su honestitad y valentía. Mas ya tendré la ocasión de presentarles más adelante al Conde. Pues de entre los singulares moradores del Manolo, de quien quiero hablarles en este momento es de Visent Peris, "el Empresario Zaplanista", antes "el Empresario" a secas.



Ese Visent Peris es una de las personas más curiosas que he conocido nunca. Una vez, cuando era joven, soñó que iba a tener un hijo egipcio y que sería asesinado por ese mismo hijo. Así que después de contarle ese sueño a Manolo, a quien en virtud de su oficio de camarero apodaban el Oráculo, empezó a desarrollar un odio cerril hacia todo lo egipcio. Ese odio se fue haciendo cada vez más grande, de manera que, incluso antes de hundirse en el lado oscuro de la Fuerza y hacerse zaplanista, toda su ideología y su manera de vivir estaba marcada por el odio irracional que sentía hacia el país de las Pirámides.



Casa vez que en la tele se emitía un reportaje sobre pirámides o sobre algo que remotamente tuviera que ver con el país de los faraones, Visent se ponía hecho una fiera y se dedicaba a gritar, a proferir insultos a diestro y siniestro, y a explicar con todo lujo de detalles las conspiraciones por las cuales los gobernantes egipcios estaban intentando obtener el poder mundial para conseguir su fin último de destrozar la Comunitat Valenciana. Las pocas veces que no estaba despotricando, se le veía andando por la calle de mala leche, mascullando sombrías reflexiones para sí mismo:



-Ahora dicen que hasta la chufa valenciana es de origen egicpicio y que la trajeron a la Comunitat los árabes... luego dirán que la paella también es un plato egipcio... ¡lo que faltaba!, no contentos con haber derribado el teatro romano de Sagunto para erigir en su lugar un mausoleo a Nefertitis..



En realidad Visent no tenía la culpa de sentir tanto odio. (Si bien, cómo se le exacerbó luego, eso sí que es una historia bien distinta). Porque ese sentimiento tan poderoso no era sino la consecuencia más normal de haberse pasado décadas escuchando emisoras de radio cuyo exagerado contenido anti egipcio era diseminado intencionadamente ante la población para atemorizarla y volverla más mansa; y también leyendo periódicos que se decían independientes pero que en beneficio de sus dueños se pasaban el día inflamando al populacho español con consignas ultras en las que se atacaba el país de las pirámides con toda una gama de argumentos que, por otra parte, carecían de toda base real. Esas consignas habían alterado el cerebro a Vicent de manera lenta pero constante, hasta provocarle una terrible obsesión que se manifestaba en paranoias de la más monstruosa índole, en profecías de lo más delirante y en todo tipo de sueños visionarios.



Por lo demás, hay que decdir que, dejando aparte ese leve sentimiento antiegipcio que se vivía en todo el país, era un tiempo aquel de gran prosperidad y felicidad para España: el final de los noventa y principios de los cero. Edad de oro gracias a la sabia administración del Führersito, que había puesto fin a la corrupción y el libertinaje que imperaban durante el periodo negro conocido como Felipismo.



Durante la época del Fhürersito, la Monarquía Bananera se había convertido en la novena potencia económica mundial y en la mejor liga profesional de fútbol; permitiéndose incluso el lujo de promover invasiones militares y bloqueos económicos a naciones totalmente pacíficas, así como golpes de Estado en países más normales y avanzados que el nuestro; países que nunca nos habían hecho ningún daño y a los que nunca se les hubiera ocurrido hacérnoslo.



Pero la cosa no se quedaba ahí, porque no sólo la política exterior del minifhürer era de gran sagacidad, sino que también la economía experimentó durante esa época tal apogeo que se alcanzó prácticamente el pleno empleo por primera vez en la historia. Ello se consiguió gracias a un crecimiento económico que carecía de parangón en la Unión Europea,tal como se obstinaban en recordar continuamente tanto el peor periódico de la historia como el periódico líder en desinformación. De hecho, Vicent Peris, aunque no paraba nunca de quejarse, tenía muchísimos motivos para estar contento, y ni se imaginaba en esa época lo que se le iba a venir luego encima con el Gran Satán, ese tipo detestable cuyo nombre estaba formado por dos letras, la Z y la P; letras cuya sóla mención era capaz de volver loco a cualquiera persona “de bien” que habitara el Reino.



