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viernes, 25 de julio de 2008

SANFERMINES (TERCERA PARTE)

Eran tiempos felices para los pamploneses y pamplonesas porque faltaban sólo unas horas para el chupinazo, momento a partir del cual las viejas podrían salir a la calle a bañarse desnudas en champagne y sidra a cualquier hora del día durante una semana entera. Otro motivo de alegría es que durante toda esa semana les estaría permitido despellejar económicamente a los guiris de forma legal en cualquier establecimiento o barraca de feria de la ciudad antes de que éstos se inmolaran cayendo dormidos muralla abajo o lanzándose de cabeza al pavimento desde alguna fuente.

Todo había comenzado en una de las ciudades más feas del mundo, Tudela, ciudad que cuenta sin embargo con uno de los centros históricos más hermosos e interesantes de España. Tudela está rodeada por una amplia gama de desiertos de todos los tipos y colores posibles. Si no fuera porque se halla junto al río Ebro, se trataría sin duda de uno de los lugares más inhóspitos y hostiles de la tierra, y no abrigaría ningún tipo de vida natural ni humana, ni siquiera parados, ni prostitutas, ni jubilados, ni bares mugrientos. Pero gracias al Ebro cuenta con una maravillosa huerta, creada por los árabes igual que la de Valencia, aunque ni su ayuntamiento ni su gobierno autonómico tienen como objetivo prioritario acabar con ella a cualquier precio.

La gente de Tudela es simpatiquísima, puede que la más simpática y accesible de España. Yo creo que es la única ciudad de la Unión Europea donde por la calle se me ha acercado alguien que no me conocía simplemente para preguntarme cómo me encontraba, hacerme una recomendación sobre qué ver en la ciudad y desearme que tuviera un feliz viaje y que todo me fuera bien. Y no fue una sino varias personas en una sola mañana. A los tudelanos les encanta hablar y parecen razonablemente felices pese a la delirante fealdad de su ciudad, que como hemos dicho es la peor de España si exceptuamos el casco viejo.

Claro, que todo eso se iba el traste en cuanto se daban cuenta de mi filiación étnica. Siempre que paso por una ciudad con un río cerca y la gente se entera de dónde procedo, empiezan a mirarme con una mezcla de desconfianza y de miedo, y luego me acusan de ladrón y de especulador y de querer robarles su río, y su actitud benévola se torna en hostilidad por mucho que intente explicarles no es culpa mía:

-...Pues sí, oiga, es que yo soy valenciano, ¿no lo entiende? No puedo evitarlo. Me dedico a secar ríos. Es mi naturaleza y mi verdadera vocación. Soy como un vampiro. Ya he eliminado el Júcar, el Turia y el Palancia, y mi próximo objetivo es secar también el Ebro...

En fin, espero que el dios zaplanista los perdone del pecado de querer conservar su fertil huerta heredada de los árabes, y no sustituirla por rascatas piramidales, patrimonio de la inhumanidad, como mi gobierno autonómico, mucho más avanzado que el suyo. (...)

Gracias a un paramilitar zaplanista que era en realidad un agente doble camuflado como tabernero de una taberna vasquista en la parte vieja de Tudela, y que estaba allí para infiltrarse en los grupos de jubilados anti-transvase del Ebro y que me reconoció cuando intentaba huir de una turba de parados que me perseguían para matarme, conseguí escapar del linchamiento general utilizando los túneles subterráneos de la judería de Tudela, y escondido en un camión de lechugas que partía por la noche hacia Pamplona, escapé de la ciudad árida, fértil, fea y hermosa. El zaplanista me proporcionó un pasaporte nuevo, sin referencias a mi ADN naranja.

Eran pues las horas previas al chupinazo, y con mi nueva identidad sin horchata había conseguido pasar desapercibido entre el gentío pamplonés, de hecho había incluso conseguido hacerme amigo de unas vascas. Unas señoritas excelentes, por cierto. Cultas, abiertas, simpáticas, progresistas y educadas. Como yo nací, me críe y morí en Valencia, no sabía que existieran mujeres así. Que por cierto, había salido otra vez el tema valenciano otra vez. Para no ser tomado de nuevo por un enemigo, me dediqué a despotricar contra mis paisanos sin admitir que yo era uno de ellos, aunque en realidad me limité a decir la verdad:

-Todo valenciano es un especulador inmobiliario por naturaleza. Cuando estuve allí, la gente había salido a la calle para reivindicar que se construyeran rascacielos en Cullera junto a la desembocadura del Júcar. El Ayuntamiento y el Gobierno autonómico se negaban, diciendo que era un área de alto interés ecológico y pasisajístico, y que además la zona ya estaba saturada de edificios horrendos. Pero la gente, familias enteras, jóvenes, ancianos, salían a la calle a manifestarse, tot el poble unit amb una sola veu:

"Cullera es nostra i volem un Manhattan"

-Es con manifestaciones de este tipo como el PP de Valencia tuvo que dar su brazo a torcer y, cediendo durante años a los deseos de especulación de los ciudadanos y de las ciudadanas, fue poco a poco urbanizando la costa valenciana hasta el último centímetro, en contra de su intención original.

