Elvar Ata en el metro de Pekín. Un hombre occidental se acaba de sentar enfrente y dos asientos a su derecha. Tiene el pelo amarillo y de punta, como Sting en Dune, y el rostro extremadamente pálido y mortecino, con barba de dos días y unos exiguos pedazos de carne bajo los cuales casi se le transparentan los huesos de la cara. El hombre mira directamente hacia Elvar sin pudor alguno, con una extraña sonrisa que le hace parecer un perturbado, y cada tantos segundos le dedica una mueca diferente.
Elvar duda en principio que los gestos vayan dirigidos a él, pero cuando se hace evidente que no hay ningún otro destinatario entre los viajeros chinos que se encuentran en el vagón, comienza a su vez a devolverle al hombre las muecas. Así comienza un intercambio ridículo que se prolonga durante varios minutos, hasta que Elvar se cansa y pregunta directamente al hombre de qué va.
-Soy Dios- responde el hombre con una gran sonrisa de autosatisfacción. Tiene los ojos perdidos, como si se encontrara en otra dimensión o como si en el pasado hubiera consumido prolongadamente grandes cantidades de drogas psicodélicas. -Soy Dios -insiste, ante el silencio de Elvar. Y luego le ordena:
-Pregúntame si tengo alguna manera de probarlo.
Elvar Ata, cuya expresión muestra una creciente curiosidad, obedece sin pensarlo, movido por la incredulidad, pero también por cierta fascinación hacia tan extraño personaje:
-¿Tienes alguna manera de probarlo?- le pregunta.
-Por supuesto -contesta Sting convencido, y luego añade-: pregúntame cómo, por favor.
-¿Cómo puedes probarlo?
-Puedo desaparecer a voluntad.
En ese instante, el cuerpo de Sting desaparece por completo de repente, para varios segundos después aparecer, sin más, sentado junto a Elvar.
-Ciertamente asombroso.
-Gracias. En realidad no soy Dios todavía, pero lo voy a ser pronto. Pregúntame por favor cómo voy a conseguirlo.
-¿Cómo vas a conseguirlo?
-Me he hecho con 4 de los 5 amuletos templarios que coinciden la divinidad a su portador.
El tren ha llegado ya a la estación de Guomao, en la que Elvar debe hacer transbordo. Nuestro protagonista se levanta y hace ademán de disculparse y despedirse. Pero el otro hombre se levanta también y abandona el vagón a su lado. No tiene ninguna prisa y necesita a toda costa hablarle. Sentados juntos en el siguiente tren, Sting ha sacado de su cartera ciertos objetos extraños:
-El zafiro rojo de Anubis -explica-, que concede la invisibilidad.
-El zafiro rojo de Anubis. -contesta Elvar, como si quisiera aparentar estar poco impresionado
-Y estos son el rubí mágico de las tinieblas, que permite volar, y el lapislázuli amarillo cósmico, que cura cualquier enfermedad. Pregúntame qué más hay.
-¿Y qué más hay?
-Finalmente, la esmeralda trapezoidal de jade, que otorga a su poseedor la capacidad de manipular a cualquier persona que se encuentre a la vista. ¿Ves a esa china de ahí?
-Sí, la veo.
-Voy a obligarla a que se siente a tu lado.
En ese momento, la china a la que Sting se ha referido, sentada en el extremo contrario del vagón, se levanta en silencio y se sienta junto a ellos. Elvar y Sting intercambian gestos de aprobación.
-Ciertamente asombroso.
-Ahora -ordena de nuevo Sting- pregúntame al respecto de la última piedra.
-¿Cuál es la última piedra?-, inquiere Elvar. A partir de estos momentos, el discurso de Sting irá adquiriendo u tono solemne y misterioso:
-La tienen los comunistas chinos. Y la utilizan para manipular a todo el mundo. Por eso les va tan bien últimamente. Pregúntame también por favor cuál es la historia de la piedra.
-Explícame por favor la historia de la piedra.
