domingo, 17 de febrero de 2008

TODO EL MUNDO PERTENECE A TODO EL MUNDO

A continuación transcribimos una propuesta aberrante y abominable que ha llegado esta semana a nuestra redacción y con la que el Chino Muerto no se identifica en absoluto, pues siempre hemos estado del lado de la moral familiar normal y de la conducta recta y disciplinada; no obstante incluímos la propuesta en aras de la libertad de expresión y para mostrar al mundo hasta qué punto se han corrompido las cabezas de los jóvenes de hoy día.

Siempre me ha extrañado que varias de las necesidades básicas del hombre, como el derecho universal a la sanidad y la educación, sean unánimamente reconocidas en todos los países europeos sin que demasiada gente los ponga en duda, e incluso que el derecho a una vivienda digna esté recogido en nuestra obsoleta constitución, -aunque a nuestros partidos políticos parezca darle igual-, mientras que a nadie se le haya ocurrido reconocer también como derecho universal una de las necesidades más fundamentales para el bienestar psicológico y social de las personas: el derecho de todos los seres humanos a mantener relaciones sexuales frecuentes y gratificantes con otras personas.

He propuesto varias veces, sin que ninguno de los medios de comunicación masivos se hiciera eco de esa propuesta, que el Estado debería garantizar gratuíta e incluso obligatoriamente a todos sus ciudadanos el mantemiento de relaciones sexuales frecuentes y placenteras, con la orientación sexual de cada uno como único límite. ( Es decir, los heterosexuales lo harían siempre con personas del sexo contrario y los homosexuales con personas del mismo sexo). En este tipo de sociedad avanzada, el gobierno debería incluso promover activamente el sexo libre y desenfrenado ya desde la escuela primaria.

Es una idea que a simple vista parece extremadamente radical, pero que ayudaría a subsanar o a abolir muchos de los problemas y conflictos que existen hoy en día en nuestra sociedad, -como por ejemplo la existencia de todo tipo de violadores, pederastas y reprimidos sexuales-. Esa medida proporcionaría también un grado de satisfacción a la mayoría de los ciudadanos de nuestra nación que a la larga nos haría a todos la vida más placentera y agradable, terminaría el problema del injusto reparto del sexo en el mundo de hoy, desterraría el enfado permanente que sufren muchos de los españoles, acabaría con sentimientos absurdos como los celos que causan grandes conflictos laborales e incluso crímenes, y provocaría una satisfacción y un impulso energético que tendría inumerables consecuencias positivas, incluyendo un significativo aumento de la productividad laboral y del funcionamiento de la economía.

Muchos de los males de nuestra sociedad actual vienen del afán capitalista de acumular más y más poder sin preocuparse de ninguna otra cosa más, lo cual en el fondo, según han reconocido eminentes psicólogos a lo largo de la historia, no es en realidad sino una forma psicopática de ansia sexual y una desbordada necesidad de dominación, a veces reprimida, otras veces parcial o totalmente explícita. Todo ello cambiaría si en nuestra sociedad el sexo se practicara de manera constante y natural en cualquier situación o lugar; sin escrúpulos, tapujos, tabúes, ni remilgos; todos contra todos, sin limitaciones de edad, religión o clase social -sólamente, como hemos visto antes, de orientación sexual-, y siempre por supuesto, de manera segura, tomando precauciones, en ausencia de violencia y sin necesidad de pagar ni de recurrir al tráfico de esclavos sexuales provinientes de países pobres.

Una sociedad sin absurdos tabúes en la que la gente pudiera andar desnuda por la calle o sólo con una túnica en los meses calurosos -lo obsceno es ir vestido en agosto, con el calor que hace en España- y en la que el erotismo no estuviera sometido a monopolios atávicos que tendrían que ser anticonstitucionales -como la familia, el noviazgo o la amistad-. Si estuviéramos en un restaurante y nos gustara una persona de la mesa de al lado y quisiéramos hacer el amor con ella, simplemente nos acercaríamos a su mesa y se lo pediríamos educadamente, como si le estuviéramos pidiendo fuego, pero respetando por supuesto su derecho a decir que no. Una sociedad totalmente sana, equilibrada y feliz.

