miércoles, 20 de junio de 2007

TODO SOBRE EL BEERCLOCK.

Como muchos de vosotros no habéis leído la novela de Elvar Ata, procedo a explicar de manera poco resumida qué es el beerclock y cómo funciona. Los que ya la habéis leído podéis obviar este post.

El beerclock es uno de los mayores atractivos turísticos de Inglaterra, y es también el único reloj del mundo que funciona con cerveza y da la hora en litros de cerveza. Se trata de una persona que mediante una tradición ancestral, que se transmite de padres a hijos y que data de la época anterior a las invasiones romanas, ha aprendido a beber cerveza a una velocidad constante durante las 24 horas al día. (En realidad, cada beerclock se compone de dos o tres miembros que hacen turnos, normalmente de 8 o 12 horas, para cubrir el día entero). El beerclock suele estar conectado mediante un artefacto mecánico al reloj de la torre al pie de la cual está sentado (por ejemplo, la del Big Ben), de manera que el reloj va a marcando las horas a la velocidad a la que el beerclock va bebiendo.

El beerclock se bebe 24 litros de cerveza al día, exactamente un litro cada hora. Por eso el día en Inglaterra se divide en 24 litros de cerveza; el litro a su vez en dos latas de tenis (equivalentes a nuestra media hora); la lata de tenis está compuesta de cuatro vasos, cada vaso en varios chupitos, y así sucesivamente. Por eso, en vez de decir que son las seis y cuarto, los ingleses, que dan la hora en litros de cerveza, dicen que son seis litros de cerveza y un vaso. Las 10 y media, por ejemplo, serían 10 litros y una lata de tenis. Existen medidas mucho más pequeñas, como el tercio, el quinto o el trago. El trago, por ejemplo, es el tiempo en que tarda el beerclock en darle un trago a su cerveza, tiempo que como hemos visto en el párrafo anterior, es siempre constante. Hay, finalmente, unidades más pequeñas, como la gota o el átomo de cerveza. Esta última, que sólo utilizan los científicos y las computadoras modernas, se define como el tiempo que el beerclock tarda en ingerir un átomo de cerveza.

El método para convertirse en un beerclock es bastante duro, y también la vida de estos relojes. Los que trabajan como beerclocks tienen una esperanza de vida mucho menor que el resto de los ingleses, y la mayoría de sus mujeres enviudan relativamente jóvenes. A cambio, el beerclock cuenta con muy buenas prestaciones sociales y un salario más que aceptable. Pero la mayor gratificación del beerclock es el enorme prestigio que su trabajo reporta. Cuando uno llega a un pueblecito británico, se da cuenta de que los personajes más respestados y populares suelen ser el alcalde, el párroco y el beerclock local.

Existen beerclocks de gran tamaño y popularidad, por ejemplo el del Big Ben, el beerclock de la catedral de Glouscester, y también el beerclock de Oxford. Luego hay beerclocks de aldea o de barrio, cada uno de los cuales tiene también su encanto particular, como el precioso beerclock de la estación de metro de High Kensington, en Londres, que ya mencionara en su famoso poema el escritor del siglo XVIII Ralleigh Myles-Dylan. Pero lo que es común a todos los beerclocks es que todos dan la hora con una exactitud asombrosa, una exactitud que es superior a la de casi todos los relojes actuales y que ha sido puesta a prueba mediante las más modernas computadoras, para regocijo de los patrióticos medios británicos. De hecho, uno de los magazines de moda del Canal Four, organizó el año pasado una competición entre un modernísimo ordenador de la nasa y un beerclock liverpudiano de barrio, con resultado favorable a éste último.

Además de por su precisión, el beerclock destaca por su fiabilidad. A un reloj de pulsera se le agotan las pilas, se rompe, es sumergido en el agua por error. El beerclock, verdadero patriota inglés, sigue dando la hora con precisión, por muy enfermo que esté, hasta que el médico le obliga a ser sustituido cuando ya está en las últimas. Eso no quiere decir que los beerclocks no fallen nunca, pues de hecho existen algunos casos de beerclocks que se han adelantado o retrasado o que han dejado de funcionar. Pero la ocurrencia de estos errores es muy inferior a los que se producen con relojes de cualquier otra índole.