Pero volvamos a los momentos previos al chupinazo, que servirá de inicio oficial a los Sanfermines. Todos los pamploneses han salido a la calle entusiasmados, y las pamplonesas también, y los abuelos y las abuelas y familias enteras y los guiris y las guiris, pero no a pedirle a su gobierno que especule, sino que, vestidos de blanco y rojo y armados con botellas de champagne y de sidra, abarrotan en las plazas del centro para esperar el momento apoteósico en que las fiestas quedan inauguradas:

-"Pamploneses, Pamplonesas, guiris, limones, jubilados: !Viva San Fermín, Gora San Fermín! Y no olviden que pueden realizar sus compras en El Corte Inglés...."

Momento tras el cual el rugido de la marabunta se transforma inmediatamente en educado silencio, y los pamploneses y las pamplonesas y los guiris y las guiris se ponen civilizadamente en fila en las paradas de autobús o se dirigen a sus automóviles para volver tranquila y civilizadamente a casa sin empujarse ni hacer ningún ruïdo.

Otros cronistas afirman todo lo contrario. Según la versión opuesta, todo el mundo empezaría en un primer momento a saltar, a gritar y a bañar en champagne al prójimo y a la prójima más cercano o cercana y se desataría la locura. A partir de entonces, aparte de emborracharse de la manera más rápida posible, el objetivo sería meterse en los bares más céntricos y más llenos, cuanto más céntricos y más llenos mejor aunque haya que hacer colas de 45 minutos para ir al servicio; así llegaría un punto en que los cientos de miles de personas que se dedican a emborracharse estarían todos en locales de la misma calle, en el corazón de la parte antigua, y finalmente en un solo local, el más céntrico de todos, que acabaría por explotar por efecto de la presión y por sepultar a todo el mundo bajo sus escombros, momento álgido de los Sanfermines que es retransmitido por cientos de emisoras de televisión y radio nacionales e internacionales e incluso de Japón; celebración en la que, por otra parte, se dice que cada año sólo suelen morir algunos americanos borrachos y nunca los aficionados locales, que saben muy bien donde colocarse para participar de este momento emotivo sin arriesgar su vida y la de los otros participantes.

Sea como fuere, no puedo corroborar ninguna de las dos versiones porque tuve que huir también de Pamplona, y fue justo unos minutos antes del chupinazo. Cuando el final se acerca -dice Borges, o Cartaphilus, o Homero - ya no quedan imágenes del recuerdo; sólo quedan palabras. No había duda de que mis amigas vascas habían descubierto que yo era un valenciano y un zaplanista, un monstruo devora-ríos; en suma, un enemigo de su nación.

-Sabemos cuál es tu verdadera naturaleza, pero no podemos delatarte porque nos hemos enamorado de ti.

Me sacaron de allí en secreto en el maletero de un viejo automóvil. Aquellas jóvenes abertzales traicionaron a su patria y arriesgaron su vida por amor, de hecho las pobres tuvieron que escaparse de Navarra y refugiarse en Benidorm porque en su pueblo se dio orden de perseguirlas y sus familias las rechazaron para siempre.

Yo tuve que hacer el camino de Santiago al revés y cruzar la frontera francesa andando de espaldas cuando nadie miraba. No tenía dinero para comprar un billete de autobús que me llevara de vuelta a Valencia, así que le pregunté a un viejo pastor de ovejas de los Pirineos cuál era el aeropuerto con Ryanair más cercano. Era mi única esperanza.

-Camina 120 kilómetros todo recto por aquel valle y llegarás a Pau, en el Pirineo francés. Desde ahí vas a London Stanstead y desde London Stanstead ya se llega directo a Valencia.

Y aquí estoy, en Valencia de nuevo, escribiendo el más fiel relato posible de los hechos.

Dedicado a Iz, Nora, Patri, Aihnoa

lunes, 23 de junio de 2008

NAVARRA

(artículo dedicado a Iz, en agradecimiento por el maravilloso viaje)

Después de un viaje de una semana, acabo de volver de Navarra, país singular y excelente. Antes que nada quiero aclarar que la utilización del término país en este artículo es totalmente intencionada, pues Navarra me ha parecido en muchos aspectos, más que una Comunidad Foral, una verdadera nación en toda regla, e incluso un planeta aparte. No voy a polemizar ahora sobre qué sitios de España tienen un hecho más diferencial que los demás, porque para empezar para mí las distintas comunidades no reflejan las verdaderas divisiones históricas y culturales del territorio. En mi opinión en España existen las siguientes naciones -o regiones, según le guste a cada cual-: la gallega, la cantábrica, la vasca, la afrancesada, la levantina o zaplanúrica, la castellana, la andaluza, la canaria y el distrito federal de Madrid. Aunque por supuesto, esta clasificación no tiene por qué tener mucho sentido. De hecho se me acaba de ocurrir mientras empezaba a escribir este párrafo.