-De inmediato procedo a relatártela:
"Esa piedra se perdió en las cruzadas cuando un grupo de custodios fue asaltado por sorpresa en Tierra Santa. La reliquia llegó a Damasco, donde estuvo varios siglos, hasta que desapareció después de cierto incendio que asoló la ciudad. En el siglo XVII unos jesuitas fueron asesinados salvajemente en Pekin después de haber pasado varias semanas en compañía del emperador, presuntamente intentando evangelizarle. La reliquia debía de haber llegado de alguna manera a manos de la familia imperial a través de la Ruta de la Seda..."
-Si la tuvo el emperador, quiere decir que ahora estará en las dependencias subterráneas secretas de la Ciudad Prohíbida, custodiada por la cúpula del Partido Comunista. ¿No es así?
-Eso es precisamente lo que yo creo. En la biblioteca imperial, que se encuentra en tales dependencias secretas, hay un manuscrito que escribieron los jesuitas que intentaron recuperar la piedra en el siglo XVII. El manuscrito explica todo sobre la naturaleza de la piedra y cómo obtenerla. El problema es que la biblioteca es un laberinto en el que es casi imposible orientarse; todo está escrito en varios idiomas, incluído el latín, el español medieval, el portugués antiguo, el chino antiguo y el japonés arcaico. Yo me he introducido varias veces en el palacio haciéndome invisible, pero no he conseguido pista alguna sobre el libro...
( ... )
Han pasado varias horas desde su primer encuentro en el metro, y Elvar ha olvidado ya cualquier otra cita o compromiso que pudiera haber tenido para esa tarde. Ahora Elvar y Sting están caminando por una de las callejuelas que conducen a Tianamen y a la Ciudad Prohibida. Es una típica tarde de verano en Pekín, cuyo húmedo aire parece haberse convertido en una asquerosa sopa de excrementos radioactivos. La sopa es de un marrón pútrido claro, y el ajetreo de cachibaches extraños por las callejuelas de la parte antigua, continuamente exhalando la pésima calidad de su humo, contribuye a prolongar la sensación de sopor insoportable de la sopa. Dos chalados han cruzado la calzada sin mirar cargando un andamio metálico de tres pisos con sus propias manos.
-Las cinco piedras tienen gran poder por separado -continúa explicando Sting-, pero juntas su poder se multiplica infinitamente hasta convertir automáticamente en un dios a su poseedor...
- En resumen -interrumpe Elvar-: pretendes que me haga invisible y me introduzca en la biblioteca imperial, en las dependencias secretas de la Ciudad Prohibida, para poder leer el manuscrito que ayuda a identificar la piedra y el lugar donde se encuentran.
-En cuanto asistí a tu conferencia sobre español medieval en el Palacio de Congresos me di cuenta de que eras mi hombre. Por tu gran conocimiento del español medieval y de los libros antiguos. Porque te escuche hablar fluidamente en japonés y luego te vi leer panfletos en chino durante tu estancia en Pekín. Porque probablemente no haya otra persona en el mundo capaz de hacer este trabajo...
La conversación se prolonga volviendo una y otra vez a los mismos puntos, igual que el periplo de los dos hombres les lleva una varias veces a cruzar la misma esquina o esquinas parecidas. La extraña historia de los jesuitas y el extraño cambio de actitud hacia ellos del emperador, que con tanta amabilidad les había acogido en un principio. El poder infinito de las piedras. Las consecuencias terribles de caer lo amuletos en las manos equivocadas...
Aunque los pekineses no pueden entenderles, y por lo tanto no se alteran ni un apice ante la presencia de estos dos extranjeros imbuídos en tan fantástica aventura, un hombre viene siguiéndoles desde el principio a cierta distancia. Ataviado con gabardina y traje oscuro, les contempla fríamente desde detrás de sus gafas de sol y de su periódico. Una figura inquietante como un agente de la KGB, o de la CIA, o quizás un matón a sueldo de unos mafiosos de Chicago. Se trata del clásico espía de las películas americanas de los años 30: el hombre del sombrero.
