sábado, 28 de enero de 2012

EL FUGITIVO

Nací en el país
donde el 99 por ciento de la población son niños,
y es por eso que, en la adolescencia,
en la pared de la realidad horedé un largo túnel,
para escaparme del vulgo tan infame,
y caminé sin tregua,
a través de alamedas de humo
decoradas con guirnaldas de oxígeno azulado.

Así desperdicié mi segunda adolescencia,
y aunque consagrado al Hijoputa y al hijo de la Viña,
tras morir en italiano,
y dedicar todo tipo de odas a Baco,
para no perder más tiempo humillado por barbies,
pasé una temporada en el peor país del mundo,
y en la caja monocromática donde vivia,
transformado por fin en un horrible monstruo,
lancé a un paralítico escaleras abajo,
con silla incluida,
y un tarado me encerró en el interior del Hijoputa.

Tambien descubrí patria griega entre sombras
y a Robinson, viaje al final del mundo,
y creé el concepto
de la barbacoa en el salón,
y más adelante, en un país remoto,
del cochinillo en salsa espesa de higo y vino dulce

Escapé del Hijoputa envenenado
a vagar durante siglos por el metro de Londres
inhalando nubes rosas por la nariz de un tuerto,
y siempre con la amargura de haber descubrido,
la mas rancia de todas las tradiciones británicas,
el único reloj que funciona con cerveza,
también conocido como "the Beerclock".

Pero como en todos los momentos de derrota,
en las leyendas de cualquier antigüedad que se precie,
tuve un sueño en el cual Homer Simpson
se comía un buey de Kobe entero él solito,
y ahí regresé de nuevo a mi adolescencia,
pese a los reproches del testarudo Oráculo,
y ya nunca más pude, por mucho que lo intentara,
comer otro tipo de carne de ternera.

Y me bañé en aguas termales de ramen sabor tonkotsu
tras rebozarme, maravilloso rolling,
en las montanas cubiertas de kakigori de Carpis,
y encontré la paz exterior entre escombros,
conviviendo con pordioseros, robots podridos.
y marujas kamikazes en bicicleta,
en el siglo XIX, muy cerca de Ishikiri,
donde las fábricas lanzan humo verde a la atmósfera,
y tras las nubes bajas oculta el rocío,
como naves nodrizas de V,
gigantescos pinchos de pollo Kikukawa.

Por eso prometedme que no volveré nunca
a visitar vuestros páramos intelectuales,
excepto disfrazado de salvaje occidental
aprovechándome del euro a punto de caramelo
y agradeciendo por fin a las barbies y a los locos
los servicios prestados,
o cuando el enorme Buda de Nara,
indignado, igual que un Godzilla clásico,
para chafar como un pringoso huevo
las bases militares yanquis de Okinawa.