La existencia de un matrimonio o una pareja implica que dos seres humanos mantienen relaciones sexuales sólo entre ellos, cosa aparentemente natural pero que no lo es. De hecho en muchas civilizaciones a lo largo de la historia ha ocurrido todo lo contrario. En la ciudad ideal de Platón las mujeres eran comunes a todos los hombres, cosa similar a la que ocurría en Esparta, una de las sociedades más cohesionadas que han existido nunca. En la estupenda novela de Willian Golding, El dios escorpión, el Faraón egipcio se ríe con morbosa extrañeza cuando le aseguran que existen civilizaciones lejanas en las que los hombres y mujeres mantienen relaciones sexuales con personas que no son de su familia.

Implementar un programa de sexo libre a nivel estatal, de resultados tan positivos para el conjunto de nuestros ciudadanos y ciudadanos, sería, además de barato, mucho más sencillo de lo que cabe imaginar. Bastaría mostrar a los famosos más guapos en la televisión haciendo el amor a cualquier hora y en cualquier lugar con desconocidos, y a los tres días el resto de la población haría lo mismo, y se dedicarían a montárselo varias veces al día con diferentes personas, prácticamente con cualquiera que se lo propusiera; de esa manera la práctica del sexo se convertiría en algo tan normal y natural como insultar a ZP o votar a Rajoy. Sería un todos contra todos respetando únicamente una regla. Los heterosexuales sólo lo harían con gente del sexo contrario y los homosexuales con personas del mismo sexo.

Quizás seguiría habiendo una minoría de personajes tan asquerosos y malolientes que se quedarían de todas maneras sin tener relaciones. Por eso se implementaría la medida del inercambio aleatorio obligatorio o servicio sexual. Cada semana se emparejaría mediante un sorteo a todas las personas de cada provincia, de manera que cada persona heterosexual tendría una cita sólo para practicar sexo con una persona del sexo opuesto y cada homosexual con una persona homosexual del mismo sexo. Cierto día de esa semana a cierta hora esas parejas tendrían que aparearse obligatoriamente. Cada persona podría elegir simplemente si quiere chico, chica o indiferente, pero no podría elegir a una persona u otra.

Quizás una semana te tocaría una vieja decrépita, pero tendrías que hacerlo igual y tu acto sería considerado un servicio a la nación; otro día seguro que habría más suerte y te caería una rubia impresionante: se consideraría un regalo que la nueva nación sexual revolucionaria te haría a ti. Al final, todo se compensaría y el país en general saldría beneficiado, y a la histérica de tu jefa se le curarían sus cambios absurdos de humor. Por todo ello, la ausencia injustificada a esas citas sexuales sería considerada delito. Con el tiempo esas reuniones se irían haciendo más complejas para incluír combinaciones de más gente y orgías más completas.

Además, todas esas sesiones se grabarían, y las mejores serían vendidas en el mercado pornográfico internacional, de manera que el estado conseguiría una barbaridad de divisas, porque la pornografía es una de las mayores industrias del mundo, y habría siempre un montón de cerdos insatisfechos en todas partes -menos en nuestro país- que pagarían por masturbarse viendo como nosotros disfrutamos gratis. Ese dinero serviría para financiar inmensos proyectos sociales de todo tipo y para reducir la pobreza, el desempleo y el problema de la vivienda, con lo cual nuestro proyecto repercutiría una vez más en el progreso de nuestra gran nación.

Anticipo que a mi excelente propuesta muchas personas le harán la siguiente crítica: si el sexo se trivializa, y se convierte en algo tan normal, la economía se colapsará, porque las personas se dedicarán a aparearse continuamente y dejarán de acudir a sus puestos de trabajo.

Pero ello no ocurriría de ese modo. Beber chela es legal y es un placer, pero la mayoría de los españoles acuden sobrios a trabajar de lunes a viernes. Practicaríamos el sexo en más sitios, con más gente, de manera más natural y más frecuentemente, pero, a la hora del trabajo, seguiríamos realizándolo puntualmente de la mejor manera posible, pues de lo contrario nos echarían y pondrían a un rumano.