Como decíamos, durante la época de gobierno del presidente Ranza, el pueblo disfrutaba de un elevado tren de vida y de un crecimiento económico que ni era insostenible, ni ficticio, ni estaba mal distribuído, y que ni de lejos ponía en peligro el medio ambiente ni la prosperidad de las futuras generaciones.



Para dar una idea adecuada de tal prosperidad, basta decir que hubo un momento en que, de toda la población española, solamente Rajoy y Anasagasti estaban sin trabajar. Y si no trabajaban era simplemente porque no querían y porque eran unos vagos que, como habían hecho también todos los funcionarios del país, habían aprendido a vivir exclusivamente de ayudas públicas y mamando del papá Estado. Y eso pese a que les llovían ofertas de trabajo por todas partes, y de hecho cada día varios empresarios diferentes se acercaban al parque a ofrecerles un puesto de trabajo de 35 horas semanales, 4 pagas extras y salario superior a la media europea. Pero Anasagasti tenía prohibido dejar el parque y se exponía a perder sus miembros si lo hacía; y en cuanto a Rajoy, era un tipo íntegro: siempre decía que prefería dormir en un cajero a cualquier fortuna que pudiera ofrecérsele. Como suponían la única mancha en las estadísticas oficiales, ya que si España no había alcanzado ya el pleno empleo era ya sólo por su culpa, les acabaron ofreciendo su peso en oro para que laborar a hicieran. Pero ni por esas lo consiguieron.



Así que al final el gobierno, viendo que no les daba la gana ganarse el pan honradamente pese a los grandes incentivos que se les ofrecían, resolvió que era imposible considerárseles parados, incluso a efectos jurídicos y morales, y declaró, mediante decreto ley publicando en todos los boletines oficiales, que se trataba de meros maleantes; hecho que además fue demostrado científicamente por los expertos de varias universidades complutenses y publicado en varios periódicos independientes y rigurosos como La Razón, El País, El Mundo, Marca, etc. De forma que se acabaron cambiando las leyes para que Rajoy y Anasagasti no contaran oficialmente como desempleados.



Tal es la manera como España alcanzó por fin el pleno empleo en la época del neoimperialismo ansarista. Y puesto que el Real Madrid también estaba ganando copas de Europa, todo el mundo en España estaba contento en aquellos tiempos.



Mas pese a toda la gloria que trajo, los comienzos del gobierno de aquél a quien Fidel Castro llamaba el Fhürersito y un periódico marroquí de gran tirada calificó como "el Pequeño Franco" no fueron en realidad ningún camino de rosas.



Después de haber estado dedicándose a insultar por sistema al gobierno anterior durante años, el pequeño Fürher se había dado cuenta, tras la victoria electoral que le dio el acceso al poder en 1996, de que se le había olvidado formular un programa político y de que, en el preciso momento en que le llegaba el turno de gobernar de verdad, en realidad no tenía ni la más remota idea de cómo iba a ingeniárselas para hacerlo.



Estuvo pensando seriamente en llamar al anterior presidente y preguntarle qué es lo que se hacía en esos casos. Pero se acordó de que no había hecho más que insultarle durante los últimos años, así que era casi imposible que le cogiera el teléfono siquiera.



Aparte de ciertas nociones vagas de política que había adquirido en su juventud cuando militaba en el falangismo, el único bajaje intelectual del señor “Cenar” consistía en el odio cerril que sentía hacia todo el que no compartiera su idea de España,odio que venía acompañado de un deseo más bien racista de convertir de nuevo a su nación en una potencia imperialista, mas como ya dijimos antes sin saber cómo hacerlo. Pues el odio, el racismo, y el desconocimiento de la historia, no le conducirían por sí mismos a su objetivo, y por eso, conforme se fue dando cuenta de que no tenía plan alguno, la ansiedad se fue acumulando en su pecho hasta hacerse casi totalmente insoportable.