Un verdadero ejemplo del patriotismo y del sentido del honor de los beerclocks fue el que se produjo durante la segunda guerra mundial. Muchos ingleses todavía no han olvidado que, mientras la aviación alemana bombardeaba Londres, Bristol y otras ciudades inglesas, y la población civil se refugiaba en el metro y en los refugios antibombardeos, los beerclocks desoyeron las consignas de su gobierno y continuaron en su puesto de trabajo, bebiendo cerveza y dando la hora con la misma precisión y velocidad de siempre.

Después de ser aclamados como héroes en la posguerra, los años sesenta fueron un periodo difícil para los beerclocks, debido a las corrientes progresistas que surgieron por entonces y a la preocupación por los derechos humanos que fueron mostrando las nuevas generaciones. Con la nueva sociedad de consumo, los jóvenes se desentendieron de las tradiciones, de manera que trabajar como beerclock perdió prestigio. Además, la sociedad se fue sensibilizando ante la falta de derechos laborales y el dilema ético que supone mantener una tradición de índole, para muchos, tan bárbara. Así que el gobierno dictó estrictas leyes para regular sus jornadas laborales, y dejó de conceder en muchos sitios los permisos que garantizaban su mantenimiento, permisos que antes se renovaban de manera prácticamente automática.

En los noventa, la economía y la vida social británica experimentaron un nuevo florecer bajo el gobierno de Tony Blair. Los laboristas volvieron a promover el uso de beerclocks y los convirtieron en un símbolo de la recuperación de la autoestima y el orgullo británicos que se estaban produciendo bajo su gobierno. Hoy en día, pese a que los ingleses utilizan relojes de todo tipo como cualquier otra sociedad modernas, los beerclocks vuelven a estar de moda. Además de los tradicionales beerclocks, que suelen situarse en ayuntamientos, mansiones antiguas y catedrales, muchas instituciones públicas y privadas de la actualidad están abriendo beerclocks nuevos. Prácticamente no existe pub de moda en el centro de Londres que no tenga su propio beerclock, y algunas entidades financieras han construido para sus sedes algunos modernísimos.

En cuanto al resto del mundo, en la época de esplendor del imperio británico se construyeron beerclocks por todo el planeta, algunos de los cuales aún perviven. En Escocia, Gales e Irlanda de Norte el grado de implantación es similar al que existe en Inglaterra, con la única diferencia de que en Escocia no funcionan con cerveza, sino con güisqui (Scotchclocks). En otros lugares de la Commonwealth también sobreviven algunos en la actualidad, aunque sea sólo como tradición histórica, pues en todos esos lugares la población no mide el tiempo en litros de alcohol sino en horas y minutos como el resto del mundo. Hay que destacar que todos estos relojes, situados en lugares diferentes del globo, están totalmente sincronizados entre sí y dan exactamente la misma hora en todas partes, con la sola diferencia de las horas que separan una franja horaria con otra. Hay beerclocks famosos en ciudades tan dispares como Bombay, La Valetta y Shangai. El beerclock de Shangai, por ejemplom fue cerrado por las autoridades chinas tras la revolución, pero en los 90 fue vuelto a abrir como símbolo de progreso y apertura a occidente y a la economía de mercado. Cabe destacar también que en Japón se puso de moda, también en los años noventa, una modalidad autóctona del beerclock, que todavía pervive y que funciona a base de sake.

Además de los beerclocks que miden el tiempo, también existieron los beerclocks de distancia, que eran igual de fiables que aquellos. Desde épocas ancestrales, la distancia se midió en Inglaterra también en litros de cerveza. Los beerclocks de distancia eran algo más complejos que los otros, pues estaban entrenados para beber y a caminar siempre a una velocidad constante. Si había que medir la distancia, por ejemplo, entre Liverpool y Manchester, se mandaba a un beerclock a que recorriera andando el trayecto entre ambas ciudades. La cantidad de cerveza que se bebiera por el camino daba la medida del alejamiento que existía de una urbe a la otra. Actualmente, los beerclocks de distancia apenas se usan, pero sus mediciones también han sido corroboradas como ciertas, y los ingleses siguen utilizando litros, vasos y chupitos, en vez de metros o centímetros como nosotros.

Otras extrañas tradiciones inglesas británicas a destacar son la de cocinar un plato más del número de comensales que haya en la mesa y luego tirar ese plato a la basura sin probarlo como símbolo de opulencia, o la de comprar siempre un billete de ida y vuelta aunque se vaya a hacer sólo el trayecto de ida.