(...)
Por fin, delante de la Ciudad Prohibida. Anochecer. Elvar ha recibido de Sting una de las piedras. Los dos hombres se saludan por última vez. Sting promete a Elvar los placeres de la vida eterna si consigue el preciado bien que durante tanto tiempo había estado buscando. Elvar se hace invisible y a continuación se introduce en las dependencias secretas y maravillosas de la misteriosa ciudad.
(...)
Ya. Han pasado varias horas desde que Elvar se hizo invisible y se introdujo en el lugar que por tantos siglos estuviera prohibido para la mayoría de los mortales. Sting no ha parado de fumar en todo ese tiempo, mirando continuamente al reloj y esperando la maldita llamada. Por fin, cuando la noche esta a punto de empezar lentamente a ajarse, suena el teléfono.
-Se dirige hacia allí con la piedra -le dice al fin a Sting el hombre del sombrero-. En cuanto lo veas, utilizas el amuleto para doblegar su voluntad, le arrebatas las dos piedras restantes y acabas con él de un disparo o utilizando el poder de las piedras.
(...)
Suena el timbre. Sting saca de su escritorio una pistola y se la mete en el bolsillo, mientras que con la otra mano aprieta fuertemente las poderosas piedras. Abre la puerta de su despacho, convencido de poder asesinar fácilmente a su presa, pero se sorprende al ver que no hay nadie en el rellano.
Es demasiado tarde cuando al fin su mente comprende la sencilla trampa a la que ha sido sometido. Elvar, que estaba escondido en el hueco de la escalera ha salido preso de su escondrijo y de un certero golpe en la cabeza le ha hecho perder el conocimiento y luego le ha registrado los bolsillos para quitarle las piedras. Porcelana china falsa.
(...)
Ahora los dos hombres están frente a frente en el despacho, y mientras Sting lamenta su estúpida caída, Elvar es el que obliga a hacer las preguntas:
-El diamante negro -dice-. En el tesoro secreto del emperador. La localización era demasiado evidente, por eso se te pasó. Incluso sin leer el manuscrito podías haberla conseguido.
-Se nos pasó a todos.
-En realidad, veníamos siguiéndote hace años -le explica ahora Elvar su derrotado contrincante-. No podíamos permitir que te hicieras con tales objetos poderosos. Sabíamos que tus ojetivos eran puramente científicos en principio, pero al no poder conseguir tu mismo la última piedra, vendiste tu alma al Diablo para conseguirla.
-Sólo pretendía usar a los americanos para que me ayudaran con la información y la tecnología. Después tenía previsto abandonarles.
-Quizás, pero nosotros sabíamos que los americanos tenían la intención de matarte a ti y arrebatarte las piedras. Y no podíamos permitir que asesinos tan sanguinarios se hicieran con objetos tan poderosos. Si los americanos reunieran todos los amuletos, el poder de destrucción del capitalismo se extendería sin resistencia por todo el mundo, y todos las naciones e individuos del planeta se convertirían en esclavos suyos.
-Estás con los comunistas chinos, ¿verdad?
-Estoy con los comunistas, pero con los chinos. Pero ahora eso ya no importa...
Elvar ha mirado al techo durante un instante, como soñando. Sabe de su posición como vencedor absoluto en el juego y no quiere ensañarse ni un momento más con su contrincante. De repente, se le ha ocurrido una idea. Es el momento de despedirse.
-Preguntame para qué necesito las piedras.-ordena a Sting.
-¿Para qué la necesitas?
-La necesito para curar a cierta persona -ahora sus ojos expresan pena-. Una de las pocas personas realmente buenas que existen en el mundo y quizás el único político no corrupto que existe.
Sting hace gesto de entender aunque quizás no comparta la opinión. Elvar le contesta con una mueca, una mueca como las que Sting le había dirigido la mañana anterior en el vagón. Sting le devuelve la mueca, ante lo cual Elvar esboza una extraña sonrisa, y otra mueca, y otra, y a continuación desaparece.
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