Ocurrió la misma noche de las elecciones, después de las celebraciones en la sede del Partido. Al llegar a casa, azorado por un miedo terrible y por la consciencia de su inferioridad intelectual con respecto al anterior presidente, el Fhürer de bolsillo fue atacado por una extraña enfermedad y pasó la noche bajo cuidados médicos intensivos, delirando por los efectos de la terrible fiebre. Los médicos que le atendieron pronosticaron que la enfermedad que le aquejaba no tenía remedio, y que era casi imposible que llegara a la investidura.



Miles de niños iraquíes, venezolanos y cubanos, de saber en esos momentos lo que estaba ocurriendo en Madrid, así como las implicaciones que tendría sobre su futuro el desarrollo de aquella enfermedad, habrían sin duda hecho fuerza para que no saliera vivo de ese trámite. Pero por desgracia para esos niños, algó extraño ocurrió que contradijo la opinión de los médicos. Y el déspota a pequeña escala salió vivo, más vivo que nunca, y con ello las posibilidades de que la humanidad alcanzara la paz y el entendimiento quedaron seriamente dañadas.



Mientras se debatía entre la muerte de los demás o la suya propia, tuvo el Fhürersito, igual que todos los grandes reyes de la Historia, un sueño misterioso en el que el Presidente de varios Estados que se habían unido hace tiempo le salvaba la vida a él y al Presidente del Reino Unido Mudo. Un extremista antiglobalización, un loco fanático, había intentado asesinarles a los tres con el objetivo de imponer el comunismo a nivel mundial, pero la reacción valiente y sagaz del Presidente Arbusto había evitado el desastre. Después del incidente, entraba en acción un viejo trajeado con la cara podrida, un viejo que hablaba como un personaje de las películas de Star Wars. El viejo le aconsejaba que siguiera siempre a Arbusto y al Mentiroso, y después le revelaba un método mágico por el cual la economía de la Monarquía Bananera crecería eternamente sin esfuerzo alguno.



A partir de ese momento, como si renaciera él mismo tras haber estado a punto de morir, el Ansar real se recuperó casi milagrosamente de su fiebre y puso a funcionar a su gobierno con toda la confianza del mundo. Y la economía española empezó también a crecer a una velocidad de órdago, gracias a la nueva política milagrosa del gabinete Cenar.



La fórmula milagrosa del Gabinete Asnar consistía en dedicar todos los esfuerzos del gobierno a empujar el sector inmobiliario para que se construyeran en todas partes tantos edificios como fuera posible. Lo cual daba empleo a cientos de miles de personas, aumentaba el valor del patrimonio, creaba prosperidad, plusvalía, cultura y democracia, y de paso hacía que se vendieran muchos más periódicos en todas las regiones de España, ya se tratara de periódicos serios o de periódicos deportivos.



Encima de las playas, de las huertas, en los desiertos, en lugares donde no crecía vegetación alguna y por no haber, no había ni agua. Encima de otros edificios, debajo de otros edificios, en lenguas de tierra de sólo unos metros de anchura rodeadas de mar. Edificios hermosos o feos, edificios innecesarios, edificios horrorosos, daba igual. No había otro propósito sino el deconstruir más y más en cualquier sitio.



Se intentó que todo el litoral de España se convirtiera en una sóla macrourbanización en forma de anillo que rodeara todo el territorio nacional y la frontera con Portugal; urbanización regada con agua que se robaría a otros países y se llevaría a España mediante megatrasvases hidrológicos. Toda esa macrourbanización estaría conectada además algún día por un monoraíl de alta velocidad. Construído, por supuesto, con fondos públicos, pero gestionado por una empresa privada cercana a alguno de los ministros.