Una de las características principales que me mueven a definir a Navarra como un país en sí mismo, más que cualquier otro trozo de España, es la relación entre sus ciudades más importantes, con una capital indiscutible, una segunda ciudad con mucha más importancia económica y demográfica que las demás, pero a gran distancia de la primera, y una tercera ciudad de escaso tamaño pero con un gran conjunto histórico y con un palacio real. Sin embargo, la principal seña de identidad de Navarra no es esa. Su principal seña es su forma romboidal casi perfecta, que sólo tiene parangón, pero de menor calidad y perfección, en la Región de Murcia, y luego las otras comunitats tienen formas totalmente absurdas e incómodas que dificultan la cohesión territorial, como ocurre la valenciana. ¿Hasta cuando, señor Camps?

En cuanto a política y sociedad, también se trata de una región más hostil que casi todas las demás, empezando también por la Comunidad gobernada por especuladores y marujas. Si bien tengo entendido que Navarra es pionera en tener un gobierno autonómico PP-PSOE, lo cual debe de ser una de las peores torturas que existen, -el equivalente político a irte de vacaciones a Cuba con tu suegra y tu cuñada-, es también una de las pocas que cuenta con presencia más que nula o testimonial de partidos políticos de izquierda. Y aunque si pasamos al terreno cultural de esta absurda comparación entre el planeta valenciano y el navarro, los bous al carrer me parecen más divertidos como deporte que los sanfermines, la actividad lúdica que me parece insuperable es sin duda la del rolling pirenaico, tradición que pese a haber llegado a nuestros días de manera bastante adulterada, sigue sin tener parangón en el mundo entero.

A diferencia de ciertas costumbres valencianas que son absurdas sin ningún motivo, como la de quemar falleras, o la de suprimir las aceras y obligar a los peatones a desplazarse saltando de balcón a balcón, la mayoría de las tradiciones vascas tienen un sentido antropológico y reflejan la adaptación de sus usos y costumbres al difícil entorno en el que se desarrolla su cultura. Por ejemplo, la tradición que acabo de mencionar, que consiste en lanzarse rodando a gran velocidad montaña abajo para llegar en una sola etapa desde los Pirineos hasta el levante peninsular, se nos antoja a simple vista de lo más estúpido, pero cobra absoluto sentido al considerar las difíciles condiciones de vida de los pueblos del Pirineo navarro. Sometidos a un clima hostil, a una orografía adversa y a una existencia espartana, los vascos de la antigüedad cumplían mediante esta costumbre la tradición de morir en el fértil y agradable Mediterráneo, región en el que su mitología ubicaba el Paraíso. Pues como eran pueblos pobres y atrasados que además apenas contaban con medios de transporte excepto el de la combinación entre la gravedad y la singular resistencia de sus habitantes, éstos, cuando sentían que su vida debía tocar a su fin, para ahorrar recursos a la sanidad pública y perecer en un lugar más placentero, se lanzaban rodando desde las montañas hasta llegar a alguno de los grandes ríos que atraviesan la península ibérica. Aunque la mayoría de las veces, llegados a este punto, ya estaban muertos, la inercia adquirida tras descender a tal velocidad por pendientes tan abruptas resultaba suficiente para seguir rodando por el valle (normalmente el del Ebro, pero a veces los más rápidos alcanzaban incluso el del Palancia desde donde continuaban hasta Sagunto), de manera que, después de ese largo viaje, sus restos mortales alcanzaban siempre la costa mediterránea, donde caían directamente al mar y por fin podían descansar en paz.

Si bien el deporte nacional después de los toros, la pelota, los pinchos y el sueling goza de gran aceptación hoy en día entre la juventud y entre los turistas extranjeros -que se trasladan en masa a Navarra atraídos por la promesa de bebida barata, pinchos de calidad y rolling extremo- la verdad es que ha llegado a los tiempos modernos bastante desvirtuado, pues en la actualidad no se practica como forma de suicidio sino como un mero deporte de aventura más, sujeto a grandes limitaciones, directivas europeas y medidas de seguridad variadas como la obligatoriedad de llevar casco u otras protecciones de lo más aparatoso, que recuerdan a las que emplean los jugadores de rugby. Y por si eso fuera poco, ya no se atraviesa media península como antes, sino que el descenso queda limitado una sola montaña de tamaño pequeño o mediano, o a una distancia mayor pero dividida en etapas pequeñas.

