miércoles, 12 de septiembre de 2007

MADRID CONTRA VALENCIA. ESTUDIO COMPARADO.

1-Madrid es una ciudad de cuatro millones de habitantes, desértica y despoblada. Valencia es mucho más pequeña que Madrid. Apenas supera los setecientos mil habitantes, si bien tiene una población de unos veinte millones.

2-El clima en Valencia es el siguiente: siempre hace sol, siempre hace calor, siempre hay humedad, siempre es de día, siempre es verano. La capital de España, eternamente nocturna, es en invierno fría como una tumba, pero padece durante el estío temperaturas extremas, muy por encima de las máximas registradas en el averno.

3-En Valencia los monumentos agreden al visitante por lo absurdo y llamativo de su ubicación. El trazado urbanístico de Valencia resulta tan ilógico como el de Nápoles, el de Roma, el de Beirut o el del Cairo. Madrid, por su parte, está hecha con frialdad terrorífica. Los edificios son absolutamente como deben ser, y siempre están situados donde deben estar, hasta tal punto que el visitante siente un pavor subliminal y se congela espiritualmente casi sin darse cuenta, envuelto como está en una perfección implacable.

4-Cada calle de Valencia constituye por sí misma un monumento a la ignorancia. El callejero de la ciudad se diría obra de un demente. Las multitudes se aplastan entre sí, los paseantes se tuestan de calor, los turistas retozan como escorpiones en Egipto.

5-La manía valenciana de concatenar y yuxtaponer, incluso en el mismo edificio, estilos arquitectónicos absolutamente incompatibles, se ha materializado por doquier en perspectivas y vistas completamente delirantes, auténtica exaltación carnavalesca-policromática, que sólo tiene parangón en la India.

6-Algunas de las avenidas de Valencia son con diferencia las más feas de todo el planeta. En ellas los tonos inexpresivos y sucios, así como la monótona y reiterativa sinfonía de grises y la ausencia de árboles y de aceras -los valencianos prefieren desplazarse saltando de balcón en balcón-, llegan a procurar al espectador un contacto directo con la divinidad. Uno acaba sintiendo con toda su alma que tanto despropósito extremo es obra de una verdadera Intención, de una inteligencia superior.

7-Madrid produce la impresión opuesta. Está trazada con la rectitud y la grandilocuencia de un cementerio. El extranjero que llega a está ciudad acabará volviéndose totalmente loco al cruzar una de las amplias avenidas en las que no se puede alcanzar con la vista el otro lado, cuando se vea acechado en mitad del paso de cebra por una niebla espectral y nociva. Entonces le envolverá un violento silencio de alamedas y de farolas, un delirio fantasmagórico y frío de edificios imperiales. Gritará, pero en Madrid no vive nadie. Correrá durante horas, más nunca llegará hasta a la otra acera.

8-Una vez al año, durante varios días, a los valencianos les da por quemarse unos a otros, espectáculo que se sigue con mezcla de estupor y curiosidad en el resto del mundo. Los valencianos siguen una tradición ancestral que les obliga a elegir a una reina de las fiestas, la más fea, denominada fallera mayor, a la cual prenden fuego después de vestirla con un traje folclórico, ridículo y humillante, hecho de un material muy inflamable. Esto ocurre durante la noche del 19 de marzo, en medio del jolgorio general. Otra de las tradiciones la celebran las varias decenas de miles de jóvenes que acuden cada día de fallas a la Plaza del Ayuntamiento, armados con Kalasnikofs y con bombas Napalm, y unos contra otros celebran la mascletada.

9-La tradición pirómana valenciana baja en intensidad durante el resto del año, pero nunca llega a desaparecer. Los policías tienen derecho a quemar los automóviles mal aparcados cuando el dueño no aparece para retirarlos. También es costumbre muy secundada la de quemar a los peatones, los cuales resultan una molestia para los coches.

10- Madrid, igual que algunas de las otras de las capitales europeas, posee una belleza señorial y austriaca, elegante y fatídica, oscura y decadente; monstruosa, inmensa, vacía, exacta, rica, silenciosa. Es como una antigua señora aristocrática que no hubiera querido renunciar a su pasado esplendor y que paseara, años después de su muerte, engalanada de joyas, gloriosamente vestida, en una calesa tirada por caballos fantasmas, entre fantásticas farolas, por un hermoso y recto bulevar, entre nieblas, en la medianoche, bajo una luna macabra, con los ojos vacíos como tumbas ( ... )