El plan fue aplicándose sin la menor oposición hasta llegar a un punto en el que todo el mundo se había contagiado y parecía que no fueran sólo los peperos, sino el país entero, quien se hubiera vuelto a la vez loco por construir. Todo el país se dedicaba a fomentar esa estúpida doctrina de construir sin ton ni son en todas partes. El virus se había propagado a todos los estratos de la población, sin distinción de ideologías o clases sociales.



Todos ganaban con ese sinsentido. Los bancos se forraban prestando dinero que no tenían y recibiendo mes a mes el sudor de los trabajadores. Éstos, a su vez, se gastaban más del cien por cien de su sueldo en comprarse una casa, convencidos que se harían ricos unos años después cuando el valor de su piso se multiplicara por hechizo o encantamiento. Los ayuntamientos de cualquier signo, pepistas, sociatas, nacionalistas, se hinchaban vendiendo terrenos a precios estratosféricos. Los periódicos y emisoras de radio miraban hacia otro lado porque sus dueños y anunciantes eran los principales interesados en que ese disparate siguiera funcionando. Era un sistema tan perfecto que cuando los sociatas volvieron al poder varios años despúes, ni se molestaron en fingir que iban a hacer nada para cambiarlo.Por eso, aunque era evidente que todos nadaban en un mar de pura corrupción; se seguía vendiendo al mundo el sistema que el sistema era ejemplar, democrático, progresista, etc., y se daban lecciones de democracia a gobiernos extranjeros que en realidad eran miles de veces más respetuosos con los derechos humanos que la propia Monarquía Bananera.



Era un panorama más bien surrealista, con casi el 70 por ciento de la población trabajando directa o indirectamente para una inmobiliaria o para un banco. Con eso y con tanto vago como Rajoy y Anasagasti sin dar palo al agua y viviendo de ayudas del gobierno, altaban incluso trabajadores, así que cientos de miles de extranjeros eran deportados a España a cada minuto desde los países pobres del mundo para que ocuparan los puestos de trabajo que los españoles ya no querían hacer. El Profeta Azul, en su estupendo blog, definió la situación con su característico sentido del humor:



Esos tiempos felices, que cualquier imbécil que supiera caminar sin caerse de cara al piso podía ser albañil/a, ganar 1200 euros, meterse en 3 hipotecas y un coche a pagar en 104 cómodas cuotas y su mujer/marido que trabajaba de comercial en una de las inmobiliarias fantasmas que aparecían en cualquier espacio con mas de 2 metros cuadrados, podía comprar un montón de basura inútil y carísima gastándose el sueldo entero de ese mes, el siguiente y el del mes siguiente al siguiente, con su flamante tarjeta del corte ingles que actualmente residen en el recto de los ex-clases medias en paro.



El gobierno aprovechó el momento de prosperidad ficticia para realizar los objetivos malvados que en realidad perseguía: privatizar empresas públicas y de ese modo quedárselas ellos mismos; bajar los impuestos a las clases altas; desarrollar una política internacional racista al servicio de potencias extranjeras; enviar un montón de multinancionales a América del Sur para que limpiaran los ríos y las selvas, ayudaran a los nativos y apoyarán a gobiernos que contaban con la aprobación de la mayoría de su pueblo. Pero sobretodo, había que desarrollar lo que se convertiría en la punta de lanza del Partido y de todos los intereses empresariales que manejaba: los contratos laborales basura. Y para ello el gobierno realizó un verdadero esfuerzo investigación y desarrolló en esta esfera, lo que se tradujo en la aparición de un sinnúmero de contratos de lo más innovador e inmaginativo, como el contrato de siete segundos o el contrato de duración negativa (que se terminaba justo antes de empezar a trabajar).



Por supuesto, apenas nadie salió a la calle quejarse. La clase trabajadora española había sido sustituida por una nueva clase provisional de nuevos o futuros ricos cuya única ideología estaba basada en el puro odio: odio a los pobres, a los egipcios, a los franceses, al equipo rival, a Hugo Chávez.