Incluso la alta cocina navarra, que destaca por su innovación y por su calidad, está inspirada en costumbres tribales. En mi reciente viaje he tenido el placer de contar con una guía local que gracias a sus contactos privilegiados nos consiguió reserva en el muy solicitado restaurante de Goldaratz, uno de los más populares de Navarra, donde hay lista de espera de un año para comer porque se sirven grandes dosis de comida de calidad a un precio ridículo. Lo que no sabía yo de ese restaurante es que carece de carta, pues el menú es fijo aunque suele variar un poco cada día, y que la comida -por cierto, de una calidad verdaderamente increíble-, no viene servida en platos, sino que que los camareros la lanzan directamente en grandes cantidades desde la cocina a la mesa, y además siempre la lanzan con una hostilidad realmente enojosa, apuntando con mailicia a la cabeza del comensal. De hecho, el uso de casco es obligatorio en este local, pues las chuletitas, aún siendo de lechal, alcanzan tal velocidad que podrían ser causa de grandes lesiones, de hecho en el pasado hubo gente que perdió incluso un ojo en este restaurante, así que el casco reglamentario es parecido al que se emplea para practicar el rolling pirenaico. Al acceder al restaurante, una simpática azafata te lo proporciona, si es que no traes el tuyo propio de casa.

Para finalizar, hay que reseñar también el impresionante patrimonio cultural con el que cuenta Nafarroa, muy superior incluso al de naciones con el triple de población, pues cuenta con más de quince conjuntos históricos de obligada visita turística, sin olvidar la casi ilimitada cantidad de localidades que, aunque no cuentan con monumentos propiamente dichos, resultan también atractivos y pintorescos, destacando la belleza de los pueblos del Pirineo navarro, la mayoría de los cuales parecen pueblos suizos. Por no hablar de los innumerables monasterios, castillos, iglesias románicas y ermitas que no están en ninguna localidad sino que se encuentran desperdigados por las montañas y por los valles. Pese a su notable variedad de monumentos y estilos, de Navarra llama la atención la calidad y la cantidad de iglesias románicas y góticas; ello se debe a que Zapatero se está llevando las iglesias de la Comunitat para dárselas a los catalanes y a los vascos, porque Zapatero odia a Valencia y prefiere darle a ellos nuestras mejores templos, y eso aunque a los navarros les sobren las iglesias románicas hasta el punto que todos los años tiran al mar bastantes de ellas porque no les hacen falta, y sin embargo no nos las quieren traer a la Comunitat.

miércoles, 26 de diciembre de 2007

DIAGONAL SECRETA QUE ENLAZA VALENCIA CON PAMPLONA EN 40 MINUTOS CAMINANDO


Hay una forma de ir a Pamplona desde la Comunitat Valenciana que es sumamente rápida y económica porque se puede hacer en unos 40 minutos andando, aunque la ruta no empieza en Valencia sino en Sagunto, ciudad histórica con restos arqueológicos romanos a unos 30 kilómetros de la capital del Turia, lo cual no es un problema porque también hay un camino desde Valencia a Sagunto en dos o tres minutos, así que es muy extraño que todo el mundo que se desplaza desde Valencia hasta Navarra y el País Vasco lo haga en bus, en tren o en avión, cuando hay una conexión excelente que además es obvia, si piensas un poco, pero nadie todavía se ha dado cuenta.


Además, la ruta discurre entre agradables montañas y es un paisaje muy placentero. Se va andando por una carretera local de un solo carril por la que nunca pasa ningún coche; el único lugar feo de todo el camino es el pueblo de Buñol, sucio y contaminado; pero está escondido entre dos montañas y apenas se ve.


El camino que sale de Sagunto da directamente a una calle del centro de Pamplona que atraviesa la catedral. El centro histórico de Pamplona es espectacular, pues aunque no sea muy grande, todas sus calles y edificios, incluyendo la hermosa catedral, y varias iglesias, y también las casas viejas de piedra, están dentro de un mismo edificio, una especie de centro comercial bajo cuyos techos encontramos todas las calles antiguas de Pamplona y varios supermercados de la marca Mercadona


Cuando sales de ese edificio que contiene el centro histórico, ya sólo encontramos barrios modernos, bastante feos, pero sigue siendo espectacular porque Pamplona está situada en una profunda depresión entre dos de las montañas más altas del Pirineo, así que las vistas son excelentes. Además, esas montañas están surcadas por cuevas inmensas con enormes estalactitas y estalagmitas que se ven en todo momento desde las calles del centro de la ciudad; la mayoría de esas cuevas son incluso más grandes que la propia Pamplona, así que resultan espectaculares porque parecen que vayan a comerse a la capital de Navarra